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Experiencias

Mestra Doci y la Escola Viva Olho do Tempo: una historia de compromiso

Por IberCultura

Em21, Sep 2015 | Em | PorIberCultura

Mestra Doci y la Escola Viva Olho do Tempo: una historia de compromiso

El día en que Maria dos Anjos Mendes Gomes abrió el recibo de pago y vio que finalmente tenía dinero para marcharse, fue a la estación de autobús de Salvador (Bahía, Brasil) y preguntó al vendedor: “¿Cuál es es lugar más tranquilo del Nordeste?”. “João Pessoa. Sólo hay bus dos veces por semana y además va vacío”, le dijo el hombre. Ella había pensado en ir al estado de Maranhão, sabía que allá había un proyecto interesante en una universidad donde podría estudiar, pero allí, en la estación, decidió su destino: Paraíba.

“Compré el pasaje y volví a casa con aquella bomba de relojería dentro de mí. Mi madre casi se muere. Mi padre preguntó: ‘¿Es lo que quieres? Si es, ve con Dios’. Y me fui a João Pessoa sin conocer a nadie”, recuerda la maestra contadora de historias, que ya fue llamada de Maria, Mara, Lia, Dos Anjos, Dusa, y los últimos años atiende más por Doci. “Puse en un papel todos los nombres que me llamaban y los sorteé. Salió Doci”, justifica.

Doci por causa de un papelito, baiana por causa de la cigüeña y paraibana desde el día en que entró en aquel bus, en 1979, la fundadora de la Escola Viva Olho do Tempo desde hace más de una década hace un bello trabajo en el Valle de Gramame, en el área rural de João Pessoa (la capital de Paraíba). Es una referencia para mucha gente, querida y respetada en la región. Podría, sin embargo, haber construído la vida en cualquier otro lugar. “Yo tenía un compromiso conmigo misma”, cuenta. “Siempre supe que no moriría en el lugar donde nací.”

Mestra Doci e as crianças da Escola Viva Olho do Tempo. Foto: Thiago Nozi

Mestra Doci y los niños de la Escola Viva Olho do Tempo. Foto: Thiago Nozi

La carta

Nacida y criada en la región de Alagados, en Salvador, la mayor de ocho hijos, Maria dos Anjos todavía era una niña cuando escuchó a su madre decir que “pobre no sueña tanto”, que debía trabajar en vez de pasar horas leyendo a Castro Alves. Ya que no podía quejarse con su madre, la niña escribió una carta con su plan de vida. Le dijo a su madre que le daría 15 años de su vida, que hiciera lo que quisiera durante ese período, pero que después se iría, incluso para enseñar a niñas como ella que soñar era necesario. La escribió, pero no la entregó. Puesta dentro de un libro, la carta acabó olvidada.  

Doci tenía unos 13 años cuando escribió su plan de vida. Enseguida pidió al padre, barbero, que le enseñara su arte para que pudiera ganar dinero y seguir con los libros. Le costó un poco convencerlo (“Era un oficio masculino, mi padre pensaba que yo tendría problemas”), pero lo logró. Y pasó a cortar el pelo de los niños en casa, los sábados y domingos. Durante la semana, seguía estudiando. “Y así hice la universidad, aprobé una oposición. Un día vi mi recibo de pago y me di cuenta de que estaba rica. Entonces me vino la intuición: ‘Mira, ahora puedes irte’.”

Y compró el pasaje y fue para João Pessoa sin conocer a nadie. Formada en Letras por la Universidade Federal da Bahia (UFBA), se inscribió en un curso de educación de adultos en cuanto llegó a la capital de Paraíba. Allá hizo una maestría mandó el título a su madre. Con el dinero que había ahorrado, compró parte de una escuela llamada Catavento.

Trabajar con niños era lo que quería, aunque hubiera hecho una maestría en el área de educación de adultos. “No soy buena con viejos”, bromea la maestra. “No sé cómo tratar a viejos, prefiero niños refunfuñando. Los niños son una maravilla. Y viejo junto a niño es la mejor cosa que existe. Ellos te traen a la vida, te muestran el mundo. Mi misión es cuidar de los niños para que ellos sean mejores personas. Mejores para ellos mismos, porque así el mundo gana.”

Crianças no laboratório de informática da Escola Viva Olho do Tempo. Foto: Thiago Nozi

La estación digital de Escola Viva Olho do Tempo. Foto: Thiago Nozi

La misión

Cuando llegó a João Pessoa, Doci se fue a vivir al barrio Castelo Branco. Después se mudó al barrio Bancários. Y allí hizo su vida, compró una casa, un coche, un terreno. Un día, allá por los 50 años, encontró en casa uno de aquellos antiguos libros que leía cuando era adolescente en Bahía. “Abrí el libro y allí estaba la carta. Miré hacia el papel, miré al cielo y pensé: ‘¡Qué responsabilidad!’. Porque palabras dichas al tiempo son palabras que precisan ser respetadas, ¿no?”

Doci sabía que todavía tenía que cumplir una misión. “Decidí vender todo y buscar un lugar donde hubiera niños parecidos a los de mi niñez”, cuenta. Acabó encontrando lo que buscaba en el Valle de Gramame, entre los municipios Conde y João Pessoa. Él área no era de las mejores, estaba llena de agujeros, pero tenía algo que era muy precioso para la maestra: nacientes. Olhos d’água, según Doci. Como los que existían en Alagados antes de que un político convenciese a la población de la región que debían aterrar el mar y construir sus casas en tierra firme, no en palafitos.

“Fue uno de los peores momentos de mi existencia”, recuerda Doci. “Me crié corriendo en puentes, arriba y abajo, cayéndome muchas veces en el agua. Cuando aquel político decidió que debíamos aterrar el mar, toda la basura de la ciudad de Salvador fue para allá. (…) Fue muy violento ver la muerte del Olho d’água. Era el lugar donde yo pensaba en la vida, me alegraba y me desesperaba. Yo contaba mis historias a aquel Olho d’água, que se secaba y llenaba con la marea. Y ayudé a aterrar aquel lugar, que me era tan vital.”

Cuando vio los Olhos d’água en el Valle de Gramame, Doci encontró la oportunidad de pagar su “deuda con el cosmos”. Y decidió cuidar de las nacientes (existen ocho en el terreno) para que alimenten a mucha más gente. “Allí vi que tenía dos compromisos en la vida: uno con la naturaleza, otro con la naturaleza humana”, afirma. Allí descubrió que tenía que enseñar a las personas que soñar es necesario, es algo inherente al ser humano. Y la transformación no viene de fuera. “Es personal e intransferible”, resalta. “Como decía mi abuela, no escogemos el lugar donde nacemos, pero podemos escoger donde morir. Y entre nacer y morir pasa mucha agua. Por eso uno debe aprender a nadar e irse. Es así como uno hace su transformación”.

Ocupação do Rio Gramame. Foto: Thiago Nozi

Ocupación del Río Gramame. Foto: Thiago Nozi

Los sueños

En torno de los olhos d’água nació la Escola Viva Olho do Tempo (como persona jurídica, Congregação Holística da Paraíba), una asociación sin fines lucrativos que desde el año 2004 desarrolla acciones con los pobladores de ocho comunidades de la región. Con capacidad para atender a 150 niños y adolescentes, de 6 a 17 años, la escuela busca despertar en los pobladores el derecho a soñar, el sentimiento de pertenecimiento a su espacio, la reconexión con la naturaleza, la valoración de los bienes naturales y culturales, la busca por el autoconocimiento.

El trabajo empezó con charlas en las comunidades, donde las personas tenían muchas necesidades y pocos sueños. Un grupo de mujeres, hombres y niños se reunía dos o tres veces por mes para hablar de la vida, para leer, para pensar en conjunto, “en una construcción colectiva del quehacer, del tener cuidado con uno mismo para poder cuidar del otro”, como destaca Doci.

Allí, en el “comienzo y fin del mundo”, junto a las comunidades quilombolas (originalmente, zonas de resistencia de los negros esclavos), cerca de la carretera donde todos pasan cuando se van, poco a poco se fueron construyendo los dos edificios de la escuela. Y poco a poco se fue construyendo el proyecto. “Yo me senté allí y les dije: ‘Vamos a hacer lo que ustedes quieran’. Venían los jóvenes, los niños, y yo preguntaba: ‘¿Qué quieren hacer?’ ‘Ah, informática’ ‘¿Y tu?’ ‘Quiero jugar al ajedrez’. Y así comenzamos la escuela. Con esos haceres, con esos deseos”, cuenta la maestra.

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Mestra Doci y los educadores de la Escola Viva Olho do Tempo. Foto: Thiago Nozi

Muchos de los niños que empezaron participando de las actividades se convirtieron en jóvenes educadores sociales. Y hoy se encargan de formar a los niños que llegan. “Ellos no sabían nada de las teorías pero yo trabajaba igualmente a los pensadores sin que supieran los nombres. Después de cinco, seis años, una de las educadoras que estaba haciendo una investigación encontró a Paulo Freire (el educador brasileño que propuso la pedagogía crítica). Y vino a preguntarme: ‘¿Entonces lo que hacemos acá es Paulo Freire?’ ‘Sí’. Y ahí empezaron a estudiar Paulo Freire, después de unos tantos años de práctica.”

Los maestros

Acción griô era otra pedagogía que tenía mucho que ver con lo que hacían. “Tuve que  trabajar con los viejos”, se ríe Doci, que es representante de la Comisión Nacional de Griôs y Maestros. Ayudar a construir la Ley Griô nacional, según Doci, fue una de las cosas más importantes que hizo en la vida.“Creo en eso, en ir allá y conversar con el maestro griô, traerlo al escenario, sin intermediarios”, afirma. “Hicimos cosas lindas aquí. Y siempre en el área de los maestros, para que los niños sepan que hoy son niños y mañana serán viejos. Y que pueden ser unos viejos mejores.”

Roda de capoeira na ocupação do Rio Gramame. Foto: Thiago Nozi

Rueda de capoeira en la ocupación del Río Gramame. Foto: Thiago Nozi

Hoy la escuela tiene un museo, una estación digital, un proyecto de ecoturismo, otro para arborizar la región, un grupo de percusión con 63 niños y adolescentes, clases de danza, de capoeira, y algunas actividades que cambian conforme el calendario. En el primer semestre de 2015, los niños hicieron una “competición de pie” para “pensar con los pies”, trabajar el ganar y perder jugando al fútbol, a la rayuela, a la cuerda, a la petaca. Ahora es la vez del campeonato mental para trabajar el leer, el pensar y el escribir.

“Nosotros trabajamos mucho con la potencia del sueño de cada uno”, refuerza la maestra. “Porque es el sueño el que mantiene las piernas en el suelo. Es necesario mirar a los pies y al cielo. Entre el cielo y la tierra estás tu, con el corazón latiendo. El corazón está en el medio, llevando la sangre a la cabeza y a los pies.”

O bailarino Ednaldo Santos, que entrou na Evot aos 6 anos, hoje é aluno da Escola Bolshoi, em Joinville

El bailarín Ednaldo Santos, que entró en Evot a los 6 años, hoy es alumno de la Escola Bolshoi, en Joinville. Foto: Thiago Nozi

Ednaldo Santos, por ejemplo, era un chico que en los círculos de charlas siempre hablaba del sueño de ser bailarín. Cuando entró en Olho do Tempo tenía 6 años. Hoy día, a los 12, es alumno de la Escuela Bolshoi, en Joinville (Santa Catarina). Así como Ednaldo, varios chicos han realizado sus deseos, sea aprendiendo o enseñando. Uno de los niños de la escuela hoy es músico, otro es profesor de matemática… Algunos de ellos, que lograron tener empleos variados, también actúan como voluntarios en la institución.

“Es una gestión realmente compartida”, destaca Doci. “Si la chica que limpia el piso dice que lo que estoy haciendo no sirve, no sirve. Voy a defender mi opinión, porque creo que es mi misión hacer que ella piense y desafíe a alguien mayor. Voy hasta no poder más. Después voy para los besos y abrazos.”

Doci vendió todo que tenía para cumplir su compromiso con el tiempo. Sorteó un nombre para usar en esa vida que comenzó a los 50 años y no se queja de nada. “La vida es algo bueno. Es una dádiva maravillosa poder encontrar a las personas, poder arreglar cosas, poder dar un abrazo. Así pienso. Construí ese patrimonio maravilloso, pero no me pertenece. Mi familia sabe que eso pertenece al tiempo. Y es el tiempo que se va a encargar de esto cuando yo me vaya.”

MAE DOCI - OLHO DO TEMPO

 

 

Asista el video en el que Mestra Doci cuenta su historia

(*Texto publicado el 21 de septiembre de 2015)

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