Experiencias
Por IberCultura
Em22, Sep 2015 | EmBrasil | PorIberCultura
Casa de Cultura Fazenda Roseira: un espacio de encuentro y resistencia en Campinas
Campinas no es solamente una ciudad. Son varias las ciudades que se encuentran y desencuentran en la que fue una de las últimas en abolir la esclavitud en Brasil. Su organización espacial deja clara la diferencia de realidad de una región a otra. De un lado de la Vía Anhanguera están las mejores escuelas, los equipamientos públicos de cultura, deporte y recreación. Del otro, las ausencias.
“Campinas nos impone definir desde muy temprano de qué lado uno va a caminar”, afirma la historiadora Alessandra Ribeiro Martins, doctoranda en urbanismo y gestora de la Casa de Cultura Fazenda Roseira. “Existe un territorio, una división espacial muy expresiva. La ciudad se fue delineando y la población dirigiéndose hacia el lugar que pensaban ser adecuado. La vida de quien está de un lado de Anhanguera es muy diferente de la vida de quien está del otro lado de la vía.”
Esa división, según Alessandra, hizo con que mucha gente estuviera excluida en el campo de las políticas públicas culturales y, al mismo tiempo, se enterara muy temprano de que tenía dos caminos a seguir: o se reconocía como un todo para intentar buscar mejoras o estaría abandonada al margen. “Es casi imposible encontrar un campineiro que no quiera Campinas. Aunque tenga muchas dificultades, la quiere. Y si la quiere, se apropia del lugar.”
Ocupando territorios
En la región noroeste, la periferia de Campinas, se organizó en 2008 un espacio de encuentro, educación ambiental y cultura afro como referencia agregadora en la ciudad: la Casa de Cultura Fazenda Roseira. El caserón, construido a finales del siglo 19, era la sede de una hacienda que fue transformada en equipamiento público en 2007. Esa antigua hacienda de café generó tres barrios de Campinas: Jardim Roseira, Villa Perseu Leite de Barros y Jardim Ipaussurama.
La Casa de Cultura se encuentra en Jardim Roseira y desde 2008 es ocupada y gestionada por la Comunidad Jongo Dito Ribeiro junto a otras organizaciones colaboradoras. Allí se desarrollan varias actividades que recuperan la cultura ancestral del jongo, saludando a quienes llegaron antes y estrechando los lazos con la comunidad.
Además de las ruedas de jongo, cuentan con festejos, arraiais, feijoadas de resistencia, ruedas de capoeira, proyectos con los más mayores, proyectos con los más jóvenes, debates sobre tecnología, debates sobre ancestralidad. El objetivo según ellos “es escribir y reescribir la historia del jongo en Campinas de modo que la manifestación cultural sea expandida y respetada en sus más variadas formas.”
Con alegría, afecto y buenas energías, esa comunidad liderada por mujeres negras – entre ellas, Alessandra Ribeiro – trabaja desde el año 2002 para mantener viva la llama del jongo, llevando las ruedas de toque, canto y danza a los más diversos espacios, a personas de diferentes edades, profesiones, credos y etnias.
Patrimonio inmaterial
En 2005, el jongo del Sudeste de Brasil fue reconocido por el Instituto del Patrimonio Histórico y Artístico Nacional (Iphan) como patrimonio cultural brasileño de naturaleza inmaterial. Su origen está definido de manera antagónica por dos corrientes. La más reciente defiende que el jongo resulta del contacto entre los esclavos y los dueños de la tierra, en el siglo 19, en el área cafetera del Sudeste brasileño. La otra afirma que vino de África, de la región de Congo/Angola, y llegó a Brasil con los negros bantos que trabajaban en las haciendas.
Considerada una especie de “padre del samba”, esta manifestación cultural cuenta con tres elementos fundamentales: el canto, la danza y la percusión. El canto, los denominados “puntos”, mezclan metáforas y dialectos de la lengua banto. Los tambores, hechos en su mayoría de manera artesanal, también traen un vínculo con los ancestrales.
Días de fiesta
En la Casa de Cultura Fazenda Roseira, donde la Comunidad Jongo Dito Ribeiro se reúne desde 2008 (antes el grupo se encontraba en el patio de la casa de Alessandra), las ruedas de jongo son semanales, abiertas a quienes quieran participar. Los practicantes intercambian experiencias y saberes, dialogan y aprenden sobre el jongo y sus formas de tocar, cantar, tirar pontos y danzar.
Una vez al año, el tercer domingo de marzo, la Feijoada das Marias do Jongo homenajea a las mujeres de la comunidad con una fiesta entre colaboradores, amigos y la población en general. Las entradas, vendidas a precios populares, ayudan a arrecadar recursos para la comunidad. La audiencia media es de 1.000 personas.
El segundo sábado de julio es la vez del Arraial Afro Julino, fiesta que empieza con oraciones a San Benedito y cuenta con presentaciones artísticas de grupos del estado de São Paulo. Además de hoguera, tiendas con comidas típicas y artesanías, se arma una gran rueda con la presencia de las comunidades de jongo de la región, como la de Tamandaré (Guaratinguetá), madrina del Jongo Dito Ribeiro. Cerca de 3 mil personas participan del evento, cuya entrada es 1 kilo de alimento.
El 20 de noviembre, Día de la Conciencia Negra en Brasil, la comunidad realiza un círculo en frente a la iglesia San Benedito, donde Dito Ribeiro dedicó su devoción a Mãe Preta. También en noviembre la Casa de Cultura realiza la exposición “Soy África en todos los sentidos”. Son 20 días de exposición, debates, películas e intercambio de saberes sobre la presencia negra.
A cada fiesta, a cada encuentro, allá están todos de la mano repitiendo el coro liderado por Alessandra: “Eu pego a sua mão na minha / Para que juntos possamos fazer / Aquilo que eu não posso fazer sozinho” (Tomo su mano en la mía/ Para que juntos podamos hacer/ Aquello que no puedo hacer solo). Una vez más, y otra y otra, y todos se sienten unidos en la ciudad dividida. Saravá.
(*Texto publicado el 22 de septiembre de 2015)
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