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28

Dic
2015

Em Noticias

La ecuación de la Cultura Viva: PC = ( a + p ) r

Em 28, Dic 2015 | Em Noticias |

Por Célio Turino*

La cultura viva, la cultura que hacen las personas, la cultura como proceso, las diferentes interpretaciones de la realidad, los deseos, los sueños, los modos de ser, el arte, la tradición y la invención conviviendo juntas, promoviendo la permanencia y la ruptura al mismo tiempo. La cultura muerta, la cultura producida “al margen” de las personas, la cultura como producto, las interpretaciones acabadas, los deseos fabricados, los sueños dirigidos, los modos de ser que reproducen aquello que otros quieren que sean nuestros “modos de ser”, el arte ya listo, la tradición perdida, la invención robada, la permanencia de lo que no debe permanecer y la ruptura con lo que no debe romperse. La cultura puede unir, pero también puede ser un medio de distinción entre las personas, separando, segregando, haciendo odiar lo diferente. De ahí la necesidad de un sustantivo compuesto, la Cultura Viva.

La cultura está viva porque está siempre en mutación y se reproduce sin perder el tenue hilo de la historia, uniendo pasado, presente y futuro. Pero puede estar muerta, cuando se fosiliza, se burocratiza, se aliena, dejándose comandar ya no por los designios de la vida, sino por las reglas y normas del sistema. Una cultura que no se aliena es aquella que no teme la vida, que se expande por el ambiente, por las personas, por la imaginación. Y, al actuar así, está siempre del lado del arte. El arte concebido como habilidad humana, del latín Ars, o Artem, que significa “capacidad de realizar algo”. Comprendido de esta manera, el arte está presente en todos nosotros.

Como habilidad cultivada, del latín colere, el arte nos remite al cultivo, más precisamente al “cuidado de las plantas”, de tal modo que cuanto más se cultiva el arte, más se cultiva la humanidad; así, el arte y la cultura es aquello que nosotros, humanos, realizamos sobre nuestro medio y sobre nosotros mismos. En principio, buscando una transformación para mejor, como se hace con el cultivo de las plantas, a través de la agricultura. La cultura también nos remite a cultus, culto religioso, reverencia y respeto para con algo o alguien.

 

Baiana do acarajé no lançamento da plataforma Oyá Digital. Foto: Lia de Paula/MinC

Foto: Lia de Paula/MinC

La Cultura Viva como sustantivo compuesto también nos permite romper con un concepto antropológico clásico, en el que la cultura es lo opuesto a la naturaleza, o “aparte del ambiente hecho por los humanos”. Según este concepto antropológico, la naturaleza existe “por sí”, independientemente de quién le de significado y la cultura solo existe a partir de las interpretaciones y expresiones producidas previamente, solo existe tras la construcción de significados y significantes producidos por la mente humana. Para la Cultura Viva el concepto es otro y se expresa mediante la siguiente ecuación: Cultura + Naturaleza = Cultura Viva.

Al asumir el concepto Cultura + Naturaleza = Cultura Viva, la Cultura Viva se distancia del concepto occidental (o europeo) de cultura para aproximarse al concepto y ética de los pueblos originarios de este continente que vino a llamarse América. Es cuando la Cultura Viva se encuentra con el Buen Vivir, otro sustantivo compuesto. Sumak kawsai, en quechua, Suma qamaña, en aimara, Tekó porã, en guaraní, una filosofía que está en nuestro alma ancestral, que significa “vivir en aprendizaje y convivencia con la naturaleza”. Aquí no se trata apenas de asumir la cosmología de los primeros pueblos de las Américas, sino de resignificar un concepto político, económico y social que hace referencia a la visión de esos pueblos, a partir de ellos y con ellos. Somos “parte” de la naturaleza (o “polvo del universo”, como la física ya demostró) y, para nuestra propia supervivencia como especie, es preciso romper, de una vez por todas, con la idea de que podemos continuar viviendo “al margen” de la naturaleza.

El mundo, más allá de los humanos, está poblado de muchos seres, también dotados de sentimientos, conciencia y alma; el Ajayu del mundo andino, la energía vital que fluye en el universo en onda vibratoria, conforme los pueblos del Xingú, en la Amazonia brasileña, cada especie se ve a sí misma y a las otras especies a partir de “su” perspectiva, de modo que las relaciones entre todos los seres del planeta (incluyendo animales, vegetales y minerales) tienen que estar encaradas como una relación social, entre sujetos, en la que cultura y naturaleza se funden en humanidad, o, en Cultura Viva.

 

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Foto: Oliver Kornblihtt

La Cultura Viva como Buen Vivir se afirma en la profunda conexión e interdependencia con la naturaleza, en la vida a pequeña escala, sostenible y equilibrada, teniendo como fundamento las relaciones de producción autónomas y autosuficientes. También se expresa en la articulación política de la vida, en prácticas construidas en espacios comunes de socialización, colectivos culturales y artísticos, juegos y manifestaciones en parques, jardines, teatros, museos, bibliotecas, huertas urbanas o palacios; no importa el local, porque la vida se extiende en abundancia y ocurre donde puede ocurrir.

La Cultura Viva, así como el Buen Vivir, también puede ser entendida como una oposición al “Vivir Mejor” capitalista, sustentado en la máxima explotación de los recursos disponibles, hasta que las fuentes básicas de la vida se agoten. La búsqueda por una vida más justa, contraponiéndose a la inequidad propia del capitalismo, en el que apenas unos pocos pueden vivir bien en detrimento de la gran mayoría. La Cultura Viva es, por tanto, creativa, solidaria, sostenible. Es lo opuesto a la cultura que todo transforma todo – y a todos – en cosa. Es el derecho de amar y ser amado, con el florecimiento saludable de todos los seres, con la prolongación indefinida de las culturas, y su recreación e intersección, el tiempo libre para la contemplación, la ampliación de las libertades, capacidades y potencialidades de todos y de cada uno. Es la cultura de la alegría y de la amorosidad.

Al aproximarse al Buen Vivir amerindio, la Cultura Viva también se aproxima a la ética y la filosofía ancestral africana. Ubuntu: “yo soy porque nosotros somos”. Vivir en Cultura Viva es romper con el individualismo, es la sensación de pertenencia a la unidad en la diversidad. Esto es lo que explica que la idea de la Cultura Viva esté floreciendo por las Américas y ahora por el mundo. No se trata de una simple política pública para organizar el quehacer cultural, sino de un modo de colocar la emancipación y la ciudadanía en nuevos patamares, en los que la interdependencia y la colaboración se realizan en diálogo, consenso, inclusión, comprensión, compasión, de manera compartida, con cuidado y solidaridad.

 

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Foto: Oliver Kornblihtt

La humanidad de todos y de cada uno está indisolublemente vinculada a la humanidad de los otros. Por eso los encuentros de la Cultura Viva son festivos, acogedores, generosos. Y así se hacen fuertes, potentes, resilientes. No se puede practicar la Cultura Viva sin estar abierto y disponible para los otros y con esta actitud la persona no se siente intimidada, gana coraje y autoconfianza para colocarse en el mundo. Y esto no significa “vencer a cualquier costo”, pues nunca se está bien si nuestro entorno no está bien.

Cultura Viva con Buen Vivir y Ubuntu es descolonizar cuerpos y mentes, asumiendo otra perspectiva, en la que la ética y la filosofía de pueblos, antes despreciados en sus formas de conocimiento, ahora es valorada en plenitud, sea en los momentos de reflexión, contemplación o en la práctica cotidiana. Por eso los encuentros de la Cultura Viva ocurren en el medio de las rodas, peñas y cirandas, con mucha fiesta, en la que todos se miran sin jerarquías. Desde jóvenes de la cultura digital a grupos de cultura tradicional, del arte experimental y de vanguardia a la cultura de la calle, de las aldeas indígenas y asentamientos rurales a las favelas y universidades, de las bibliotecas comunitarias a los teatros nacionales, de los museos más completos a las exposiciones en parques públicos. Cabe todo en la Cultura Viva, cabe todo porque la cultura está viva.

La Cultura Viva se expande por las Américas como una macro-red, en la que, a partir de afectos, deseos y voluntades, los grupos de cultura comunitaria se fueron integrando en una gran red de conexión. Pero al mismo tiempo que es macro, también es micro y se realiza en las comunidades, a partir de la identificación y fortalecimiento de los Puntos de Cultura.

¿Qué es un Punto? La unidad, la base de una red, sin dimensiones o forma pre-determinadas. El Punto es independiente de la forma, pero se realiza en el espacio y es, por tanto, localizable e identificable en el territorio. Como la Cultura también es una abstracción, la mejor palabra para dar forma a un concepto igualmente abstracto sería Punto, o punctos, que, en latín se refiere a un lugar determinado en el que se da la intersección de condiciones para realizaciones específicas. Basta una pequeña señal para que la cultura ocurra, pero como ella también es infinita, sería necesaria la utilización de una palabra que representase esa señal sin límites y que, al mismo tiempo, estuviese constituido por infinitas partes. De ahí el Punto de Cultura, como una forma de expresión de la micro-red, realizada en el territorio.

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Foto: Thiago Nozi

Un Punto de Cultura condensa la Cultura Viva en la medida en que sus acciones se desarrollan con autonomía y protagonismo. O sea, no podemos interpretar un Punto de Cultura como un simple punto de conexión, apenas como un punto de recepción e irradiación de cultura, y sí como un espacio libre para la interpretación y realización de la cultura. Un punto de ebullición, en el que ocurren cambios cualitativos, que dependen de las condiciones de presión y temperatura. De esta forma, cada Punto es diferente del otro, pues, en cada uno, las realidades son distintas. Las personas, las historias, los recursos, el ambiente, las condiciones, todo es diferente; pero al mismo tiempo igual, o próximo, y hay que identificar estos puntos de aproximación.

Si en la forma cada Punto de Cultura es diferente entre sí, en la esencia todos son muy parecidos. Para comenzar, hay que tener alguien (o varios) con mucha potencia, con mucha voluntad, con mucho compromiso. No importa si la persona es del local o no, lo que importa es el compromiso, la disposición y la perseverança (hay que perseverar mucho para que la cultura ocurra).

Hay que tener también personas dispuestas a dar y recibir. Cuando alguien llega pensando que sabe todo y que va enseñar a los otros, llega equivocado. Pero cuando alguien recibe creyendo que no tiene nada que recibir, la ebullición tampoco ocurre. Tampoco cabe conformarse o acomodarse. Hay que inventar siempre y nunca parar de descubrir. Estas son las condiciones básicas, después, todo el resto se resuelve.

¿Local? Puede ser el coro de una plaza, la sombra de un árbol, un garaje, un quiosco, una casa abandonada, y también un centro cultural muy bien equipado (¿por qué no?). ¿Recursos? Primero los de dentro, los de la propia comunidad, las voluntades, la creatividad; pero eso solo no basta, hay que colocar el Estado a servicio de su pueblo, y la cultura es un derecho básico, por eso los gobiernos deben prever presupuesto para asegurar la acción cultural en las comunidades; pero no un recurso de “fuera para adentro”, que ya viene en formatos listos, elaborados por gestores públicos que conocen poco la realidad local, y sí recursos para que la propia comunidad desarrolle su acción conforme sus deseos y necesidades, un recurso para que la cultura se realice “de dentro para afuera”.

 

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Foto: Thiago Nozi

 

¿Intercambio? Sin intercambio, sin troca, la cultura no se realiza, no progresa y solo retrocede; hay que tener disposición para, además de fortalecer la identidad, también ejercitar la alteridad; trocas de todos los modos, de todas las formas, con todas las gentes, fue así como nos realizamos como humanidad, y así recuperaremos nuestra humanidad. ¿Comunicación? La cultura solo se realiza a partir de una acción comunicativa, sea una simple palabra, expresión o deseo fijado en una caverna para que las generaciones futuras sepan que alguien pasó por allí; la comunicación ocurre solo a partir de un mensaje, una cultura por tanto, pues, sin cultura que transmitir, no hay lo que comunicar; de esta forma cultura y comunicación deben caminar juntas, pues cuando una se distancia de la otra, alguien impone su cultura sobre los demás. Después, es juntar todo, personas, conocimientos, creatividad, curiosidad, local, recursos, intercambios y comunicación. Así se coloca la cultura en movimiento: con referencias, preservando e inventando, con formación, producción, creación y difusión.

Cultura es compartir, es participar de algo, es tornar común. Eso explica la simplicidad de un Punto de Cultura, para que pueda ser expandido por todos los lugares, por todos los corazones y mentes. Si el planeta es la estructura de nuestra “casa común”, la cultura es el flujo, el soplo que mantiene viva nuestra “casa común”. Pero para que un Punto de Cultura se realice en toda su potencia, hay que velar por la autonomía y protagonismo de las comunidades, de las personas que hacen que un punto sea vivo.

Autonomía es libertad, es la capacidad de gobernarse por los propios medios y, en este sentido, es la propia realización de la voluntad humana de autodeterminarse. Sin embargo, cuanto más avanzan las civilizaciones en la explotación de los recursos y en la construcción de sistemas de distribución y control de los recursos, más se aleja la humanidad de la autonomía. Cultura no es siempre sinónimo de liberación, pues también hay cultura que oprime, la historia de la colonización de América Latina es prueba viva de ello. Así, como forma de dominación, ella también se vale de los mismos mecanismos de heteronimia empleados por los poderes político, económico, religioso o social: dependencia, sumisión y subordinación.

 

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Foto: Thiago Nozi

Una cultura que libera necesita caminar en sentido opuesto, no pudiendo ser paternalista, patriarcal, asistencialista. Es difícil, pues incluso personas, movimientos y partidos que se presentan como progresistas y libertarios normalmente ceden a la tentación de perpetuarse en el mando a partir de la reproducción de relaciones de dependencia, sumisión y subordinación de los otros. Pero hay que perseverar y cultivar los medios para que las personas ejerciten su autonomía, de modo que gestionen libremente sus vidas y a partir de sus propias elecciones.

Para ello, además de la autonomía, hay que fomentar el protagonismo de las comunidades. Del latín proto– principal, primero – y agonistes– luchador. Hay que asumir el palco, hay que hablar con la propia voz, hay que tomar la narrativa de la historia “para sí”. Protagonismo es otro componente del cual una acción cultural que se pretenda emancipadora nunca podrá prescindir. El “indio por el indio”, “el joven de las calles por el joven de las calles”, “las comunidades por las comunidades”, “las mujeres por las mujeres”, “las comunidades tradicionales por las comunidades tradicionales”.

Cultivar autonomía y protagonismo es apoderarse de los grandes espejos de la sociedad y de sus medios de narrativa. No basta hablar apenas en las comunidades, con las comunidades y para las comunidades, hay que ir más allá y asumir los medios de producción y difusión audiovisual y de construcción del discurso, sea realizando los propios filmes, documentales, ficción, registrando las propias imágenes, contando las propias historias, haciendo su propio arte. E ir para afuera, y hablar con los otros, por sí y para sí.

 

Aldeia Multiétnica no XV Encontro de Culturas Tradicionais da Chapada dos Veadeiros. Foto: Oliver Kornblihtt

Foto: Oliver Kornblihtt

La autonomía y el protagonismo son condiciones indispensables para romper jerarquías sociales y construir nuevas legitimidades. No como un proceso impositivo, de negación del otro, sino para que se establezca una nueva relación de equilibrio y diálogo entre las personas, entre clases y grupos sociales y entre vida y sistemas.

Pero aún así no basta. Cuando circunscritas a apenas un punto, la autonomía y el protagonismo pierden potencia, pudiendo transformarse, incluso, en base para nuevos fundamentalismos, para verdades acabadas y falta de diálogo. Necesitamos ir más allá y conectar cada uno de esos puntos en una gran plataforma de inteligencia y acción colectiva para la Cultura Viva entre los pueblos. Ahí es donde la articulación en red gana un papel estratégico, pues solamente a través de la potencia de las redes, establecida por la intersección entre puntos autónomos y protagonistas, será posible dar un salto cualitativo (tal cual la transformación del agua entre los estados líquido, gaseoso o sólido) en las relaciones sociales, políticas, económicas y culturales.

En el fondo, este debe ser el gran objetivo de un Punto de Cultura: la emancipación humana. Es una emancipación realizada con afecto, de ahí la importancia del arte, de la alegría y de la solidaridad. De tal forma que todo lo que fue dicho en estos párrafos también puede estar condensado en una simple ecuación más:
PC = ( a + p ) r (Punto de Cultura igual a autonomía + protagonismo elevado a la potencia de las redes – y cuanto más redes, ¡mejor!)

 

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    Foto: João Caldas

    Célio Turino es historiador, escritor y gestor de políticas públicas. Fue Secretario de Ciudadanía Cultural del Ministerio de Cultura de Brasil entre 2004 y 2010.

 *Fuente: Este artículo forma parte del libro Cultura Viva Comunitaria: Convivencia para el bien común, presentado en el 2º Congreso Latinoamericano de Cultura Viva Comunitaria, en San Salvador, en octubre de 2015 (Compilación y edición: Jorge Melguizo)
(Foto en destaque: Oliver Kornblihtt)