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Red Latinoamericana de Arte y Transformación Social: 15 proposiciones para el debate
Em 08, Ene 2016 | Em Noticias |
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Somos grupos y organizaciones sociales que trabajamos en arte y transformación social en América Latina. Mujeres y hombres artistas, educadores, comunicadores y técnicos que, a lo largo de todo el continente, participan en iniciativas y proyectos que combinan la creación estética y la política en un mismo movimiento; un gesto irreverente que busca la equidad, la belleza y la democracia, con niños, jóvenes y adultos, en la montaña, en el campo y en las ciudades.
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Nuestra tarea se despliega en un continente maravilloso y desafiante, aunque profundamente herido. Maravilloso en su multiplicidad cultural, étnica y natural, en el caudal creativo de sus multitudes, en la inagotable variedad de sus “artes populares” y en el talento de su gente, en el siempre abierto remolino de sus identidades buscando el destino común, la propia visión frente al universo. Pero herido por abismos irracionales de inequidad, de hambre y de violencia; por el desperdicio cotidiano de la energía de generaciones enteras, por el autoritarismo y la ceguera de sistemas políticos y económicos incapaces de recuperar, proteger y orientar la vida.
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Nuestro lugar, esta Latinoamérica que nos enamora, tiene un romance apasionado con el arte, los símbolos, los colores y los sonidos. Por aquí y por allá florecen (y resisten) culturas grandes, medianas y pequeñas, todas desafiantes y vitales. Mestizajes poderosos que fecundaron un arte que ha servido tanto para celebrar el futuro y la autoafirmación, como para hacer el duelo y la memoria de las tragedias y la muerte. Murales, comparsas, festividades, teatro popular e itinerante, cine, danza, música y palabras han ido de la mano de un camino paciente, muchas veces violento y siempre incesante hacia la construcción del propio destino en un mundo cambiante, con experiencias populares económicas, políticas y sociales tan audaces como sus creaciones artísticas. La desmesura latinoamericana es, a todas luces, nuestro mayor poder.
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El arte ha sido y es nuestra manera de encontrarnos con el mundo y transformarlo. El arte nos muestra a la comunidad humana en su capacidad de crear formas y símbolos que buscan la emoción y la comparten, en un proceso multidimensional en el que todos cambiamos junto con la realidad. El arte, presente en la historia como una herramienta rudimentaria e inicial de nuestra especie, es un punto luminoso de la evolución y de la transformación del hombre y el universo. Es la prueba de que, siempre, otro mundo es posible.
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Por eso sentimos estériles, en este campo, a todas las variantes del elitismo y el individualismo. Mucho antes de que determinados individuos o grupos puedan tomar profesionalmente el nombre de “artistas” y crear, entre otras cosas, “obras” pasibles de ser convertidas en “mercancías”, los “hechos artísticos”, transformadores de la interpretación del mundo, y por lo tanto, creadores de nuevas realidades, son creados por la comunidad humana, por las relaciones sociales, en su capacidad de generar símbolos y relatos. En definitiva , lo que llamamos “obra de arte” es nada más (y nada menos) que una pieza jugada en el tablero del hecho artístico. Èste último es una construcción social, pero no por eso está “fuera” del arte y, en este sentido, quienes lo hacen también pueden (y deben) ser llamados, en estricta justicia, “artistas”. Las cosas no empiezan donde el Poder dice que empiezan; por eso pueden terminar donde el Poder no quiere que terminen.
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El arte nos enamora desde el gesto inicial de la expresión: el milagro de poder diseñar y realizar la llegada de una nueva emoción entre las personas. Por eso creemos también que se trata de un proceso transformador y educativo en sí mismo. Si bien es cierto que pueden utilizarse recursos “artísticos” para compartir experiencias de aprendizaje en el campo de la salud, el empleo o la física subatómica, no es ése el aporte distintivo del arte en la producción de conocimiento, su lugar insustituíble en lo que entendemos por educación y aprendizaje. En nuestra experiencia, crear y compartir la emoción del arte es, en sí, la apertura de un estadío distinto en la relación entre las personas, en el que la transformación propia y la del mundo se subsumen en un juego orientado por el conocimiento humano y colectivo, en un salto hacia el futuro, hacia lo imposible, intrínsecamente educativo.
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Esa apuesta, ese acto lúdico y gozoso presente en el primer gesto del arte, es lo que lo convierte en motor privilegiado del desarrollo personal y grupal, afectivo y profesional de millones de chicos, jóvenes, adultos y abuelos de nuestro continente. Y, como en una cascada audaz, el fermento viaja en el interior de sus creaciones, abre otras capilaridades y desata mas “aperturas” en la conciencia de otras personas y grupos. El conocimiento que navega por el arte tiene una característica: se contagia en la emoción.
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Por eso el arte se va convirtiendo cotidianamente, también, en nuestra mejor manera de provocar a la sociedad. De conmoverla, escandalizarla, refrescarla y quererla. Con misterios, leyendas, preguntas y ritos, la comunidad humana crea mundos para volver a interrogarse ¿este planeta es el amor de nuestras vidas? ¿cómo? Y hace esa pregunta con mucho más que la “denuncia” o el discurso de “las víctimas”. El arte, concebido como producción social de libertad, como manifestación del poder humano, prefigura siempre una sociedad más justa, solidaria y democrática.
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En la hechura de sus herramientas, nuestros grupos, la gente que asume este desafío, suele empezar buscando las fuentes de la energía que necesita. Y la encuentran en sí mismos y en lo que los rodea. Ahí es que revela su densidad y su colorido la categoría de “identidad”. Las múltiples identidades que nutren este continente (urbanas, étnicas, de género, organizacionales, etc.) van formando el tramado de un futuro posible; sus nervaduras y flujos de vida robustecen el despliegue de una novedad compartida, en la medida en que buscamos y articulamos los nuevos mecanismos de encuentro y capacidad de acción. ¿Dónde, sino en el arte, las identidades muestran sus rasgos generosos? En su órbita se exponen, se mezclan, se comparten y se recrean en relación con el mundo.
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Por eso se vuelve imprescindible introducir el problema de nuestras metodologías. ¿Cuáles son las claves metodológicas de estos cruces entre la dinámica de la creación artística y los caminos de la transformación social? Nuestras experiencias parten de una primera verificación, y es que los procesos estéticos creativos y participativos producen en sí nuevas modalidades del hecho artístico, casi siempre ligadas, en escalas diferentes, a transformaciones políticas y sociales. Lo verificamos en experiencias protagonizadas por niños, jóvenes, adultos, pueblos originarios, ancianos, campesinos, locos, presos, desocupados, dirigentes, chicos de la calle o mineros. En un proceso artístico, creativo y participativo, el final del camino siempre nos encuentra más libres, más capaces y más fuertes.
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Pero también sentimos que esas experiencias transitan “tanteando” en un terreno a veces hostil, despojado de categorías, indicadores y paradigmas que puedan dar cuenta de la riqueza en desarrollo. Nos falta aún construir la ingeniería metodológica capaz de asumir el conocimiento que despliega la nueva creación y de proyectarla hacia otras comunidades humanas u otras metas del conocimiento y la transformación que necesitamos. Porque el potencial que fluye nos interpela, y sabemos que el nuevo paso nos pide un salto de sistematicidad, profesionalización, rigor conceptual, competencia y calidad. No sólo por la solidez y la vitalidad de nuestras propias experiencias, sino por su capacidad de transformación política. La Academia, los sistemas institucionales, el Estado, las Ciencias Sociales y las estructuras de jerarquización de la Industria Cultural deben asumir las dimensiones y ramificaciones de la crisis que atravesamos. Y, en ese marco, nuestras voces (las del arte y la transformación social) pueden alterar el diseño de un tablero en el que se juegan muchas cosas. También por este territorio transita la posibilidad de un mundo más justo: por el poder de crear las palabras que lo nombren.
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La política, entonces, aparece como un desafío profundo; la novedad que estamos explorando nos exige, en este campo, una audacia que solo puede esperarse de un temperamento “artístico”. Se trata de dar la pincelada que el cuadro nos pide, y no la que le “conviene” a alguien. Y, si algo sentimos con claridad, es que el cuadro nos está pidiendo un nuevo trazo. Nuestras prácticas tienen una vigorosa dimensión política, y han acuñado un puñado de ideas en el juego general. La multiplicidad (no como obstáculo, sino como potencia), el debate (como necesidad de la acción y como espacio para la pregunta y lo incierto) la fragmentación y el aislamiento como peligros, las alianzas (no como imperativo de la debilidad, sino como vocación democrática), el territorio (el universo como camino hacia la aldea, la aldea como un universo cifrado y vital, y la intersección como clave de lo humano), la construcción de agendas sociales y paralelas en la incidencia pública, la tensión entre lo privado, lo estatal, lo público y lo comunitario. La ineludible complejidad del escenario de este debate en el que los Estados, las Empresas y las grandes Instituciones impulsan sus políticas, nos ubica en la necesidad de articular un discurso y una capacidad, una modalidad en el diseño del debate, un “estilo” en el procesamiento de los conflictos en el que la Democracia es asumida como una construcción cotidiana.
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La nueva sociedad, que el arte y la transformación social prefiguran y construyen, se realiza en otra ecuación entre la producción y la distribución de la riqueza, en una cotidiana vocación de democracia e inclusión social con justicia. Como en el caso de una creación estética, encuentra su sentido en la comunidad humana y su poder en el grado de libertad que permite proyectar el gesto, el trazo, el símbolo o la nota. El derecho a la salud, a la educación, a la vida y al desarrollo son también, y quizás, sobretodo, una cuestión de belleza. Una encrucijada que nos invita a hacer del mundo entero una obra de arte, o mejor, un hecho artístico, y no el espectáculo frustrante de una especie que truncó su propio horizonte. El arte, lejos de ser un instrumento accesorio en este desafío, es una acción humana integral, contundente y transformadora del presente, un presagio activo del triunfo de la vida.
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Por eso construímos estas Redes nacionales, regionales, continentales. Como otro ejemplo de desmesura, pero también de vocación transformadora. Ya no se puede construir esta belleza separados; y aunque la materia se nos rebele y sea difícil “mezclar” los colores, y el texto no aparezca y haya que tirar borradores y recomenzar siempre, decidimos hacernos cargo de cierta responsabilidad. El nuevo tapiz necesita tejedores y el acorde exige por lo menos tres notas. Queremos ir dando forma a esta voluntad latinoamericana de reescribir el arte y la transformación social desde nuevos puntos de vista, más cercanos a la vibración de la vida. Por eso construímos puentes y espacios, y por eso también nos animamos a “perforarlos” y buscar caminos entre los túneles que nos conectan y las plazas en las que nos encontramos. Una Red que progresiva pero pacientemente, como en la obertura de una sinfonía, como en una procesión de La Puna, como en una llamada de Montevideo, en un trío eléctrico brasileño, o también en el poema tímido de un adolescente, nos devuelva una nueva capacidad en nuestra relación con el futuro.
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Tanteos, búsquedas, apuestas en la construcción de una nueva subjetividad capaz de transformar la realidad. Escuelas de arte, movimientos sociales, grupos culturales, teatros, circos y artistas de todas las “disciplinas” estamos experimentando la llegada de un nuevo tiempo, signado por una mayor capacidad de acción, reflexión y producción. Con nuevas certezas, creemos que el arte y la transformación social en América Latina pueden inaugurar recorridos de creación colectiva sustancialmente poderosos en la definición de un futuro más justo. La belleza, la fiesta, la disrupción y la creación simbólica se preparan, quizá, para subir la apuesta en la defensa de la vida. La desmesura, como aquella vez, vuelve a convocarnos.
Fuente: Este artículo es parte del libro Cultura Viva Comunitaria: Convivencia para el bien común, presentado en el marco del 2º Congreso Latinoamericano de Cultura Viva Comunitaria, en San Salvador, en octubre de 2015 (Compilación y edición: Jorge Melguizo)
(Fotos: www.facebook.com/RedLA.AYTS)