Experiencias
Por IberCultura
Em13, Abr 2017 | EmCosta Rica | PorIberCultura
Sifais: un espacio de transformación social y “rebeldía constructiva” en La Carpio
Ubicada en el cantón central de San José, en el corazón de Costa Rica, La Carpio es una comunidad cercada por dos ríos y organizada en nueve sectores. O en nueve paradas de autobuses, ya que cada parada corresponde a un sector. En la cuarta parada, conocida como la “Pequeña Gran Ciudad”, hay un edificio de madera laminada, diferente de todo el entorno, llamado Cuevadeluz. El inmueble de cuatro pisos y 15 metros de altura, inaugurado en agosto de 2015, llama la atención no sólo por ser imponente, sino también por ser un símbolo de la gran transformación por la que ha pasado el barrio en los últimos años.
En estas dos naves unidas por una rampa y una escalera funciona la sede del Centro de Integración y Cultura del Sifais (Sistema Integral de Formación Artística para la Inclusión Social) de La Carpio. En ese espacio se ofrece más de una centena de talleres a niños, jóvenes y adultos, a iniciativa de voluntarios “que creen en la rebeldía constructiva, en la pasión y ternura, en la proactividad, la creatividad, el arrojo, el empoderamiento y la transparencia”, como dice la página web de la fundación. Un grupo cada vez más grande que hace del Sifais un espacio de transformación social de doble vía, del cual son beneficiarios tanto los que aprenden como los que enseñan.
Los talleres se realizan en su mayoría los sábados (hay algún horario los domingos, los viernes y los lunes), ya que de lunes a viernes el espacio funciona como colegio, primaria e secundaria, de uma de la tarde a las cinco. En 2017, en materia de música, la organización ofrece clases de solfeos, guitarras, vientos (clarinete, flauta traversa, saxofón, trombón), cuerdas (contrabajo, viola, violín, bajo eléctrico), percusión, batería y teclado.
Además, hay cursos de arte (dibujo y introducción al arte), danza (ballet, hip hop y folklore costarricense), educativos (lectura y escritura, inglés, francés, japonés, portugués, ruso, tutorías de naturalización, tutorías secundaria), técnicos (tejido, peinados, cómputo) y deportivos (acondicionamiento físico, artes marciales, atletismo, boxeo, capoeira, judo, karate y yoga).
El comienzo
La Carpio tiene una extensión de 23 kilómetros cuadrados y cuenta con una única vía de acceso, una calle estrecha para entrada y salida de los autos. Son 23 mil habitantes, según el último censo, pero la gente cree que pasan de los 30 mil, sumándose los que están en situación irregular. De este total, se estima que el 50% son costarricenses y el 49% nicaragüenses –el 1% restante sería de salvadoreños, guatemaltecos, árabes y chinos.
Esta comunidad binacional, que cumple 20 años en 2017, tuvo su primer espacio de ocio inaugurado en diciembre de 2015: el parque recreativo “Creando un Mejor Futuro”. La estructura, localizada en un terreno de 750 metros cuadrados, contempla áreas de juegos para niños, anfiteatro, canchas multiuso y un lugar de ejercicio para adultos. Nunca había existido allí nada parecido. La primera semana del parque fue de filas y filas de niños y niñas.
En junio de 2016, tras la 4ª reunión del Consejo Intergubernamental de IberCultura Viva, se realizó un recorrido por la comunidad, comenzando por el parque. Allí la presidenta de la Asociación Comunal de La Carpio (Asocodeca), Northellen Jiménez, contó a los visitantes un poco de la historia del lugar, que empezó en 1997 como una invasión de 25 familias y hoy día cuenta con 5,800, siendo considerado el mayor asentamiento de migrantes de Centroamérica.
“Fue muy difícil al inicio. No teníamos luz, las calles eran sólo barro, pero gracias a la gran necesidad de vivienda, de oportunidades, seguimos”, comentó Northellen. “Ha sido difícil, pero no imposible. Hemos logrado todo lo que tenemos gracias al apoyo comunitario, y mucho también a las líderes mujeres. Gracias a la coordinación comunal hemos logrado hacer las calles. Todas esas intervenciones que el gobierno debía de hacer, los carpianos las hemos hecho con las manos, en unión”.
La alianza
Quien dio inicio al proyecto de Sifais fue una líder comunal de una de las asociaciones de desarrollo de La Carpio – Alicia Avilés, una nicaragüense que en los noventa emigró a Costa Rica con su familia en busca de una vida mejor. Nacida en Managua, madre de cinco hijos, Alicia era maestra primaria en Nicaragua y tuvo que marcharse de su país por el tema político, como los miles de coterráneos que huyeron de la miseria posterior a la guerra de los ochenta y vieron mejores oportunidades en el país vecino del sur. En Costa Rica empezó a trabajar en casas como doméstica, y así conoció a aquella que sería una gran aliada en sus sueños improbables: Maris Stella Fernández.
La alianza entre las dos empezó cuando Alicia buscaba patrocinio para los uniformes de un equipo de fútbol que se estaba levantando en la comunidad, hasta entonces muy marcada por la violencia. “El equipo siempre perdía, por ser de La Carpio no les querían arbitrar los partidos, porque les daba miedo que se iban a armar alguna riña, algún pleito”, cuenta la productora artística y socióloga Karina Hernández, ex-directora de proyectos y voluntarios de Sifais. Con la ayuda de Maris Stella –que era propietaria de la empresa Eureka Comunicación y hoy también atiende como presidenta de la fundación Sifais– se consiguió la donación de los uniformes para el equipo y las cosas mejoraron un poco. «Al final un arbitro creyó en el equipo y desde entonces se ganaron muchísimos campeonatos», afirma Karina.
Sin embargo, a algunos de los niños no les gustaba el fútbol. Al ver que continuaban en las esquinas, Alicia se acercó: “Ustedes me dicen que es lo que quieren y yo se los traigo”. Un chico le dijo a ella que a él le gustaría aprender a tocar guitarra. Otro con la misma confianza le dijo que quería estar en una orquesta sinfónica. Alicia decidió entonces hablar a Maris Stella sobre la idea. Algunos meses después, ahí estaba Maris Stella en la comunidad: “Van a decir que estamos locas… ¿Cómo una orquesta sinfónica en un lugar tan precario?”
La música
Convencida de que la música podría ayudar a reconstruir la comunidad y eliminar algunos de los estigmas, Alicia pidió prestado a un vecino norteamericano el espacio que administraba, aunque no estuviese en las mejores condiciones (el piso era de tierra, la electricidad cero). Maris Stella consiguió tres voluntarios (dos sobrinos y un amigo) para enseñar algunos instrumentos a los niños, y así empezaron las actividades, con 10 bolillos, ocho guitarras y 20 flautas dulces.
“Empezamos con poquitas clases de música. Luego los amigos de los amigos de los sobrinos empezaron a venir, a donar más instrumentos, empezaron a llegar más voluntarios…”, comenta Karina. “Cuando el pastor se vino desde Houston, Texas, a ver lo que estaba pasando en el salón comunal, se sensibilizó tanto que llamó a doña Maris Stella y le dijo a ella: ‘Lo que no hice en ocho años ustedes hicieron en seis meses”.
Poco a poco llegaron más aliados, y un piso para que los voluntarios pudieran dar las clases en mejores condiciones. Hicieron un salón, un espacio de cerámica, con paredes blancas y unos murales de color… Y en 2014 empezó la obra para construir el edificio Cuevadeluz – el nombre que encontraron para sustituir el anterior, el peyorativo “La Cueva del Sapo”. “Dos estudiantes de arquitectura fueron los creadores y donantes del diseño que dio pie a un movimiento solidario entre empresas y sociedad civil que ayudaron a materializar el proyecto, pues el día que pusimos la primera piedra no teníamos ni un centavo”, cuenta Karina.
Las donaciones
El 16 de julio de 2014 fue el día de la primera piedra. “Al día siguiente empezamos a llamar como locos a un montón de empresas y buscamos una plataforma para donación de fondos. Los artistas nos donaron conciertos, las empresas privadas nos donaron recursos… Cada piso lleva el nombre de las empresas que se sumaron a la causa”, dice la productora. El piso Fundameco, por ejemplo, lleva el nombre de la organización que trabaja con personas discapacitadas, y proyectos de inclusión en la comunidad.
Después de que empresas privadas ayudaran con la infraestructura, entró el sector público a desarrollar programas de inclusión. Vinieron entonces el Ministerio de Cultura y Juventud, el Ministerio de Educación Pública, la Universidad de Costa Rica, entre otras instituciones que hacen trabajos con la organización. Gracias a estas alianzas y los equipos de voluntarios, Sifais cuenta con programas educativos, ambientales, musicales, programas de emprendimientos, de extensión y de justicia restaurativa.
Entre las iniciativas conjuntas con el sector público se encuentran un taller de producción textil, con 13 vecinas emprendedoras, y un esquema de educación abierta para que personas mayores de 15 años concluyan sus estudios de primaria y secundaria, sin salir de su comunidad. La organización también ofrece apoyo a los vecinos extranjeros que necesiten la cédula de residencia costarricense o naturalizarse.
Karina Hernández cuenta que muchos migrantes llegan al país sin papeles, y si no tienen pasaporte o cédula enfrentan una serie de problemas, no reciben atención médica, etc. “Las señoras con quienes trabajamos nos dicen que cuando no tenían cédula era como si no existieran, sentían como que no pertenecieran a ninguna parte. Habían vivido en otras provincias y percibían un ambiente de rechazo por ser nicaragüenses. Dicen que aquí se sienten como una nicaragüita, que es todo muy similar, hasta el olor, las señoras con las tortillas…Aquí adquieren un sentido de pertenencia y apropiación con la comunidad”.
Punto de Cultura
El Sifais fue una de las organizaciones ganadoras de la primera convocatoria de Puntos de Cultura de Costa Rica, lanzada en 2015 por el Ministerio de Cultura y Juventud. El proyecto premiado tuvo como beneficiarios directos a jóvenes y niños, a través de la promoción de talleres de producción audiovisual, y a adultos integrantes de la comisión de cultura de Quebrada Honda, quienes participaron de las capacitaciones de gestión cultural.
Gracias a otro fondo concursable del Ministerio de Cultura y Juventud, el programa Becas Taller, nueve jóvenes gestores culturales de la comunidad desarrollaron a lo largo de un año el estudio “Herencias e Iniciativas Culturales de La Carpio”. Dayana Venegas Hernández, coordinadora del proyecto, cuenta que la idea fue sistematizar los proyectos comunitarios para que La Carpio no pierda su historia y patrimonio cultural.
En La Carpio también se dio la primera iniciativa de formación en animación sociocultural en el país, un proyecto educativo hecho en conjunto con el Ministerio de Cultura y Juventud y la cooperativa Viresco R.L. “La recreación para nosotros es superimportante. La imaginación vuela, nos sentimos libres”, resalta Luis Rivera “Wichi”, 21 años, uno de los jóvenes de la comunidad graduados en 2016 como técnico en animación sociocultural.
Wichi presentó el proyecto “Aprende a jugar”, orientado a recuperar juegos tradicionales como “bolero” o “caballito” y a capacitar a jóvenes de la región para aprender a crear juegos. “Se ha dicho que La Carpio es una comunidad con mucha violencia, marginal y todas esas cosas negativas. Creo que es porque nos falta espacio recreativo. Ahora tenemos un parque, pero no teníamos cancha, nada. Por eso pienso que mi proyecto es importante: es un espacio para crear, ver cosas sanas, abrir la imaginación, ser libres”.
Los estigmas
El reconocimiento al trabajo allí desarrollado ya existe, y fue algo que se ha ido construyendo con el tiempo. “En el 2011 habían bunjkers cercanos al sitio. Los niños recibiendo clases de violín y afuera vos veías el negocio”, afirma Karina. “Con el paso del tiempo veían que nosotros llegábamos, que llegaban voluntarios, y ellos mismos se fueron yendo para otros lugares, otras zonas y esto se limpió de una manera… Hoy, alrededor del edificio viven familias en condición de pobreza. Antes había pandillas, la Cueva del Sapo era uno de los lugares más peligrosos de la región.”
En estos seis años del proyecto los estigmas y estereotipos sí causaron problemas. Una situación se dio en 2012, momento en el que había unos 25 voluntarios, y una revista publicó que las pandillas se habían apropiado de La Carpio. “La gente se asustó y la semana siguiente no llegó ningún voluntario, nadie quería venir acá. Tuvimos que empezar de cero”, recuerda la productora, resaltando que en 2016, en la misma fecha, se publicó en la portada del periódico una nota sobre los chicos de La Carpio tocando en el Teatro Nacional. “Llorábamos de felicidad. Hasta hoy me emociono con este cambio de paradigma”.
«Sifais, y las distintas iniciativas de la Carpio, son un modelo en el país que se expande y proyecta a otras naciones», añade Karina. «Es el reflejo del trabajo, el amor, y pasión por el arte y la cultura de hermanos y hermanas centroamericanas.»
(*Texto publicado el 13 de abril de 2017)
Sepa más: