Experiencias
Por IberCultura
Em04, May 2016 | EmBrasil | PorIberCultura
Quilombo do Sopapo: jóvenes autónomos y auto-organizados en pro de la resistencia
Texto: Cristiane Nascimento (Ministerio de Cultura de Brasil)
Transformar la vida de jóvenes de la periferia a partir de acciones que integran arte, cultura y ciudadanía. Concientizarlos sobre su valor a través de trabajos que refuercen su identidad periférica, promuevan la ciudadanía y el estímulo de los derechos humanos. Esas fueron las premisas que concibieron el Quilombo do Sopapo, Punto de Cultura ubicado en el barrio de Cristal, en la zona sur de Porto Alegre (Rio Grande do Sul, Brasil) – región que reúne en su territorio una serie de contrastes, que abarca desde emprendimientos de alto coste hasta ocupaciones irregulares.
«Nuestra idea era crear una organización potencial que fuera referencia en la prevención de la violencia. Queríamos mostrar a estos jóvenes que es posible resistir – resistir incluso a los asedios por las contravenciones. Más que eso, queríamos que estos jóvenes tuvieran conciencia de su voz e hiciesen uso de ella para crear un nuevo mundo, un mundo posible», afirma Leandro Anton, coordinador del Punto de Cultura.
Esta idea fue la primera certeza del programa. Para lograr este objetivo, el grupo que concibió el punto decidió caminar por las comunidades de la región, buscando identificar cuáles eran las manifestaciones culturales desarrolladas por sus jóvenes. En estas búsquedas se percibió que la música, independientemente del ritmo tocado o cantado, creaba unidad entre ellos, les daba autonomía y les mantenía lejos de la violencia.
Fue en ese contexto en el que nació el Quilombo do Sopapo. El nombre del grupo refleja esas ideas. La creación de un territorio para la producción de cultura por parte de jóvenes autónomos y auto-organizados en pro de la resistencia culminó al elegir la palabra “quilombo” como símbolo de fuerza, libertad y diversidad multiétnica. La música como símbolo de esta construcción se buscó en otra referencia ancestral, el “sopapo”, tambor afro-gaúcho ( del estado de Rio Grande do Sul) hecho con corteza de árbol y piel de caballo.
El Quilombo do Sopapo fue reconocido como Punto de Cultura en 2006, cuando la organización firmó convenio con el Ministerio de Cultura de Brasil (MinC), por medio de una convocatoria del Programa Cultura Viva. La organización es fruto de una colaboración entre Guayí -una organización de la sociedad civil de interés público (oscip) que busca desarrollar procesos comunitarios y acciones educativas, contribuyendo en la construcción de políticas públicas con ciudadanía y participación social-, y el Sindicato de los Trabajadores de Judiciario Federal de Rio Grande do Sul, entidad propietaria del espacio donde hoy funciona la organización.
Talleres para la ciudadanía
Talleres de comunicación comunitaria, de tecnología de la información para el desarrollo de softwares libres, de audiovisual, de fotoperiodismo, de artes gráficas, de teatro de animación, de percusión y hasta de confección de libros cartoneros. Las actividades desarrolladas en el Quilombo do Sopapo son innúmeras. Aunque exista como Punto de Cultura desde 2006, la institución solamente abrió sus puertas con sede en una dirección fija en 2008.
Desde entonces fueron más de 40 talleres con la participación y formación de más de 1000 jóvenes de la comunidad. Su alcance, sin embargo, sobrepasa esa marca. Al albergar un telecentro y una biblioteca comunitaria, el Punto de Cultura atiende a centenas de personas a cada semana. El grupo cuenta además con una serie de colaboraciones con escuelas estatales de la región, en las cuales desarrollan actividades artísticas y culturales para la promoción de la ciudadanía.
«Sopapo es el único equipamiento de cultura y entretenimiento dirigido a jóvenes y con acceso gratuito en este barrio. También somos nosotros quienes promovemos la ocupación frecuente de la única plaza de Cristal con actividades culturales. Para muchos de los jóvenes que aquí viven, el Sopapo es la principal, tal vez la única, puerta de acceso para la cultura», afirma Leandro Anton.
Cristina da Rosa Nascimento, de 23 años, es una de las 15 personas que pasaron por los talleres del Punto de Cultura y hoy es su sustento. Actualmente educadora de la institución, conoció Sopapo en 2009, a los 16 años. Aún como alumna de la secundaria, Cristina participó, en la propia escuela, en un taller de fotografía a cargo del equipo del Punto de Cultura.
Enseguida se inscribió en un taller de audiovisual en la institución. Como resultado del taller, produjo un cortometraje por medio del que transmitía su visión del mundo a partir de su propio referencial: una joven negra y de la periferia.
«Ahí tuve mi primer acceso a un trabajo intelectual. Ahí me di cuenta de que yo pensaba, tenía voz y podría mostrar al mundo mis ideas, mi manera de ver el mundo y la sociedad alrededor», cuenta.
También utilizando elementos de su realidad como inspiración para sus trabajos, Cristina creó, con algunos jóvenes de la comunidad, el libro de fotografías Imagens faladas (“Imágenes habladas”). La obra nació a partir de la lucha de la comunidad por su mantenimiento, ya que había entonces un proyecto del gobierno local para la venta de parte del área del Morro Santa Teresa, ubicado junto al barrio Cristal.
«Las escuelas públicas, en general, son muy malas. No existen oportunidades para el joven de la periferia. No hay horizontes más allá de la propia escuela. El Punto de Cultura me surgió como una oportunidad y yo la agarré», afirma Cristina.
Actualmente desarrolla el proyecto Ruidos Urbanos, programa de “radiovisual” del Colectivo Sopapo de Mulheres – uno de los varios creados dentro del Punto de Cultura. Con una perspectiva de género, el programa invita a artistas e intelectuales a tratar de cuestiones diversas, desde reubicaciones comunitarias hasta la dificultad de conciliar trabajo y maternidad.
La joven, que tiene el sueño de obtener un diploma universitario, también trabaja como tallerista en una de las escuelas colaboradoras de Sopapo. La idea es producir una segunda edición del libro de fotoperiodismo. Para ella esa oportunidad viene, sin embargo, acompañada de una responsabilidad: de educanda pasó a educadora.
«Quiero mostrar a los chicos que sí, que ellos pueden soñar. No necesitan estar al margen del proceso, no necesitan bajar la cabeza. Ellos existen, son jóvenes de la periferia y deben tener orgullo de ello. Mi papel aquí es empoderar a esos chicos», afirma.