Experiencias
Por IberCultura
Em31, Oct 2017 | EmChile | PorIberCultura
Centro Cultural y Colectivo Teatral La Mandrágora: una ventana a otro mundo
Fotos: Hugo Provoste
En un sector de Achupallas –la segunda población más grande de la ciudad de Viña del Mar (Chile), donde viven 40 mil habitantes- las canchas deportivas están todas cerradas. No hay plazas, no hay consultorios, no hay carabineros, no hay bomberos. Hasta hace tres años, tampoco había agua potable en ese sector nacido a finales de los 60. En la punta del cerro, sin embargo, está una casa multicolor que desde 2004 sirve de entrada para un mundo diferente de lo que se ve afuera: el Centro Cultural y Colectivo Teatral La Mandrágora.
En este espacio autogestionado hay un teatro para 120 personas, una biblioteca comunitaria con 3 mil ejemplares, una huerta dentro de un microbús, un patio lleno de niños, niñas, jóvenes y personas adultas, una sonrisa a cada canto. Entre las actividades desarrolladas de forma voluntaria y gratuita, se encuentran talleres de teatro, máscaras, trapecio, malabares, acrobacia, reciclaje y acroyoga. Las clases se imparten de miércoles a domingo, con 15 a 25 participantes por taller.
Además, La Mandrágora promueve anualmente el Encuentro Internacional de Teatro “Achupallas un Cerro de Cultura” (ETACC). Realizado hace más de 10 años, el encuentro cuenta con la participación de compañías de teatro nacionales e internacionales que muestran sus obras, dictan talleres y charlas de manera gratuita a las y los pobladores. No solamente en el centro cultural, sino también en las calles, plazas y colegios de los alrededores, en los sectores de Santa Julia, Achupallas, Miraflores y Villa Independencia, entre otros lugares de la comuna.
El comienzo
La Mandrágora se inició en 2001 como un grupo de teatro. Un equipo conformado por estudiantes de la Universidad Católica de Valparaíso que obtuvieron personalidad jurídica, ganaron recursos del Proyecto Fondart, compraron un microbús y salieron a viajar en Chile, desde Coquimbo en el norte hasta la Región de La Araucanía, llevando arte a lugares apartados, diferentes de los circuitos comunes de las grandes compañías de teatro.
“Recorrimos 40 comunas haciendo teatro. No íbamos al centro de las ciudades, sino que en las comunas más vulnerables”, recuerda el actor Cristian Mayorga Hevia, uno de los fundadores de La Mandrágora, que acabó abandonando la carrera de ingeniería en el último año para dedicarse solamente al teatro.
En 2004, cuando el colectivo decidió instalarse en Achupallas, la idea también era estar en un lugar apartado del centro, entregando y construyendo arte, buscando romper el ciclo de pobreza. Y ellos lo hicieron con sus propias manos, construyendo poco a poco la casa donde viven y trabajan, principalmente a partir del reciclaje. “Amamos la basura. Gracias a eso pudimos construir nuestro espacio”, afirma Cristian. “Acá no había nada. Y todo que está acá lo hicimos autogestionando.”
En etapas
Comenzaron por los espacios más básicos: el baño y la cocina. (Sí, se dormía ahí mismo, la cama quedaba al lado del comedor). Después, armaron la biblioteca. Hicieron una pequeña sala de teatro, la ampliaron, la elevaron para incluir un trapecio, pero el viento allí es muy fuerte y, en 2009, se voló el techo completo. El año siguiente, lo levantaron de nuevo y se volvió a volar. De ahí, la solución fue bajar el techo y llevar el trapecio para el patio, donde se mantiene desde entonces.
La micro que compraron con parte de los recursos recibidos del Proyecto Fondart ya estaba vieja, y como no tenían cómo mantenerla, transformaron el vehículo en una sala de computación. Después que la mayoría de los vecinos pasó a tener internet en los celulares, y las computadoras que les habían donado quedaron obsoletas, la micro pasó a albergar materiales reciclables (vidrios, plásticos, etc) y las más variadas plantas. Hace tres años está cubierta de verde, incluso con semillas de árboles como palto (aguacate), que ellos actualmente plantan en el cerro, en un proyecto de recuperación de espacios públicos.
Un referente
Los jóvenes integrantes del colectivo teatral fueron los primeros universitarios que llegaron a Achupallas con la intención de instalarse. “La gente decía: ‘ellos son universitarios, ellos saben todo’”, Cristian cuenta entre risas. Según él, los vecinos aparecían siempre cuando necesitaban algo. ¿Se le enfermó el hijo, tenía que hacer una tarea, quería construir una casa? Todo era motivo para ir a la casa de los estudiantes universitarios. “La Mandrágora se transformó en una especie de referente”, afirma. “Se transformó en la plaza, la cancha, el centro de madres…”
Para Francisco Rojo (“Pancho”), director de La Mandrágora, el hecho de que los integrantes del colectivo también vivan en la comunidad (no están “interviniendo”) les ha ayudado a tener esta buena relación con los vecinos. “Tenemos un horario de funcionamiento, pero es de pantalla, porque la gente llega en la noche. Uno quiere ayuda con la tarea, otro necesita alguien con quién conversar… Somos actores, psicólogos, pedagogos (risas)… Somos como una familia, y como esta es nuestra casa, de cierta manera sus problemas también son nuestros.”
El mismo Pancho llegó a La Mandrágora como alumno y se acabó quedando. Tenía 17 años y venía de Valparaíso para participar de un taller de máscaras, justo cuando el grupo organizaba en el cerro su segundo Encuentro de Teatro. “Estaba haciendo teatro en el liceo, también interesado en el movimiento social, y este espacio me pareció perfecto. Ahí me fui involucrando, empecé a venir un día, dos, tres, cuatro, hasta que me vine a vivir”, cuenta. Hoy, a los 28 años, es uno de los profesores, uno de los siete que ocupan la parte residencial del centro cultural, además de representante legal de la organización. “Todo lo que sé de teatro, circo, trapecio, gestión, lo aprendí en este espacio.”
Sin prejuicios
Pancho se refiere a La Mandrágora como una “escuela”, “una escuela libre” donde todos son parte del proceso de creación de lo que se quiere hacer. Cristian, a su vez, llama la atención para el “espacio de liberación” en el que se transformó la organización: “Acá no se discrimina a nadie por nada”. Personas con esquizofrenia, con obesidad mórbida, o mismo jóvenes homosexuales que se sienten discriminados en otros lugares, encuentran en La Mandrágora un espacio de respeto, de protección.
“Para mi familia, La Mandrágora fue una ventana”, cuenta Amanda Guajardo, pobladora que vive un poco más arriba del centro cultural. “Acá en el cerro no hay un espacio para las familias, una placita, un lugar donde uno diga ‘anda, juega a la pelota tranquilo’. Sabemos lo que pasa afuera, niños de la edad de mi hijo mayor están en la pasta base, tirando piedras. Por eso, cuando escuchamos unas voces y tambores llamando a la comunidad para que participara en la actividad, fue ¡‘oooh, aquí está, se abrió un mundo!”
Se va a cumplir un año desde que Amanda y sus tres hijos pasaron a frecuentar el espacio, participando de varios talleres incluso los fines de semana y las vacaciones. “Ha sido súper importante este lazo que se ha formado. Esta es nuestra nueva familia con los chiquillos. Nunca hubo discriminación, no nos cuestionaron nada, en ningún momento nos miraron raro. Éramos uno más y así ha sido hasta el día de hoy”, ella señala.
Medioambiente
Quedaron tan cercanos que Amanda hoy también es parte de uno de los más recientes proyectos del colectivo, el “Acupunturarte”. La iniciativa se desarrolla en el cerro detrás del sector de Achupallas, en el campamento Manuel Bustos, una de las ‘tomas’ más grandes de Chile, donde los integrantes de La Mandrágora ayudan a construir una plaza con huertas comunitarias y a levantar un centro cultural propio del territorio, llamado Nendo dango.
“Nendo dango” es el nombre que se da a las «bolas de arcilla», el método de las bombas de semillas utilizado para repoblar bosques y otras zonas naturales degradadas, sin perjuicio al suelo. Y es así, con esta apuesta por el verde, con los conocimientos adquiridos en los talleres de medioambiente y permacultura, que el grupo pretende ayudar a cambiar la realidad del campamento , un lugar marcado por la violencia y drogadicción.
La inspiración para “Acupunturarte” vino de la idea de insertar “puntos de cultura” en los lugares más críticos del cuerpo (o del “Do-in antropológico”, como decía Gilberto Gil, ex-ministro de Cultura de Brasil, al implementar el programa Cultura Viva en el país). La idea nació con el amigo Ricardo Ribeiro (de la compañía Colectores de Sueños), uno de los brasileños que actúan como colaboradores frecuentes del Encuentro Internacional de Teatro promovido en Achupallas.
Los intercambios
El dramaturgo brasileño Anderson Feliciano es otro de los “embajadores” de La Mandrágora que hace años va y vuelve a la punta del cerro. Fue el primero a participar de la Residencia Mandrágora, iniciativa que prevé alojamiento gratuito (por período de 3, 6 o 12 meses) para un estudiante o profesional que quiera realizar de forma voluntaria intervenciones socio-artísticas educativas para la comunidad. Se insertó tan bien en el grupo que no pierde una oportunidad de volver para un taller o una presentación. “Es siempre una alegría estar acá”, afirmó el brasileño, de vuelta al ETACC este año por sexta vez.
“Las compañías que vienen para los encuentros de teatro hacen intercambio también con las familias. Se alojan en las casas de los vecinos, y nosotros ayudamos con alimentación. Hay compañías que tienen más conexión con estas familias que con nosotros (risas). Hay una parte más afectiva que nace ahí y qué es lo más maravilloso del intercambio cultural”, comenta Cristian. “Algunas familias nos preguntan: ¿por qué en la casa de la vecina se recibió a una compañía y en la mía no se ha quedado nadie? Tenemos una pieza ahí, podemos desocupar…”, añade Pancho con una sonrisa.
El ejemplo
Aunque La Mandrágora haya logrado tener una cierta visibilidad en la región, especialmente por la manera con que trabaja desde la autogestión, Cristian resalta que hay muchas otras organizaciones en los cerros de Viña del Mar y otras zonas que como ellos “están en una dinámica de construcción cultural” y no reciben ningún financiamiento para eso. “Solamente en Viña hay 19 espacios que hacen lo mismo que nosotros”.
Para él, más allá del ámbito artístico-cultural, es compensador ver la sonrisa de un niño, saber que la mayoría de los alumnos que han pasado por La Mandrágora hoy son jóvenes que estudian, trabajan y tienen sus familias. “Acá en el sector nadie iba a la universidad, y ahora algunos ya van. Familias que nunca habían tenido esta posibilidad, al participar de La Mandrágora, se les abrió un mundo completamente diferente.”
(*Texto publicado el 31 de octubre de 2017)
Sepa más:
www.facebook.com/www.mandragora.cl/