Experiencias
Por IberCultura
Em19, Ago 2015 | EmBrasil | PorIberCultura
Penhinha, la chica que aprendió a volar
Penhinha aprendió a volar con la Mestra Doci dos Anjos. Moradora de la comunidad quilombola de Mituaçu, en la zona rural de João Pessoa (Paraíba, Brasil), negra por parte de padre, indígena por parte de madre, Maria da Penha Teixeira de Souza tenía 13 años cuando conoció la Escola Viva Olho do Tempo (Evot). Interesada en los talleres y quadrilhas (bailes tradicionales de las fiestas juninas) que la escuela organizaba con los jóvenes de la región, Penhinha entró en el círculo y dio el salto. Hoy en día, a los 23 años, es educadora social, griô aprendiz y coordinadora del museo y de la biblioteca Olho do Tempo. “Mi maestra nos tira del peñasco, nos obliga a volar”, cuenta.
Doci, la maestra griô que echa a volar a los chicos de la escuela, fue una de las líderes que participaron activamente del proceso de construcción de la ley Cultura Viva en Brasil. “La maestra estaba siempre en los debates, y siempre nos decía que teníamos que dialogar sobre lo que conocíamos”, afirma Penhinha. “Actualmente, somos nosotros los que vamos (a los encuentros de cultura viva). Vamos nerviosos, pero vamos y representamos, con la misión de volver a casa y compartir lo que traemos como bagaje.”
La caminata de Penhinha empezó en 2005, cuando la Escola Viva Olho do Tempo reunió a tres quadrilhas con 40 jóvenes para recorrer el Valle de Gramame, en una fiesta junina itinerante que buscaba fortalecer las tradiciones y la autoestima de los habitantes de la región. “El São-joão (San Juan) rural vino para integrar a las comunidades, que se habían alejado unas de las otras y estaban en proceso de adormecimiento”, explica.
Primeros pasos
Cuando empezó a frecuentar la institución, Penhinha estaba interesada en talleres de corte y costura, dulces y “jóvenes emprendedores”. La quadrilha contribuyó para el interés, ya que el grupo se encontraba todos los meses. Sin embargo, lo que más le llamó la atención fueron las ruedas formadas por Mestra Doci. “Iba a las comunidades, nos llamaba para conversar, nos preguntaba sobre nuestros sueños. Y decíamos que no soñábamos. La maestra preguntaba si habíamos terminado los estudios y decíamos que sí, porque habíamos terminado la primaria y podíamos leer”, se acuerda. “Cuando entendí el movimiento de la autonomía fue un encantamiento.”
La maestra empezó entonces a despertar en aquellos adolescentes aquello que les gustaba hacer y no hacían – danzar quadrilha, ciranda, coco, por ejemplo. Tres años después de las primeras quadrilhas, allí estaba Penhinha, junto a los otros jóvenes, dando talleres para niños y adolescentes, trabajando “el despertar del sueño, el creer que todos podemos construir proyectos, dialogar sobre ideas.” .
Cada joven educador social escogió lo que quería enseñar. Penhinha decidió dedicarse a las cuestiones relacionadas con la literatura, el patrimonio, los saberes de tradición oral. Otros se identificaron con otros temas, y así se formó el grupo de 12 jóvenes educadores sociales del proyecto, que empezó en el año 2008 como “Ecoeducación” y ganó otros complementos con el paso del tiempo: se convirtió en “Ecoeducación y Cultura”, después en “Ecoeducación, Cultura y Memoria”, y hoy es “Ecoeducación, Cultura, Memoria y Tecnología”.
Medio ambiente
“Olho do Tempo tiene una línea de actuación transversal que permea la cuestión del medio ambiente”, destaca Penhinha. “Es un área de quilombo (comunidad reminiscente de los tiempos de la esclavitud), rodeada de ríos. La comunidad tuvo un ciclo de hartazgo, del bien vivir, pero perdió todo eso. Con la construcción de las industrias, el río donde bebíamos agua empezó a oscurecer.”
Partiendo del medio ambiente, trabajan en la escuela cuestiones como identidad cultural, afectividad, respeto y representatividad, en actividades que abarcan música, danza, teatro, audiovisual, cultura digital. “Nuestra misión es provocar a las personas para que puedan pensar, relacionarse, usar el conocimiento que tienen”, destaca.
La escola atiende a 150 niños y adolescentes, de 6 a 17 años. “Hoy tenemos un grupo de jóvenes que son líderes en la institución. Y es nuestra misión potenciarlos para dar continuidad al trabajo”, destaca la joven educadora, que sueña estudiar Pedagogía en una universidad pública. “Mi camino en el proyecto fue significativo, me considero resultado de ello. Pero no voy a estar en la institución toda mi vida. Voy a dar mi lugar para que otros jóvenes aprendan lo que aprendí.”
Cultura de base
Convencida de que la movilización tiene que venir de la base, Penhinha cree que es necesario reflexionar sobre el legado de los maestros, la tradición oral, sobre lo que la juventud no conoce. “No decimos que la cultura muere. Usamos la palabra adormecimiento. Pero existe adormecimiento sin vuelta”, alerta.
Cuestiones como prejuicios, violencia, también son temas de debates constantes. Recientemente, Penhinha pasó por una situación de racismo en una tienda, pero estuvo lejos de la autopiedad. “Sentí pena de la persona que hacía aquella reflexión sobre mi color, mi pelo, la manera que me visto. Pensé: ¿qué pasa? ¿Por qué esa cultura de odio, de superioridad, de soy mejor que usted?”, cuestiona. “Pero tengo esperanza de que eso mejore, que consigamos orientar a cada niño, que consigamos hacer nuestra parte. La cultura es el camino para eso.”
Como enseña Doci, la cultura hace con que la educación sea más leve. “Penhinha descubrió el mundo a través de la cultura”, observa la maestra, que anima a los chicos a “lanzarse del peñasco» por creer que su misión es enseñar a leer, escuchar, reflexionar y tomar sus propias decisiones. “Tiene que ser así, no se puede proteger demasiado un ser vivo, que precisa aprender con el cuerpo. Mi misión es enseñar que la carne duele. Soy carne, sé que duele. Estoy empeñada en cuidar de esas personas para que vivan menos dolor del que yo viví. Sin embargo, siempre duele.”
Doci cuenta que sigue enseñando y poco a poco cada uno llega donde tiene que llegar. Los otros educadores sociales que empezaron en la escuela cuando eran niños hoy están por ahí, como Penhinha, descubriéndose, aventurándose. Ivanildo, Flávia, Danielle, Sandra, Célia, Raquel, Bel, Déa, Thiago, Marcílio y Jânia también aprendieron a volar.
(*Texto actualizado el 21 de octubre de 2015)
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