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Por IberCultura
Em20, Nov 2016 | EmBrasil | PorIberCultura
Jongo de Pinheiral: la historia de una ciudad y su pueblo, de generación a generación
La ciudad de Pinheiral, en el Valle del Paraíba (sur del estado de Río de Janeiro) nació alrededor de una estación ferroviaria, junto a una hacienda de café llamada Fazenda São José dos Pinheiros. En esta propiedad de la familia Breves, una de las más grandes de la región en los tiempos de Brasil Colonia, había un celeiro de negros esclavos. Cuando se abrió el testamento del comendador Breves, dándoles la libertad y una parte de las tierras, en 1879, trabajaban allí dos mil esclavos. Del caserón donde él vivía, considerado un palacio, quedaron solo las ruinas. Sin embargo, algo allí se mantiene vivo desde entonces: el jongo.
“El jongo de Pinheiral nunca estuvo adormecido. Es una tradición que ha sido pasada de generación a generación desde los tiempos de la esclavitud. Existen muchas familias de jongueiros en la ciudad”, afirma Maria de Fátima da Silveira Santos, “Fatinha do Jongo”, que hace más de 40 años trabaja por la preservación de esta manifestación cultural, reconocida en 2005 por el Instituto do Patrimônio Histórico e Artístico Nacional (Iphan) como patrimonio inmaterial brasileño.
También conocido como caxambu, batuque, tambor o tambú, el jongo es una expresión de origen africano que se manifiesta en Brasil principalmente en la región Sudeste y que cuenta con tres elementos esenciales: el canto, la danza y la percusión. En las ruedas de jongo, hombres y mujeres danzan y cantan los llamados “puntos”, mezclando metáforas y dialectos de la lengua bantú, al sonido de tambores, fabricados en su mayoría de manera artesanal. En Pinheiral, la tradición es de dos tambores: el grande y el candongueiro. El contratiempo entre los dos se da con un pedazo de madera llamado macuco.
Construcción colectiva
Fatinha cuenta que el jongo de Pinheiral pasó a organizarse como grupo a finales de los años 1980, con la creación de la União Jongueira. En 1996, con la intención de preservar la danza del jongo y de aprimorar la biblioteca de la cultura afro brasileira en la región, se fundó el Centro de Referências e Estudos Afro do Sul Fluminense (Creasf). Y poco a poco se fue estrechando el vínculo con las escuelas y universidades.
En 2005, el Centro de Referência do Jongo de Pinheiral ganó la primera convocatoria de Puntos de Cultura lanzada por el Ministerio de Cultura de Brasil. Con el premio se montó la casa donde el grupo trabaja hasta el día de hoy, bajo tres vertientes: la preservación de la danza, el mantenimiento de una biblioteca afro, y la culinaria, también de matriz africana. “Con ello intentamos tener un retorno para mantener la casa. Porque hicimos el plan de salvaguardia, y logramos obtener el respeto, la difusión y la valoración del jongo en estos 11 años, pero todavía tenemos dificultades para mantener el trabajo”, comenta Fatinha.
Desde 2008 el Grupo Jongo de Pinheiral también integra el Pontão de Cultura do Jongo/Caxambu, un programa desarrollado por la Universidade Federal Fluminense (UFF) en colaboración con 15 comunidades jongueiras del Sudeste de Brasil. Son grupos de la región metropolitana de Río de Janeiro, del Sur y del Noroeste fluminenses, de la Zona da Mata mineira y de los estados de São Paulo y Espírito Santo, que buscan la construcción conjunta de políticas públicas para la salvaguardia de este bien registrado como patrimonio cultural de Brasil. Para los jongueiros, el “Pontón” es visto como un punto de encuentro que sostiene la cultura viva.
“Algunas comunidades tienen problemas por la cuestión de la intolerancia, otras no. Hacemos que los evangélicos, por ejemplo, entiendan que se trata de nuestra cultura, no de nuestra religión. Es la cultura del pueblo negro que está dentro de la rueda del jongo”, observa Fatinha. “En los tiempos de la esclavitud, los negros usaban el jongo para organizarse, para cantar la falta que les hacía África, para encontrar pareja. Todo sucedía en la rueda. Hoy en día, usamos la danza para estar donde no estaríamos si no fuera por el jongo: en los teatros, festivales, escuelas y universidades.”
En las escuelas
Antes de la aprobación de la Ley 10.639/03, convirtiendo en obligatoria la enseñanza de la historia y cultura afrobrasileña y africana en las escuelas públicas y privadas del país, el Grupo Jongo de Pinheiral ya estaba dentro de las escuelas de la región del Valle de Paraíba, trabajando lal autoestima de los niños y niñas negras, valorando el aporte del pueblo negro para la formación de Brasil. “La ley reforzó lo que ya hacíamos”, comenta Fatinha, que es miembro de la Comissão Nacional de Mestres e Griôs(*).
Aunque esté jubilada como profesora, Fatinha sigue actuando en una escuela de un municipio vecino, Barra do Piraí, donde se formó un grupo de jongo hace más de cinco años. “Los padres participan, y a los niños les gusta muchísimo. Aprendieron a gustarles el jongo, a saber lo que es. Es un trabajo que valoro mucho, incluso por estar dentro de una escuela”, destaca. “Por medio de la Ação Griô (política pública que es una referencia de gestión compartida en Brasil, involucrando proyectos pedagógicos de diálogo entre la tradición oral y la educación formal), logramos avanzar en todo el territorio nacional, valorando la presencia de los mestres, de las parteras, llevando nuestras tradiciones, nuestros saberes, a la escuela formal.’’
Según Fatinha do Jongo, la creación del programa Cultura Viva, en 2004, fue fundamental para aquellos que trabajan con cultura popular en Brasil. “Hasta Gilberto Gil (que asumió el Ministerio de Cultura y creó el programa Cultura Viva), trabajábamos en las comunidades y era una lucha que un mestre fuera respetado por su sabiduría, que estuviera dentro de las escuelas. Cultura Viva nos proporcionó no perder muchas de nuestras tradiciones, que logramos pasar a los jóvenes. En la comunidad jongueira tenemos líderes jóvenes y su trabajo es maravilloso. Ellos asumieron las comunidades, trabajan con los mayores y ayudan a mantener la tradición.”
Pasados presentes
Gracias a los jóvenes y a la comunidad académica, los jongueiros del Sudeste brasileño han recibido el apoyo de iniciativas como Passados Presentes: Memória da Escravidão no Brasil, un proyecto de turismo de memoria a partir de una aplicación para celular, lanzada en 2015. Cuatro guiones conducen a los visitantes a locales emblemáticos para el tráfico negrero y la historia de la esclavitud en Brasil, en trayectos por Quilombo de Bracuí, Quilombo de São José, la ciudad de Pinheiral y el centro del Río de Janeiro.
En los quilombos y en Pinheiral, los puntos de memoria fueron identificados por los habitantes, descendientes directos de la última generación de africanos esclavos, en coordinación con las historiadoras que coordinan el proyecto. Son ellos quienes cuentan la historia local a partir de lo que escucharon de sus padres y abuelos.
“Hicimos una exposición a cielo abierto contando la historia de la hacienda, la historia de la estación y la historia del jongo. La única cosa que sobrevivió de la hacienda fue el jongo”, resalta Fatinha. El proyecto mapeó 12 puntos de la ciudad — incluidos la casa del Jongo, la estación ferroviaria, la iglesia matriz y una fiesta junina (fiesta tradicional celebrada en el mes de junio) “que duraba 15 días, con jongo todos los días”.
En Pinheiral, el lanzamiento del proyecto Passados Presentes en 2015 marcó también la inauguración del Parque de las Ruinas, donde estaba el antiguo caserón de la Fazenda São José dos Pinheiros. En octubre de 2016, los jongueiros de la ciudad empezaron a hacer allí un “picnic cultural”, llevando una vez al mes la danza del jongo a las ruinas del caserón. El 20 de noviembre, cuando se celebra el Día de la Conciencia Negra en Brasil, el grupo obtuvo una conquista más: el alcalde José Arimathea Oliveira firmó un término de cesión de tierras del Parque de las Ruínas para que el Grupo Jongo de Pinheiral construya ahí su sede. El jongo, al fin, volverá a casa.
*Griô o mestre(a) es todo(a) ciudadano(a) que se reconozca y sea reconocido(a) por su comunidad como heredero(a) de la tradición oral y que, a través del poder de la palabra, de la vivencia, dialoga, aprende y enseña, transmitiendo saberes y formas de hacer de generación a generación, garantizando la ancestralidad e identidad de su pueblo.
(*Texto publicado el 20 de noviembre de 2016)