Experiencias
Por IberCultura
Em15, Feb 2017 | EmUruguay | PorIberCultura
Fábricas de Cultura: fortaleciendo el capital humano y productivo del Uruguay
En 2007, cuando un grupo de mujeres comenzó la “Fábrica de muñecas de trapo” en la ciudad de Toledo (Canelones, Uruguay), ninguna tenía idea de cómo aquel proyecto piloto de Fábricas de Cultura les cambiaría la vida. En su mayoría eran jefas de hogar, sin educación formal (algunas nunca habían ido a la escuela), que vivían en un barrio formado alrededor de cuarteles y caracterizado por un alto índice de violencia doméstica. Muchas iban escondidas a las clases y allí, aprendiendo a hacer juguetes con materiales donados por talleres de confección y textiles, fueron encontrando otros caminos, nuevos horizontes.
Nadie se lo imaginaba, pero esas muñecas de tela – una tradición que sobrevive al mundo de las Barbies – se convirtieron en un emprendimiento productivo que sirvió como prueba del programa Fábricas de Cultura, del área Ciudadanía y Territorio de la Dirección Nacional de Cultura del Ministerio de Educación y Cultura del Uruguay. Con el éxito de la experiencia, las participantes del taller que al comienzo casi no hablaban, pasaron a llamar la atención de los vecinos, de la prensa escrita, de la televisión…”Eran mujeres invisibles que se convirtieron en las personas visibles del lugar”, cuenta Julia Silva, coordinadora de las Fábricas de Cultura.
“Yo sí puedo”
Después del taller, estas jefas de hogar de la zona periférica de Canelones se anotaron en la UTU (la escuela de oficios de Uruguay) y egresaron en cursos de corte, confección y moldería. Pudieron terminar la primaria por medio de un proyecto del Ministerio de Desarrollo Social (MIDES) llamado “Yo sí puedo” y lograron conformar una cooperativa para comercializar sus productos (Trapos y Más Trapos). Se vieron como personas independientes, muy diferentes de las que comenzaron en el proyecto.
Este proceso de desarrollo humano e integración, paralelo al emprendimiento productivo, también se dio en las otras Fábricas que surgieron en el país en los últimos diez años. “Nuestro objetivo es que sean emprendimientos productivos de base cultural que apunten a la inclusión social”, afirma Julia, resaltando también la importancia de la preservación, transmisión y apropiación de conocimientos tradicionales y del aprovechamiento de las nuevas tecnologías. “Tradición e innovación deben ir de la mano”.
De las 29 Fábricas de Cultura que se han creado en el territorio nacional (con más de 500 beneficiarios directos y sus familias en más de 21 localidades de 14 departamentos), algunas ya terminaron sus capacitaciones y otras siguen en funcionamiento. Varias de las que ya no están vinculadas al proyecto se convirtieron en cooperativas y/o emprendimientos personales y colectivos.
Las Fábricas de Cultura se dedican a un amplio abanico de artes y oficios, y suelen tener un desarrollo mínimo de dos años, tiempo que consideran suficiente para aprender cada técnica. “No se trata de algo que se busque o que se vea rápido. Es un trabajo de hormiga. A largo plazo se pueden asegurar otros procesos”, afirma Julia.
Los oficios
El programa trabaja desde cero, sus actividades no están dirigidas ni a artesanos ni a profesionales. Con la misión de fortalecer el capital humano y productivo del país mediante la creación de espacios de formación y el desarrollo de emprendimientos culturales, busca ofrecer a sus participantes herramientas que apunten a mejorar sus posibilidades en el mercado laboral, incidiendo además en aspectos como la autoestima y la conformación de grupos con sentido de pertenencia.
Su eje central son las poblaciones vulnerables, en el sentido amplio de la palabra. “La vulnerabilidad no es solo pobreza”, destaca Julia. “Trabajamos con personas de pueblos que no tienen acceso a los bienes y servicios culturales porque están lejos de la capital, de la ruta. Trabajamos con jefas de hogar, con jóvenes que no estudian ni trabajan, con población LGTBI, con personas con discapacidad auditiva, visual, motriz y/o psíquica, con personas privadas de libertad.”
En coordinación con instituciones y gobiernos locales y departamentales, teniendo aliados como Centros MEC (la red de espacios del Ministerio de Educación y Cultura que funcionan como puntos de encuentro entre vecinos, intendencias y organizaciones sociales), el programa busca promover la creación de productos de diseño, el rescate de oficios que tienden a desaparecer en el país (como la guasquería[1] y el quinchado[2]) y expresiones culturales locales, respetando las tradiciones en que se enmarcan y su sostenibilidad ambiental.
Ida y vuelta
Para la coordinadora, la principal herramienta del programa es el poder que ejerce la cultura en beneficio del desarrollo individual, social y económico. De esta manera, se toman en cuenta cuestiones como la responsabilidad ambiental, la protección del patrimonio material e inmaterial y su aprovechamiento en beneficio de la comunidad. “Trabajamos la creatividad como herramienta, desde el turismo cultural hasta la restauración de muebles, pero investigando las características del lugar, junto con los habitantes de cada localidad, potenciando sus fortalezas. Es un ida y vuelta.”
En general son las intendencias u organizaciones civiles las que solicitan a la Dirección Nacional de Cultura crear una Fábrica en su localidad. “Nos convocan con frecuencia las intendencias y también los centros MEC, que están insertos en los lugares y conocen mucho a la población. Siempre tratamos de trabajar en red con los actores locales”, resalta Julia.
El establecimiento de una Fábrica de Cultura depende de la coordinación de diferentes actores para garantizar la disponibilidad de un local, la adquisición de maquinaria, la compra de materiales y la contratación del cuerpo docente (un diseñador industrial y/o textil, y un experto en la materia, como un ceramista o técnico en cueros). Para definir el rubro se evalúan aspectos vinculados a la cultura local, como el rescate de oficios tradicionales en vías de desaparición y la reutilización de objetos diarios (lonas, prendas en desuso, envases plásticos) o materia prima subutilizada (a ejemplo del cuero de pescado de río).
El reciclaje
El uso de materia prima de la zona donde se instala una Fábrica es otro punto importante. Cerro Colorado (Florida), por ejemplo, es un área donde hay plantaciones de eucaliptos, y ahí el programa tiene una carpintería donde se hacen muebles en madera de eucalipto – muebles de diseño y mobiliario específico para museos. La idea es aprovechar los recursos de la mejor manera posible, construyendo muebles incluso con los cercos usados en el campo, aquellos que las personas habitualmente descartan.
“Queremos que los productos sean de buena calidad, con diseño tradicional o innovador, pero a la vez nos interesa mucho el reciclaje y todo lo que es de reuso, y que la materia prima sea casi sin costo”, comenta Julia.
Las jefas y jefes de hogar en Maldonado y los jóvenes de Sarandí del Yí utilizan material reciclado para hacer las grandes marionetas que deslumbran al público en los desfiles de carnaval en la avenida 18 de Julio, en Montevideo. Para el desfile de carnaval 2016, se utilizaron 15 mil envases plásticos para la confección de los títeres gigantes, en formato de peces y medusas, que ocuparon la avenida. En 2017 otras marionetas gigantes también desfilaron en la apertura del carnaval uruguayo.
Las ropas de reuso sirven para la confección de prendas de diseño en la Fábrica de textiles y bordados, en convenio con el Colectivo Ovejas Negras para trabajar especialmente con mujeres trans (pero abarcando a toda la población LGBTI) en el Centro de Montevideo. Mujeres privadas de libertad también aprenden técnicas textiles en una de las tres Fábricas que funcionan en el Centro Nacional de Rehabilitación, donde las reclusas trabajan además con joyería artesanal y objetos cerámicos.
Identidad local
La idea es que los productos tengan algo de la identidad local o del grupo participante. Si son accesorios hechos por mujeres reclusas, que tengan su impronta, que traigan algo que las identifique. Si se trata de cerámica, hay por ejemplo Arde Belén, la Fábrica de Cultura de Salto, donde las piezas son cocidas en horno a leña y tienen diseños basados en los petroglifos indígenas hallados en la localidad.
Cuando el tema es turismo cultural, los recorridos son por el Barrio Sur, cuna del candombe y las principales manifestaciones culturales afrouruguayas. En esta Fábrica instalada en el Centro Cultural C1080 (local de una gran comparsa del carnaval uruguayo) se trabaja también con el Centro Psicosocial Sur-Palermo, con participantes con esquizofrenia, que realizan objetos en tapiz y telar como souvenirs para los turistas. Este año, C1080, en agradecimiento por el apoyo recibido, tomó el tema “La Fábrica de Cultura” para su espectáculo.
Entre las Fábricas de Cultura que se crearon en estos 10 años se encuentran las de Ladrillo vidriado en Picada de Mora (departamento de Rivera), Accesorios de vestimenta en lana y fieltro en Melo (Cerro Largo), Música e instrumentos musicales para personas sordas, hipoacúsicas y ciegas en Montevideo, Restauración de muebles (Piriápolis, Maldonado), Marroquinería en cuero de pescado (Nueva Palmira, Colonia), Muebles y accesorios de cardo [3] en Colonia del Sacramento, Títeres y compañía titiritera (Durazno, Maldonado y Montevideo) y Productos derivados del butiá [4] en Castillos (Rocha).
Otros caminos
Algunas siguen en etapa de capacitación, otras se convirtieron en algo diferente. Julia cuenta que en una de las primeras Fábricas, en Casavalle (uno de los barrios más problemáticos de Montevideo), algunas mujeres que nunca habían visto una máquina de coser aprendieron corte, confección y moldería y pasaron a hacer ropa femenina de diseño. Un día se llenaron de coraje y fueron a la oficina de la coordinadora para comunicarle que habían encontrado un nicho de mercado más conveniente: ropa para niñas de 7 a 12 años. Y así cambiaron su público.
¿Qué pasó con estas mujeres? Aprendieron el oficio, compraron sus máquinas y montaron un taller en la casa de una de ellas. Hoy trabajan para el Ejército de Uruguay haciendo uniformes y todo lo que se les pone a los caballos de competición, y de eso viven todo el año. “O sea, no terminaron haciendo lo que nosotros propusimos, pero les dimos las herramientas para llegar ahí”, comenta Julia. “Les damos herramientas: creatividad, generación de ciudadanía y autoestima para que construyan su camino.”
Comercialización
Además de los talleres para el aprendizaje de oficios, el programa ofrece capacitación en comercialización y asesoramiento legal. Fábricas fue uno de los siete proyectos seleccionados (entre más de 100 propuestas de 50 países) del Fondo Internacional para la Diversidad de Unesco. Y fue por medio de este fondo que 14 de las Fábricas pudieron tener en 2105 y 2016 capacitaciones en comercialización.
“No es un tema menor”, dice Julia. “Uno puede llegar a tener el producto más divino del mundo, pero si no sabe comercializarlo no funciona, esa era nuestra debilidad como programa”. Por tal motivo, propusimos una formación en plan de negocios, gestión de empresas, etc, para darle a cada grupo las herramientas completas (…). El reconocimiento de Unesco nos dio un respaldo económico en este periodo de crisis”.
El aprendizaje
Julia Silva está en el programa desde su inicio. Ha acompañado de cerca sus logros y fracasos y ha vivido, ella misma, un gran aprendizaje en esta década de trabajo. “Uno como persona no ve más allá de la nariz, pero cuando te introduces en esto, descubres un universo que realmente desconoces. Por ejemplo, el mundo de la discapacidad. No conocemos lo que es la vida de un sordo o cómo se siente al no estar incluido… Las personas trans son incluidas en el discurso pero en realidad no tienen opciones”.
“No todo es logro y disfrute”, señala la coordinadora, “pero la experiencia ha sido enriquecedora para todos los que participan”. “Todos aprendemos”, refuerza. “No trabajamos en los lugares más lindos ni en las mejores condiciones, sino que todos vamos creciendo juntos. A veces nos equivocamos, otras no, y vamos aprendiendo en el camino”.
[1] El arte de la guasquería (foto) es un patrimonio cultural en extinción en Uruguay. La tarea y el saber del guasquero están directamente asociados con la figura del gaucho, el caballo y las tareas rurales. Se trabaja con la técnica tradicional: cuero crudo, piedras de afilar de la zona, herramientas caseras y cuchillos.
[2] Quinchado o techo de quincha: tejido o trama de junco con el que se afianza un techo o pared de paja, cañas o material semejante. El oficio de quinchador (o sea, de la persona que teje) está en vías de desaparición en el país.
[3] El cardo, o cardilla, es una plaga en los campos de la zona. Esta planta se transforma en objetos y muebles orgánicos que mantienen el perfume natural del cardo.
[4] Butiá es el nombre genérico de dos especies de palmeras de unos ocho metros de altura, con tronco liso y ceniciento y frutos comestibles de color naranja. Crece solitaria en las quebradas o formando extensos palmares en los humedales.
(*Texto publicado el 15 de febrero de 2017)
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