Experiencias
Por IberCultura
EnEm 17, Jun 2021 | Em Costa Rica | Por IberCultura
Asociación Masaya: un mundo más solidario a través del teatro y del aprendizaje cooperativo
(Fotos: Asociación Masaya)
En Costa Rica existe una asociación sin fines de lucro integrada por personas que están convencidas de que un mundo más solidario es posible a través del aprendizaje cooperativo y del arte como herramientas de transformación. Creada en 2007 en Caracas, Venezuela, la Asociación Masaya (Teatro Más Convivencia) está presente desde 2012 en Costa Rica, dónde ha capacitado a diferentes personas (líderes de comunidades y del ámbito educativo) para que puedan mejorar las relaciones multiplicando espacios de convivencia en sus ámbitos de trabajo. A ellas les gusta llamar “personas multiplicadoras de solidaridad”.
En la Metodología Masayera, para lograr una sana convivencia en comunidad es necesario que cada persona esté atenta al autocuidado (o “auto-cuido”, cómo le dicen en Masaya), aquí entendido como el cultivo y cuidado del yo de una manera integral, y al que ellos llaman de “colecti-cuido”. Para la asociación, “colecti-cuido” es la intención de una comunidad de cuidarse entre sí, valorando y motivando el autocuidado de manera colectiva.
Una persona masayera, según el glosario de la organización, es aquella que asume el aprendizaje cooperativo como estilo de vida. Con sus errores y aciertos, busca posibilitar relaciones solidarias y disfrutar los diferentes retos que se dan al vivir y convivir en comunidad. Atenta al autocuidado, busca mantener un equilibrio entre la energía que sale de sí, y la que logra recargar. Y sabe de la importancia de seguir constantemente en formación.
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Las capacitaciones
Transitando del “auto-cuido” al “colecti-cuido”, la Asociación Masaya ofrece servicios de formación como el Programa Redes de Apoyo Mutuo, dirigido a habitantes de comunidades que quieren mejorar la forma en que autogestionan sus procesos de vinculación comunitaria. La iniciativa abarca cinco áreas: integración comunitaria, herramientas de facilitación, gestión de eventos comunitarios, plan de gestión para la captación de fondos y tecnologías de información para el fortalecimiento comunitario. Otro programa masayero, la Metodología SEn (Sentir Educándo-nos), está centrado en motivar y acompañar al personal del ámbito educativo.
Además, la organización cuenta con talleres de corta duración para facilitar procesos grupales. En el taller “Actuando en Común-Unidad”, por ejemplo, se intercambian conocimientos, aciertos y desaciertos al educar en diversidad de contextos. En el taller “¿Cómo facilitar procesos grupales?”, con las herramientas del teatro y el aprender cooperativamente, han encontrado una forma de posibilitar mejorar la cohesión grupal de equipos de trabajo (de empresas, ONGs e instituciones educativas).
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Primeros talleres
Cuando decidieron crear la organización en Caracas, en el año 2007, Vyana Preti y Ricardo Salas Correa trabajaban en la producción de musicales. Entre una función y otra, conversando sobre cómo podrían llevar a otros lugares el “caos positivo” que vivenciaban con el elenco detrás del escenario, decidieron unir la experiencia que desde niña tenía Vyana en las artes escénicas y Ricardo en el quehacer comunitario. Y así pasaron a realizar talleres con enfoque a herramientas de facilitación y cohesión grupal.
Otras personas fueron se incorporando a la propuesta masayera y rápidamente se dieron cuenta de su potencial para trabajar en comunidades bajo el estigma de la violencia. Teniendo el teatro como una herramienta fundamental de expresión, que potencializa los espacios de convivencia, fueron jugando y creando herramientas pedagógicas, técnicas grupales, documentando y compartiendo los aprendizajes.
Cuando se refieren a técnicas grupales, las y los masayeros lo usan como un genérico que abarca ejercicios teatrales, dinámicas de grupo y juegos cooperativos. En el sitio web de la organización hay una serie de técnicas grupales para reproducir, así como “5 sugerencias” para temas variados. Entre ellos, cómo documentar procesos grupales, cómo realizar actividades comunitarias al aire libre, cómo hacer convocatorias en comunidades, cómo trabajar en red entre organizaciones o cómo usar música como recurso pedagógico, por ejemplo.
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Puntos de Cultura
La Asociación Masaya fue seleccionada tres veces en las convocatorias de Puntos de Cultura lanzadas por el Ministerio de Cultura y Juventud de Costa Rica. En 2016, el proyecto desarrollado fue “Punto Teatro”, que tenía como objetivo crear una red de apoyo solidario entre organizaciones provenientes de comunidades estigmatizadas como violentas. En 2019, el proyecto “Removernos” dio continuidad a un proyecto realizado en la Escuela Inglaterra, por parte del Colectivo R3M, donde trabajaban con niños y niñas el abordaje de habilidades socio-emocionales a través de clases de danza. (La asociación trabajaba en paralelo con las/los docentes, con la Metodología SEn).
En 2021, el proyecto ganador de la convocatoria de Puntos de Cultura fue “Conexiones empáticas”, una serie de talleres previos al 3º Festival Internacional Comunitario (FIC): Cultura Periférica, que este año se desarrollará en modalidad virtual, del 6 al 19 de septiembre. El 3º FIC es una producción conjunta de Masaya y dos colectivos brasileños: el Grupo Levante de Teatro del Oprimido y el grupo de teatro de mujeres negras Morro Encena. La primera edición del festival tuvo lugar en la comunidad La Carpio, en Costa Rica. La segunda, en 2019, se llevó a cabo en Belo Horizonte, Brasil.
Cori Salas Correa, hermana de Ricardo que vive en Brasil y también es parte de la junta directiva de la Asociación Masaya, fue quien hizo la conexión con las organizaciones brasileñas. “Su disposición a conectarnos con otras iniciativas socioculturales ha sido clave en este proceso”, comenta Ricardo en entrevista por e-mail al programa IberCultura Viva.
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Quiénes son
Venezolano que reside en San José (Costa Rica) desde 2012, Ricardo Salas Correa es pedagogo graduado en la Universidad Católica Andrés Bello (Caracas), con postgrado en Gestión de Emprendimientos y Ciudades Creativas (Universidad Nacional de Córdoba, Argentina). Desde su infancia ha estado ligado al trabajo comunitario y participado en diferentes organizaciones sociales, y en los últimos años se ha especializado en formación de formadores.
Layly Castillo Lucena, que comparte con él la entrevista, también es venezolana y cofundadora de la Asociación Masaya. Educadora con más de 15 años de experiencia, profesora egresada de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador (Vargas, Venezuela), se ha dedicado a compartir y aprender conocimientos en diversos escenarios educativos, asumiendo roles como coordinadora pedagógica y directora, además del trabajo de aula con niños y niñas en varios centros de educación inicial.
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Entrevista// Ricardo Salas y Layly Castillo
Masaya surge en 2007, en un contexto de violencia en Venezuela. ¿Cómo se dio esta relación entre lo que pasaba en los musicales en los que ustedes (Ricardo y Vyana) trabajaban y el quehacer comunitario?
Ricardo: Me crié en el contexto de un movimiento cooperativo de base, en la ciudad de Barquisimeto, Venezuela, llamado Red Cecosesola, por lo que lo comunitario lo he traído conmigo desde antes que naciera. Por ello, cuando me gradué como pedagogo quería poner los aprendizajes que fuera adquiriendo al servicio de acciones con impacto social. Por otra parte, Vyana (Preti), desde niña había estado ligada al mundo del teatro tanto como actriz, como en producción. Sumado a esto está el hecho que en la Venezuela del 2007 las violencias urbanas se hacían sentir con mucha fuerza en diferentes ámbitos. Y en comunidades bajo el estigma de la violencia el promover una mejor convivencia cobraba mucha mayor relevancia.
Por todo lo anterior es que estando detrás del escenario de los musicales, función tras función, Vy y yo fuimos conversando sobre cómo podíamos fusionar lo comunitario y las herramientas teatrales a favor de sumar en el gran problema de las violencias en Venezuela.
Desde el principio la idea era capacitar a personas líderes de comunidades y a personas educadoras? ¿Para que pudieran ser multiplicadoras de la metodología?
Ricardo: Desde el 2007 y hasta el 2016 hacíamos capacitaciones tanto a personas líderes comunitarias, personas educadoras como comunidad en general (niños, niñas, jóvenes, personas adultas…). Fue a partir del 2017 que identificamos, luego de toda la experiencia vivida, que si queríamos generar un mayor alcance de nuestro impacto social era fundamental centrarnos solo en personas que pudiesen multiplicar espacios de formación a través de nuestra Metodología Masayera.
Por ejemplo, ahora en lo que respecta a procesos formativos en comunidades bajo el estigma de la violencia, en vez de ir a dar un taller para la comunidad en general y que quede muy lindo y de excelente calidad, pero que al irnos no hay muchas posibilidades de que eso genere un cambio sostenible, ahora, nos centramos sólo en las personas que lideran los procesos grupales de dichas comunidades y con ello poder generar una mayor escalabilidad, ya que al irnos, dejamos a personas de las propias comunidades con herramientas para que multipliquen lo aprendido.
¿Cómo gestionar reuniones vecinales eficientes? ¿Cómo grabar videos con celular para sistematizar y difundir procesos comunitarios? ¿Cómo producir eventos comunitarios? … son parte de las interrogantes que en colectivo resolvemos en nuestras capacitaciones para personas líderes comunitarias.
Con la mudanza de Venezuela para Costa Rica, ¿hubo algún cambio en relación al público con el que trabaja la asociación? ¿Ustedes continúan trabajando en Venezuela o en colaboración con colectivos venezolanos?
Layly: Cambiaron muchas cosas. En Venezuela, éramos una cooperativa y era muy variado el público con el que compartimos, desde niños y niñas hasta personas adultas educadoras, facilitadoras y líderes de comunidades; muy sabroso tener la posibilidad de explorar lo que nos encanta hacer y así ir descubriendo con el tiempo en que nos centraríamos.
Ya en Costa Rica registramos a Masaya como una empresa, era para ese momento lo más sencillo, ya que nos permitía seguir en un nuevo país haciendo lo que nos apasiona, requiriendo solo dos personas para registrarla. Seguidamente, cuando ya éramos un equipo un poco más grande, nos registramos como una asociación sin fines de lucro, y continuamos trabajando con todo público, es decir, con toda comunidad o grupo de personas que requiriera apoyo para obtener herramientas para mejorar su convivencia. Pasado el tiempo, y luego de muchos aciertos y desaciertos, fuimos centrando nuestro quehacer a personas educadoras y personas líderes comunitarias, a las que nos gusta llamar personas multiplicadoras de solidaridad.
Actualmente trabajamos y colaboramos con personas en Venezuela y con venezolanos que hacen vida en otros países también. Un ejemplo es Cecosesola, con quienes compartimos muchas experiencias desde lo presencial, como ahora en lo virtual.
Ustedes trabajan con talleres contratados y también con procesos de capacitación gratuitos a personas líderes y educadoras. ¿La contratación ayuda a financiar los procesos gratuitos?
Ricardo: Así es, nuestro modelo de negocio (a diferencia de muchas ONG´s) depende en un 99% de la venta de servicio (no de donaciones) a instituciones -y personas- que cuentan con el dinero para pagar por nuestros servicios de formación, y como somos una organización sin fines de lucro, el dinero adquirido como «ganancia» se reinvierte en un 100% en el impacto social de nuestro quehacer. Por lo que esto nos permite que con la venta de los servicios, financiamos las acciones que a bajo costo -o sin costo alguno- generamos para personas líderes y personas educadoras. Algunas de estas acciones son: Banco de Recursos pedagógicos ubicados en nuestra web, producción y difusión de videos educativos, realización de las sesiones de Masaya Puertas Abiertas, donaciones de cupos a nuestro curso asíncrono llamado ¿Cómo facilitar clases virtuales cautivadoras?, entre otras acciones de impacto social.
¿Ya pueden ver los resultados de esos años de trabajo en las comunidades?
Ricardo: A nivel de las relaciones humanas que mantenemos con estas personas, lo que vamos viendo que van replicando y cómo nos expresan que recuerdan positivamente lo aprendido, podemos decir con toda la certeza que sí. Sólo debemos reconocer que requerimos profundizar la forma en que desde Masaya medimos el impacto de nuestro quehacer. Nos emociona saber que con nuestras experiencia de más de 13 años, hemos impactado a más de 6.000 personas, coproduciendo historias con más de 70 organizaciones del sector público y privado, que hacen en vida en diferentes países de América Latina, a través de modalidad presencial, virtual y mixta.
Ustedes fueron seleccionados en la convocatoria Puntos de Cultura del Ministerio de Cultura y Juventud 2021. ¿Ya habían sido seleccionados antes con otros proyectos, no? ¿Han establecido una buena relación de trabajo colaborativo con el Estado?
Layly: Sí, tenemos la alegría de decir que somos la primera asociación en Costa Rica en ganar 3 veces la convocatoria de Puntos de Cultura. La primera fue en 2015, la segunda en 2019, y ahora en 2021 con el proyecto «Conexiones Empáticas». Tenemos una relación muy transparente y de confianza con personas que forman parte de este fondo concursable, y esto ha sido posible gracias al buen manejo que le hemos dado siempre al apoyo de puntos de cultura. Hemos aprendido a ser más eficientes en la aplicación de presupuestos, en la sistematización del proceso y hemos siempre mostrado con evidencia el buen manejo de los fondos. Nos sentimos agradecidas, ya que sin duda ha representado una escuela.
La Asociación Masaya es una de las organizadoras del Festival Internacional Comunitario, en colaboración con dos grupos de Belo Horizonte (Brasil). De qué manera los intercambios con grupos de Brasil y Argentina han contribuido para el trabajo de la asociación?
Ricardo: En la Metodología Masayera asumimos el aprendizaje cooperativo como un estilo de vida, y lo hacemos porque estamos convencidas que trabajando/aprendiendo con otras personas la vida se hace más sabrosa, y coproducir el Festival Internacional Comunitario (FIC) no ha sido la diferencia. En las dos primeras ediciones, así como en esta que haremos en pocos meses, el poder trabajar en equipo junto a personas de diversas nacionalidades y realidades es una maravilla.
Es importante resaltar que en cada edición ha variado las organizaciones que lo coproducimos, pero donde siempre nos hemos mantenido el Grupo Levante y nosotras de Asociación Masaya. En la 3era edición, sumamos como organización co productora a Morro Encena, así que estamos super felices de contar con este gran equipo, más todas las personas que de una u otra manera apoyan nuestro quehacer, como por ejemplo Celina Morder y Estefanía Castillo, quienes tienen un rol fundamental en todo lo referido a la difusión.
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Una curiosidad: leí que desde la infancia has estado ligado al trabajo comunitario… De qué manera? Tus padres tenían algún trabajo con/en/para la comunidad?
Ricardo: Mi padre y mi madre desde hace más de 40 años forman parte de la Red Cecosesola, conformada actualmente por más de 50 organizaciones comunitarias sin fines de lucro, en diversas actividades, como abastecimiento, funerario, autofinanciamiento, salud y entre otros. Aquí podrán conocer detalles de esta importantísima organización 100% autogestionaria que genera incidencia en más de 5 estados de Venezuela.
La Red Cecosesola ha sido parte de todas las ediciones del FIC, facilitando una sesión de taller/conversatorio como organización invitada, tanto en Costa Rica como en Brasil. Por lo que no es casualidad que en «Conexiones Empáticas», que estamos gestionando actualmente, en los diferentes talleres que estamos realizando, haya participación de algunas personas integrantes de esta red cooperativa.
De qué manera la pandemia ha afectado el trabajo de ustedes? ¿Siguen haciendo capacitaciones de manera presencial? ¿La pandemia de Covid-19 ha resignificado el uso del espacio público en las comunidades donde actúan en Costa Rica?
Layly: La pandemia, como a muchos, nos cambió la vida. En Masaya buscamos seguir adelante adaptándonos al nuevo contexto. Viendo que los procesos ahora estaban siendo virtuales, pensamos en cómo poder apoyar a personas que lideran procesos grupales para que sus prácticas no perdieran la esencia, el dinamismo y sobre todo lo humano. Como lo virtual se volvió nuestra nueva forma de conectar con las personas, lo presencial por ahora es complejo, ya que cuidarnos es vital para que Masaya siga siendo operativa. Nuestras capacitaciones nos han permitido reunirnos con personas de varios lugares del mundo para conversar, reflexionar y compartir sentires y saberes con aquellas personas que como nosotras, habían volcado sus prácticas a lo virtual.
Actualmente Costa Rica enfrenta el mayor pico de contagios y esto ha hecho que las medidas sean más apretadas y por ende que los espacios públicos aún sigan cerrados en prevención; esperamos pronto retomar con conciencia y responsabilidad el uso de estos lugares que nos invitaban a vivir desde el encuentro. Nos da orgullo saber que cuando se pueda retomar la presencialidad nuestra Metodología Masayera sea más «todo terreno», ya que podremos complementar procesos presenciales con sesiones virtuales síncronas, así como con acciones pedagógicas asíncronas.
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(*Texto publicado el 17 de junio de 2021)
Conoce más sobre la Asociación Masaya: www.asociacionmasaya.org/
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EnEm 13, Abr 2017 | Em Costa Rica | Por IberCultura
Sifais: un espacio de transformación social y “rebeldía constructiva” en La Carpio
Ubicada en el cantón central de San José, en el corazón de Costa Rica, La Carpio es una comunidad cercada por dos ríos y organizada en nueve sectores. O en nueve paradas de autobuses, ya que cada parada corresponde a un sector. En la cuarta parada, conocida como la “Pequeña Gran Ciudad”, hay un edificio de madera laminada, diferente de todo el entorno, llamado Cuevadeluz. El inmueble de cuatro pisos y 15 metros de altura, inaugurado en agosto de 2015, llama la atención no sólo por ser imponente, sino también por ser un símbolo de la gran transformación por la que ha pasado el barrio en los últimos años.
En estas dos naves unidas por una rampa y una escalera funciona la sede del Centro de Integración y Cultura del Sifais (Sistema Integral de Formación Artística para la Inclusión Social) de La Carpio. En ese espacio se ofrece más de una centena de talleres a niños, jóvenes y adultos, a iniciativa de voluntarios “que creen en la rebeldía constructiva, en la pasión y ternura, en la proactividad, la creatividad, el arrojo, el empoderamiento y la transparencia”, como dice la página web de la fundación. Un grupo cada vez más grande que hace del Sifais un espacio de transformación social de doble vía, del cual son beneficiarios tanto los que aprenden como los que enseñan.
Los talleres se realizan en su mayoría los sábados (hay algún horario los domingos, los viernes y los lunes), ya que de lunes a viernes el espacio funciona como colegio, primaria e secundaria, de uma de la tarde a las cinco. En 2017, en materia de música, la organización ofrece clases de solfeos, guitarras, vientos (clarinete, flauta traversa, saxofón, trombón), cuerdas (contrabajo, viola, violín, bajo eléctrico), percusión, batería y teclado.
Además, hay cursos de arte (dibujo y introducción al arte), danza (ballet, hip hop y folklore costarricense), educativos (lectura y escritura, inglés, francés, japonés, portugués, ruso, tutorías de naturalización, tutorías secundaria), técnicos (tejido, peinados, cómputo) y deportivos (acondicionamiento físico, artes marciales, atletismo, boxeo, capoeira, judo, karate y yoga).
El comienzo
La Carpio tiene una extensión de 23 kilómetros cuadrados y cuenta con una única vía de acceso, una calle estrecha para entrada y salida de los autos. Son 23 mil habitantes, según el último censo, pero la gente cree que pasan de los 30 mil, sumándose los que están en situación irregular. De este total, se estima que el 50% son costarricenses y el 49% nicaragüenses –el 1% restante sería de salvadoreños, guatemaltecos, árabes y chinos.
Esta comunidad binacional, que cumple 20 años en 2017, tuvo su primer espacio de ocio inaugurado en diciembre de 2015: el parque recreativo “Creando un Mejor Futuro”. La estructura, localizada en un terreno de 750 metros cuadrados, contempla áreas de juegos para niños, anfiteatro, canchas multiuso y un lugar de ejercicio para adultos. Nunca había existido allí nada parecido. La primera semana del parque fue de filas y filas de niños y niñas.
En junio de 2016, tras la 4ª reunión del Consejo Intergubernamental de IberCultura Viva, se realizó un recorrido por la comunidad, comenzando por el parque. Allí la presidenta de la Asociación Comunal de La Carpio (Asocodeca), Northellen Jiménez, contó a los visitantes un poco de la historia del lugar, que empezó en 1997 como una invasión de 25 familias y hoy día cuenta con 5,800, siendo considerado el mayor asentamiento de migrantes de Centroamérica.
“Fue muy difícil al inicio. No teníamos luz, las calles eran sólo barro, pero gracias a la gran necesidad de vivienda, de oportunidades, seguimos”, comentó Northellen. “Ha sido difícil, pero no imposible. Hemos logrado todo lo que tenemos gracias al apoyo comunitario, y mucho también a las líderes mujeres. Gracias a la coordinación comunal hemos logrado hacer las calles. Todas esas intervenciones que el gobierno debía de hacer, los carpianos las hemos hecho con las manos, en unión”.
La alianza
Quien dio inicio al proyecto de Sifais fue una líder comunal de una de las asociaciones de desarrollo de La Carpio – Alicia Avilés, una nicaragüense que en los noventa emigró a Costa Rica con su familia en busca de una vida mejor. Nacida en Managua, madre de cinco hijos, Alicia era maestra primaria en Nicaragua y tuvo que marcharse de su país por el tema político, como los miles de coterráneos que huyeron de la miseria posterior a la guerra de los ochenta y vieron mejores oportunidades en el país vecino del sur. En Costa Rica empezó a trabajar en casas como doméstica, y así conoció a aquella que sería una gran aliada en sus sueños improbables: Maris Stella Fernández.
La alianza entre las dos empezó cuando Alicia buscaba patrocinio para los uniformes de un equipo de fútbol que se estaba levantando en la comunidad, hasta entonces muy marcada por la violencia. “El equipo siempre perdía, por ser de La Carpio no les querían arbitrar los partidos, porque les daba miedo que se iban a armar alguna riña, algún pleito”, cuenta la productora artística y socióloga Karina Hernández, ex-directora de proyectos y voluntarios de Sifais. Con la ayuda de Maris Stella –que era propietaria de la empresa Eureka Comunicación y hoy también atiende como presidenta de la fundación Sifais– se consiguió la donación de los uniformes para el equipo y las cosas mejoraron un poco. «Al final un arbitro creyó en el equipo y desde entonces se ganaron muchísimos campeonatos», afirma Karina.
Sin embargo, a algunos de los niños no les gustaba el fútbol. Al ver que continuaban en las esquinas, Alicia se acercó: “Ustedes me dicen que es lo que quieren y yo se los traigo”. Un chico le dijo a ella que a él le gustaría aprender a tocar guitarra. Otro con la misma confianza le dijo que quería estar en una orquesta sinfónica. Alicia decidió entonces hablar a Maris Stella sobre la idea. Algunos meses después, ahí estaba Maris Stella en la comunidad: “Van a decir que estamos locas… ¿Cómo una orquesta sinfónica en un lugar tan precario?”
La música
Convencida de que la música podría ayudar a reconstruir la comunidad y eliminar algunos de los estigmas, Alicia pidió prestado a un vecino norteamericano el espacio que administraba, aunque no estuviese en las mejores condiciones (el piso era de tierra, la electricidad cero). Maris Stella consiguió tres voluntarios (dos sobrinos y un amigo) para enseñar algunos instrumentos a los niños, y así empezaron las actividades, con 10 bolillos, ocho guitarras y 20 flautas dulces.
“Empezamos con poquitas clases de música. Luego los amigos de los amigos de los sobrinos empezaron a venir, a donar más instrumentos, empezaron a llegar más voluntarios…”, comenta Karina. “Cuando el pastor se vino desde Houston, Texas, a ver lo que estaba pasando en el salón comunal, se sensibilizó tanto que llamó a doña Maris Stella y le dijo a ella: ‘Lo que no hice en ocho años ustedes hicieron en seis meses”.
Poco a poco llegaron más aliados, y un piso para que los voluntarios pudieran dar las clases en mejores condiciones. Hicieron un salón, un espacio de cerámica, con paredes blancas y unos murales de color… Y en 2014 empezó la obra para construir el edificio Cuevadeluz – el nombre que encontraron para sustituir el anterior, el peyorativo “La Cueva del Sapo”. “Dos estudiantes de arquitectura fueron los creadores y donantes del diseño que dio pie a un movimiento solidario entre empresas y sociedad civil que ayudaron a materializar el proyecto, pues el día que pusimos la primera piedra no teníamos ni un centavo”, cuenta Karina.
Las donaciones
El 16 de julio de 2014 fue el día de la primera piedra. “Al día siguiente empezamos a llamar como locos a un montón de empresas y buscamos una plataforma para donación de fondos. Los artistas nos donaron conciertos, las empresas privadas nos donaron recursos… Cada piso lleva el nombre de las empresas que se sumaron a la causa”, dice la productora. El piso Fundameco, por ejemplo, lleva el nombre de la organización que trabaja con personas discapacitadas, y proyectos de inclusión en la comunidad.
Después de que empresas privadas ayudaran con la infraestructura, entró el sector público a desarrollar programas de inclusión. Vinieron entonces el Ministerio de Cultura y Juventud, el Ministerio de Educación Pública, la Universidad de Costa Rica, entre otras instituciones que hacen trabajos con la organización. Gracias a estas alianzas y los equipos de voluntarios, Sifais cuenta con programas educativos, ambientales, musicales, programas de emprendimientos, de extensión y de justicia restaurativa.
Entre las iniciativas conjuntas con el sector público se encuentran un taller de producción textil, con 13 vecinas emprendedoras, y un esquema de educación abierta para que personas mayores de 15 años concluyan sus estudios de primaria y secundaria, sin salir de su comunidad. La organización también ofrece apoyo a los vecinos extranjeros que necesiten la cédula de residencia costarricense o naturalizarse.
Karina Hernández cuenta que muchos migrantes llegan al país sin papeles, y si no tienen pasaporte o cédula enfrentan una serie de problemas, no reciben atención médica, etc. “Las señoras con quienes trabajamos nos dicen que cuando no tenían cédula era como si no existieran, sentían como que no pertenecieran a ninguna parte. Habían vivido en otras provincias y percibían un ambiente de rechazo por ser nicaragüenses. Dicen que aquí se sienten como una nicaragüita, que es todo muy similar, hasta el olor, las señoras con las tortillas…Aquí adquieren un sentido de pertenencia y apropiación con la comunidad”.
Punto de Cultura
El Sifais fue una de las organizaciones ganadoras de la primera convocatoria de Puntos de Cultura de Costa Rica, lanzada en 2015 por el Ministerio de Cultura y Juventud. El proyecto premiado tuvo como beneficiarios directos a jóvenes y niños, a través de la promoción de talleres de producción audiovisual, y a adultos integrantes de la comisión de cultura de Quebrada Honda, quienes participaron de las capacitaciones de gestión cultural.
Gracias a otro fondo concursable del Ministerio de Cultura y Juventud, el programa Becas Taller, nueve jóvenes gestores culturales de la comunidad desarrollaron a lo largo de un año el estudio “Herencias e Iniciativas Culturales de La Carpio”. Dayana Venegas Hernández, coordinadora del proyecto, cuenta que la idea fue sistematizar los proyectos comunitarios para que La Carpio no pierda su historia y patrimonio cultural.
En La Carpio también se dio la primera iniciativa de formación en animación sociocultural en el país, un proyecto educativo hecho en conjunto con el Ministerio de Cultura y Juventud y la cooperativa Viresco R.L. “La recreación para nosotros es superimportante. La imaginación vuela, nos sentimos libres”, resalta Luis Rivera “Wichi”, 21 años, uno de los jóvenes de la comunidad graduados en 2016 como técnico en animación sociocultural.
Wichi presentó el proyecto “Aprende a jugar”, orientado a recuperar juegos tradicionales como “bolero” o “caballito” y a capacitar a jóvenes de la región para aprender a crear juegos. “Se ha dicho que La Carpio es una comunidad con mucha violencia, marginal y todas esas cosas negativas. Creo que es porque nos falta espacio recreativo. Ahora tenemos un parque, pero no teníamos cancha, nada. Por eso pienso que mi proyecto es importante: es un espacio para crear, ver cosas sanas, abrir la imaginación, ser libres”.
Los estigmas
El reconocimiento al trabajo allí desarrollado ya existe, y fue algo que se ha ido construyendo con el tiempo. “En el 2011 habían bunjkers cercanos al sitio. Los niños recibiendo clases de violín y afuera vos veías el negocio”, afirma Karina. “Con el paso del tiempo veían que nosotros llegábamos, que llegaban voluntarios, y ellos mismos se fueron yendo para otros lugares, otras zonas y esto se limpió de una manera… Hoy, alrededor del edificio viven familias en condición de pobreza. Antes había pandillas, la Cueva del Sapo era uno de los lugares más peligrosos de la región.”
En estos seis años del proyecto los estigmas y estereotipos sí causaron problemas. Una situación se dio en 2012, momento en el que había unos 25 voluntarios, y una revista publicó que las pandillas se habían apropiado de La Carpio. “La gente se asustó y la semana siguiente no llegó ningún voluntario, nadie quería venir acá. Tuvimos que empezar de cero”, recuerda la productora, resaltando que en 2016, en la misma fecha, se publicó en la portada del periódico una nota sobre los chicos de La Carpio tocando en el Teatro Nacional. “Llorábamos de felicidad. Hasta hoy me emociono con este cambio de paradigma”.
«Sifais, y las distintas iniciativas de la Carpio, son un modelo en el país que se expande y proyecta a otras naciones», añade Karina. «Es el reflejo del trabajo, el amor, y pasión por el arte y la cultura de hermanos y hermanas centroamericanas.»
(*Texto publicado el 13 de abril de 2017)
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EnEm 15, Abr 2016 | Em Costa Rica | Por IberCultura
ASOCARTE: un espacio de encuentro, intercambio y aprendizaje alrededor del mágico mundo del circo
Un gran encuentro de artistas y talleristas del mundo del circo tendrá lugar en San José, Costa Rica, del 6 al 8 de mayo del 2016. Realizado por tercer año consecutivo, el Encuentro Nacional de Arte y Circo (ENAC) es una de las principales acciones de la Asociación Cultural Arte y Circo (ASOCARTE), que desde hace siete años busca promover la organización del movimiento artístico y circense, enriqueciendo la cultura popular y afirmando los derechos sociales de los artistas.
La Asociación Cultural Arte y Circo se constituyó legalmente en 2009, por iniciativa de diferentes artistas de circo nacionales e internacionales (muchos de ellos ya viven de manera permanente en el país), con la misión de “ser un ente que unifique, promueva y fortalezca la identidad y profesionalización del arte y del circo, para contribuir con el desarrollo cultural de Costa Rica y de la región”.
Entre sus objetivos están el el fortalecimiento de las artes circenses y afines por medio del intercambio y la capacitación con artistas y organizaciones nacionales e internacionales; la defensa de la condición profesional del artista circense; la toma de espacios no convencionales para fines artísticos y la utilización del circo como herramienta de desarrollo socio-cultural, a través de talleres, proyectos, festivales, investigación y otros.
El fondo Puntos de Cultura
La realización de la tercera edición del Encuentro Nacional de Arte y Circo es apoyada por el fondo Puntos de Cultura en 2015 en la categoría “Fortalecimiento de la autonomía, sostenibilidad, capacidad de gestión, incidencia y relaciones intersectoriales de las iniciativas socioculturales organizadas”. En las dos ediciones anteriores se contó con el apoyo del Ministerio de Cultura y Juventud, gobiernos locales, instituciones públicas y organizaciones comunales.
La primera edición del ENAC se realizó en 2014, en el Gimnasio Municipal de Ciudad Colón del cantón de Mora. La segunda, en 2015, tuvo lugar en el Gimnasio de Turrujal de Acosta. La tercera será en el Parque del Este, en San Rafael de Montes de Oca, San José. Se esperan unas 200 personas, entre artistas y/o interesadas en el arte y circo, nacionales y extranjeras. Las dos primeras ediciones tuvieron participantes provenientes de países como Guatemala, Chile, Argentina, Uruguay, España y Estados Unidos.
“Por primera vez se realizará el encuentro en una carpa de circo y se contará con la estructura de un trapecio volante (petit volant)”, cuenta Silvia Pereira, trabajadora social que forma parte del equipo de trabajo de ASOCARTE. “Esperamos que esta edición sea un gran espacio de encuentro, intercambio y aprendizaje entre todas las personas participantes (talleristas, artistas, equipo de producción, comunidad, público en general) alrededor del mágico mundo del circo.”
Antes, durante y después
En realidad, son tres los momentos planificados para el III ENAC: el festival propiamente dicho (del 6 al 8 de mayo), el antes y el después. Las actividades “rumbo al ENAC” incluyen un conversatorio sobre el libro El Circo en Costa Rica, un taller de formulación de proyectos sociales y una presentación artística en un centro educativo. Las actividades posteriores al ENAC están vinculadas con el libro El Circo en Costa Rica y a la reflexión por la apropiación de los espacios públicos.
Durante el encuentro se realizarán diversos talleres de todas las áreas del circo, para todos los niveles y edades, además de la presentación de espectáculos divididos en tres modalidades: trabajos en progreso (en construcción y experimentación); noche de gala (obras con un recorrido y experiencia escénica) y varieté familiar (show abierto para la comunidad en la clausura del evento).
El objetivo, según el equipo de producción, es “propiciar el desarrollo y profesionalización de las artes circenses en Costa Rica a través del intercambio dinámico entre artistas nacionales e internacionales, para ampliar los conocimientos y métodos de aprendizaje, la creación de los y las artistas y la generación de iniciativas de cooperación”.
Otras actividades
Además del ENAC, ASOCARTE desarrolla otras actividades para promover las artes circenses en su país, como el “Ciclo de Formación para el Sector Circense”, financiado por el Programa Nacional para el Desarrollo de las Artes Escénicas (ProARTES) del Teatro Mélico Salazar y Ministerio de Cultura y Juventud.
El libro El Circo en Costa Rica, primer libro sobre la historia de circo en el país, fue otro proyecto beneficiario de ProARTES. Entre enero y diciembre del 2012, se elaboró la primera fase de la investigación “El Circo en Costa Rica: Compilación para una Memoria”, y la segunda, de enero a diciembre de 2013, continuó por la cuenta de las investigadoras Pilar Ho y Kelcey Johnson. En febrero del 2015 se ganó una beca del Colegio de Costa Rica, para editar y publicar el libro, y en diciembre del 2015 se hizo el lanzamiento.
La asociación también desea reactivar en el segundo semestre del 2016 el proyecto “Arte con Vía”, formulado en noviembre del 2011. La idea es habilitar espacios públicos con espectáculos circenses y artes afines, por medio de un permiso otorgado por la Municipalidad de San José y hacer un cronograma itinerante para girar a diferentes comunidades del país.
Los resultados del trabajo
Los esfuerzos han valido la pena, según Silvia Pereira. “Sí, porque se ha logrado hacer el encuentro por tercera vez consecutiva, se han generado diversas articulaciones y alianzas, con instituciones públicas, gobiernos locales, organizaciones comunales, artistas independientes, colectivos/agrupaciones y empresas de circo existentes en el país”, afirma.
“Asimismo, se está generando nuevos espacios de encuentro (también, la cantidad de personas que han participado en las dos ediciones anteriores ha sido buena, si tomamos en cuenta que en Costa Rica nunca se había realizado este tipo de evento), son accesibles para todas las personas y se cuenta con un gran profesionalismo de parte de los y las artistas, las personas que facilitan los talleres, asi como del equipo productor».
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Por IberCultura
EnEm 21, Mar 2016 | Em Costa Rica | Por IberCultura
Red de Mujeres Rurales: las historias de Claudia Rodríguez y Esperanza Jurado
La historia de Claudia
Claudia Rodríguez sonríe al mostrar la plantación de su finca al equipo del documental Salir a volar. “Eso es producto del trabajo, ¿cómo no vamos a trabajar felices?”, dice, satisfecha, la integrante de la Red de Mujeres Rurales de Costa Rica. “Me gusta mucho trabajar con semillas, valorar la semilla criolla, tener los gastos de la casa frescos, no contaminados. Porque una mujer es como una hormiguita, todo lo hace para la casa, para los hijos. A parte de que me ha ayudado como terapia y económicamente. Cuando hay sobreproducción yo lo regalo a mis vecinos. Se intercambian semillas aquí, eso es lo mas lindo.”
Para ella, intercambiar las semillas criollas, luchar por las semillas, ver cómo es precioso acostarse tranquilo y sin ruidos, todo eso hace parte del aprendizaje que vino con la red. “El problema que vino después fue la contaminación. Los piñeros, a ellos les pagan para que les rieguen veneno. Las transnacionales son los culpables de todo ese daño que tenemos. Los que viven aquí lo saben, pero tienen que ganar algo para poder comer. Aquí no hay trabajo, ese es el único que hay, o en la bananera o la piñera, trabajo de hambre, mal pagado. Con el río contaminado vienen el cáncer, la gastritis, alergias… A veces comienzo a meditar: qué tristeza, ¿por qué el hombre está dañando, está contaminando?”
Hija de una ama de casa –que solía quedarse en la cocina mientras los hijos y el marido iban a coger café, cortar el arroz o moler la caña–, Claudia se acostumbró a levantarse a las dos de la mañana. No había luz eléctrica en su casa, nunca hubo. “Ser una mujer campesina me ha hecho sentir muy orgullosa”, afirma. “Sé los cambios de luna, en qué tiempo se siembra la yuca, en qué tiempo se pueden sembrar los frijoles. Eso lo hemos aprendido de nuestros abuelos y las experiencias que vamos teniendo, sin necesidad de ir a una escuela. (…) Y aquí en la red todos ya aprendieron que aquí no se riegan químicos.”
Para que tuvieran siempre algo fresco para comer, Claudia y su marido compraron un “terrenito” abandonado y poco a poco fueron trabajando, haciendo la finca. “Tenemos ya 20 años de estar aquí”, cuenta. “Es una bendición para nosotros porque si quiero comer un plátano yo vengo y lo corto, si quiero agarrar un limón yo vengo en carrera y lo tengo. No tengo que comprarlos ni comprar las cosas ya secas. Aquí sacamos toda la soberanía alimentaria.”
Sería todo muy bueno si no fuera por la cuestión de las transnacionales, que usaron agrotóxicos en las plantaciones de piñas. Por eso Claudia y sus vecinos no tienen agua potable. Dependen del agua que llega en el tanque, en un camión, para beber o cocinar. Según ella, años atrás el pueblo se unió y empezó a trabajar para que hubiera un poco de agua potable. “Porque siempre ha habido pozos artesanales, y la gente luchó y pidió ayuda a las organizaciones, a las universidades, para tener esa fuente de agua. Era muy buena, pero desgraciadamente las trasnacionales la contaminaron. Y de tal manera que ahora tiene 22 químicos de un grado muy alto.”
¿Qué hacer? “Seguir. Nosotros tenemos que seguir. Tal vez me detengan, pero yo sigo, no me importa que me denuncien, que digan que soy vaga, lo que sea. Lucho por algo muy valioso y que va a quedarle a mis nietos y mis familiares. Ellos es que van a disfrutar tal vez del esfuerzo que estoy haciendo ahora.”
La historia de Esperanza
Esperanza Jurado Mendoza viene de Rey Curré, pero se dice 100% ngäbe (pueblo originario de Panamá y Costa Rica). “Me gusta trabajar, me gusta participar y lo que más me encanta es cuidar de los recursos naturales, todo que nuestro padre y nuestra madre tierra nos dejó para que los cuidemos. Por mucho tiempo en mi juventud yo pensaba, ¿por qué no hay gente que hable?”
Esperanza habla. Se alegra al ver que el equipo del documental Salir a volar la haya buscado tan lejos para escucharla. Cuando el video comienza, ella está en el hospital, en una silla de ruedas. Cuenta que ha sido difícil llegar, que fue escalando de hospital a hospital. En el primero -donde estuvo un mes en 2010- la dejaron en un cuarto aislado, “sin ningún tratamiento, sin ningún medicamento, sin que ninguna enfermera viniera”. Un día llegó un doctor y le dijo que estaba muriendo. Y la mandaron a otro hospital.
“En Pérez Zeledón hicieron lo mismo, me metieron en un cuarto sola, donde nadie iba a verme. Después de un mes me pasaron a San José, me metieron a un baño lleno de basura y un señor me dijo: señora, no tiene porqué salir de ahí, usted va a contaminar todo mundo. Ocho días y ningún tratamiento. Aunque estaba muriendo, estaba firme. (…) Después de llamar al Instituto Interamericano de Derechos Humanos pasaron a atender bien, a mirarme como tenía que ser. Y ahora soy capaz de hacer todo eso.”
Su casa está en Lagarto, a 15 minutos de la calle, cruzando el río. “Este es mi palacio”, apunta al equipo que llega para grabar en el rancho donde se había mudado recientemente. “Siempre soñé tener en una casa hecha de esa palma, pero no hubo mano que lo hiciera. Entonces vivo con la ala de zopilote (ave de plumaje negro irisado), va a llegar a una casa. Esa es la ley de nosotros, de viver así como ve usted, la cama sin pared, respirando el aire libre, puro.”
Ella cuenta que después de hacer el curso del Icer (Instituto Costarricense de Enseñanza Radiofónica) pasó a andar con una cámara y una grabadora. Por más de seis años anduvo con una mini grabadora preguntando a las mujeres que encontraba: “¿por qué vive así?”, “¿por qué se calla?” Ella había pasado lo mismo, sufrido con eso, y había aprendido a reclamar sus derechos.
El legado
Esperanza aprendió a luchar por el derecho a la tierra, a la autonomía, con los libros, las capacitaciones y las reuniones de la Red de Mujeres Rurales. Fue “escarbando, escarbando” hasta encontrar el terreno donde levantó su “palacio”. “Ya no tengo que pensar el día de mañana, que yo me muera y alguna de mis hijas necesite donde vivir. Ellas tienen el derecho a hacer sus casitas. Eso siempre he sonado para mis hijos, nietos y bisnietos.”
“Un día vino una diputada de Cartago, ella me conocía. Vino y preguntó: ‘Doña Esperanza, ¿usted ya se dio cuenta que la presidenta archivó el documento, que no va a leer nada, porque estos documentos son la espina de sus pies?’ Yo decía está bien, no vamos a pedir, vamos a exigir”, cuenta.
En agosto de 2013, un grupo de 40 indígenas tomó el salón de beneméritos de la Asamblea Legislativa para exigir la aprobación del Proyecto de Ley de Desarrollo Autónomo de los Pueblos Indígenas de Costa Rica. Esperanza estaba entre ellos: “Nos sacaron como si fuéramos animales, nos arrastraron, golpearon, porque a nosotros como indígenas siempre nos tiran a la basura”. El proyecto de ley 14352 lleva casi 20 años esperando por su aprobación en la Asamblea Legislativa.
“Los indígenas no tienen que ser esclavos de los blancos. Si son esclavos nunca tendrán casa nunca tendrán donde vivir. Nosotros tenemos el derecho de ser libres, ser autónomos”, enseña Esperanza. “(…) He luchado por todo el territorio indígena. Este es mi orgullo. Mi mentalidad está volando por todo lado. Soy libre.”
(Esperanza murió el 20 de octubre de 2013)
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EnEm 17, Mar 2016 | Em Costa Rica | Por IberCultura
Red de Mujeres Rurales de Costa Rica: las historias de Julia Lezama y Grace Navarro
La historia de Julia
Cuando empezó a asistir a las reuniones de la Red de Mujeres Rurales de Costa Rica, Julia Lezama pensaba que aquello no tenía que ver con ella. Al escuchar a las campesinas diciendo que no tenían acceso a la tierra, que los hombres las golpeaban, que no las dejaban salir, se preguntaba: “¿Qué estoy haciendo aquí?” No se veía en aquel papel. Iba, venía y aunque no le gustara, siempre volvía. A la mitad del curso, sin embargo, empezó a ver que era sí una de aquellas mujeres.
“Comencé a entender que todavía no era libre para decidir mis propias cosas, las cosas que yo quería se me quitaban y no lo había notado”, cuenta la campesina al equipo del documental Nos va a salir el sol: la historia de Julia y Grace (Canal UCR).
“Comencé a ver que llegaba a casa cansada y tenía que acomodar la casa, lavar, hacer la comida y decir a uno de mi familia, ¿me hace el favor de ver el arroz? ¿Por qué tenía que pedir un favor a alguien de mi familia que va a disfrutar de la cena? Cuando entendí eso vi que todavía no era libre del todo.”
Nacida en Puntarenas, Julia Lezama empezó a trabajar a los 13 años. Trabajaba en un plantación de bananas donde aplicaban el Nemagón, pesticida usado entre los años 1967 y 1979 y que afectó a mucha gente en Costa Rica. Incluso a Julia, que a los 17 años tuvo problemas pulmonares, a los 37, tuberculosis, y al final fueran tantas secuelas que acabó recibiendo una indemnización de la empresa.
Hoy en día, Julia vive en una pequeña finca donde cría gallinas, planta legumbres, frutas y verduras. Toda su producción es ecológica. “De niña yo he aprendido a ganar la vida. No me he muerto de hambre, por lo menos la comida me la gano”, dice.“Si nos dan tierra podemos sembrar lo que comemos.”
Y la mujer siempre piensa en la familia, ella refuerza. “Si mis gallinas ponen estoy pensando en los huevos que voy a consumir en mi casa. Si me sobran vendo, pero primero es para mi consumo. En cambio, los varones no. Lo que les interesa es la plata en el bolsillo”, afirma Julia, mostrando su plantación variada y apuntando a la plantación de su marido (sólo hay yuca allí, y es tratada con agroquímicos).
De la manera que las cosas van, Julia teme que su país un día tenga que importar de China, de Europa, el arroz y los frijoles… todo. “No sabemos ni lo que estamos comiendo, de dónde viene nada. Estamos perdiendo nuestra cultura, nuestras semillas, nuestros valores”, reclama. “Por eso me siento orgullosa de ser campesina. Yo sé lo que como: lo siembro, lo cosecho y lo llevo a mi mesa sabiendo lo que como.”
Como dijo en su discurso en el Foro por la Tierra y las Semillas, en el territorio indígena Térraba, en 2013: «Con estas luchas que damos reunimos más mujeres y así hacemos conciencia de que juntas podemos luchar por aquellas cosas que estamos defendiendo. Sabemos que el gobierno nos bombardea con sus políticas, pero nosotras, como mujeres, estamos en defensa del agua, la tierra, las semillas y la salud».
La historia de Grace
Grace Navarro Pérez es una de las dos mujeres de Pérez de Zeledón (San José, Costa Rica) que se ganan la vida manejando un taxi. En el documental Nos va a salir el sol: la historia de Julia y Grace (Canal UCR), cuenta que nunca se imaginó ser taxista. Un tío suyo tenía un taxi y un día le preguntó: ¿No quieres laborar conmigo? Y ella sin pensar dijo sí. Hace seis años que lleva a las personas de un lado para el otro de la ciudad.
“Me encanta ser taxista”, afirma. “Fue difícil, no se aceptaba. Los compañeros, los taxistas eran celosos, yo no pertenecía al gremio. Y con la gente, los clientes, era complicado también, tomaban el taxi de atrás, decían que la mujer maneja mal… Después me fueron conociendo y acercándose. Bueno, estoy aquí pero soy del campo, de la tierra. Vengo, trabajo, disfruto, pero soy del campo.”
Hija única de una familia campesina de Mollejones (un poblado del distrito de Platanares, cantón de Pérez Zeledón, provincia de San José), Grace todavía se acuerda de lo que le decían a los 3 años de edad: “Mujer que no sabe moler no es mujer”. Aún era muy chiquita cuando la abuela le enseñó a hacer tortilla de maíz y a ordeñar (“para ser una gran mujer”), a limpiar la casa, a sembrar, a cosechar. “Desde pequeña me enseñaron que tenía que trabajar, que tenía que colaborar con la casa.”
Grace cuenta que antes de participar de la Red de Mujeres Rurales “era muy tranquila, no sabía nada, no tenía idea de lo que pasaba, era como si estuviera dormida”. Después de la organización, su forma de pensar y expresarse ha cambiado mucho. “Antes hacía comentarios un poco machistas o discriminando a algunas personas. Hoy veo que todas somos iguales. En la red compartimos con tantas compañeras… Unas son del norte, otras del sur, otras indígenas, y aprendemos a vernos como compañeras. Sabemos que no hay que discriminar a nadie porque es de este color o de este lugar o cosas así.”
Su deseo es que otras también se den cuenta que hay problemas y que todas se ven afectadas cuando hay agua contaminada, cuando se están patentando las semillas, cuando están vendiendo la tierra a transnacionales. “Apostamos en eso: que las mujeres despierten y que deseen conocer y que digan lo que están pensando y que defiendan porque son sus derechos”, resalta.
“Mi lucha fue siempre la soberanía alimentaria, pero va también el empoderamiento de las mujeres. Desde pequeñita yo siento que lo he pensado, porque siempre luchaba contra la idea de que la hija única era aquella que nunca salía, que no hacía nada, que estaba siempre ahí con la baba. Ahora que participo de la red la lucha por el empoderamiento no es tanto por si un hombre las deja salir o no o que dependan de alguien para ir y venir, sino que tomen sus propias decisiones sobre lo que quieren comer, lo que quieren decir, cómo hablar, qué hacer. Que no sea alguien que les tenga que decir, que ellas mismas decidan.”
Hoy, con el proceso que se ha llevado a cabo con la red, Grace dice que se siente orgullosa, dichosa de tener esa tierra. “Sé que la estamos cuidando, la estamos aprovechando”, comenta. “Estar en la red fue una manera de empoderarme más, saber que no es por estar con un hombre que voy a ser feliz. No me preocupa que a los 30 años yo no esté casada o no tenga hijos. Puedo decidir si quiero casar, si quiero tener una pareja o si quiero tener hijos. No dependo de lo que dice la sociedad: ‘¿Con 30 años y no tiene un hijo? ¡Apurese a tenerlo!’ Yo digo: No hay nadie que puede decidir por mí.”
(*Texto publicado el 17 de marzo de 2016)
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Por IberCultura
EnEm 17, Mar 2016 | Em Costa Rica | Por IberCultura
Red de Mujeres Rurales de Costa Rica: sembrando autonomía y lucha
“Contribuimos a la economía del país con nuestro trabajo, que es invisibilizado. Trabajamos mucho. Somos las primeras que levantamos y las últimas que nos acostamos. Producimos mano de obra, cuidamos de todos y nadie cuida de nosotras. (…) La red nos ha servido para mostrar que tenemos diferentes luchas pero vivimos la misma situación de injusticia y nos apoyamos mutuamente.” (Aída Alavarado)
“Mujeres rurales es un tema muy grande para nosotras, porque nos ha ayudado a desarrollarnos, a luchar y a defender nuestros derechos. Eso ha sido para nosotras mejor que una universidad.” (Claudia Rodríguez)
“La autonomía me encantó porque entendí que tengo derecho a que se me respeten lo que pienso y cómo soy, cómo yo me visto, cómo me peino. Esa es mi soberanía, saber que soy original, que no tengo copia. Me encantó también la soberanía alimentaria, porque nos enseñan cómo llevar una alimentación sana a nuestras mesas, sembrar lo que podemos llevar a la casa.” (Yenory Rodríguez)
“Queremos tener autonomía de producir, de sembrar lo que queremos y comer lo que sembramos. Queremos el derecho a la salud, a la tierra, al agua limpia y buena, a querer ser autónoma de esta decisión.” (Julia Lezama)
“Es una manera de ser libres, de poder expresarse, relacionarse en territorio con diferentes personas, compartir, aprender de las otras. Aunque no sean indígenas como yo, compartimos trabajos e inquietudes, sus problemas son parecidos a los que hay en mi comunidad, a los que uno pasa día con día.” (Roxana Figueroa)
“Somos mujeres del campo, pero no estamos escondidas. Nos hemos salido, nos hemos empoderado, estamos despiertas. Estamos defendiendo a la tierra, el agua, las semillas, diciendo lo que estamos viviendo, lo que hay en nuestras comunidades. Nos hemos empoderado para que nos escuchen.” (Grace Navarro)
Grace, Aída, Yenory, Claudia, Julia y Roxana siguieron por caminos distintos para llegar donde llegaron. Y aunque sus historias de vida sean diferentes -una viene del sur, otra del norte; una es rubia, otra indígena; una joven, otra mayor; sus problemas son parecidos y sus luchas también. Todas son mujeres del campo que luchan por el derecho a la tierra, por las semillas criollas, por el derecho a decidir lo que producen, a sembrar lo que quieren, a comer lo que cosechan. Descubrieron eso en un mismo lugar: en la Red de Mujeres Rurales de Costa Rica.
La red, que en 2016 cumple 10 años, es un espacio organizativo que articula a mujeres campesinas e indígenas costarricenses en defensa de sus intereses y derechos (a ser, a tener y a decidir). Autonomía y soberanía alimentaria son dos temas prioritarios. Y autonomía entendida de manera amplia: sobre sus vidas, sus cuerpos, su quehacer, sus recursos, sus decisiones. En su defensa del agua, de la tierra, de las semillas y la salud, esas mujeres que estaban “dormidas” y hoy se dicen despiertas quieren que todos se den cuenta de que existen, que sus decisiones merecen respeto. Y que nadie decida por ellas.
Como afirma Aída Alavarado en su discurso durante el Foro de Mujeres Rurales en 2013: “En la red avanzamos en nuestro empoderamiento, en el conocimiento de nuestros derechos. (…) Tenemos el derecho de sembrar lo que queremos para tener soberanía alimentaria. Unidas somos más fuertes contra las instituciones que nos niegan nuestros derechos, porque las políticas son machistas y quieren que nos conformemos, que estemos calladas.”
La red está compuesta tanto por mujeres maduras y mayores como mujeres jóvenes que comienzan a identificar su derecho a ser campesinas. Hay mujeres migrantes, como las de la zona norte, y mujeres que siguen en los espacios donde estuvieron los abuelos, como las de Pérez Zeledón. Y es grande la presencia de mujeres indígenas en la organización.
Según Aída Alavarado, en la red se defiende la autonomía de los pueblos y territorios indígenas porque ellos defienden la tierra, quieren decidir sobre la naturaleza, sobre todos los recursos que tienen. “Porque los cuidan, los defienden. Defienden también sus conocimientos, quieren gobernarse y rescatar los recursos que les han quitado. La población indígena lucha porque vive en marginalización. Muchos de nosotros crecimos oyendo que los indígenas son vagos, que no trabajan la tierra. Como si trabajar fuera devastar las montañas, contaminar y destruir la diversidad”, comenta.
Los encuentros anuales
Para lograr uno de sus objetivos –educar y crear conciencia sobre la importancia de la alimentación sana–, las integrantes de la red visitan escuelas y llevan el mensaje a niños y niñas junto a sus padres, con actividades recreativas. También cuentan con un boletín de notícias, producen material audiovisual, promueven ferias, foros y una serie de reuniones en las comunidades. El proyecto «Derecho a la comunicación, y por la defensa de los derechos a la cultura campesina: Boletín Las despiertas» fue uno de los 21 seleccionados en el fondo Puntos de Cultura para el período 2015-2016.
Todos los años, el 15 de octubre, en conmemoración del Día Internacional de las Mujeres Rurales se realiza el gran encuentro de la red, con una centena de participantes de zonas campesinas y territorios indígenas de Costa Rica. En 2015, el Foro “Derechos de las mujeres del campo, a ser, a tener y a decidir” instaló cinco mesas de trabajo temáticas en la Universidad de Costa Rica: “Derecho a ser mujeres campesinas e indígenas”; “Derecho de las mujeres del campo a la tierra”; “Derecho humano al agua”; “Derechos de los pueblos indígenas al territorio” y “Derecho de las mujeres del campo a producir”.
Dichas mesas trajeron reflexiones del tipo “¿Cómo, desde dónde y quiénes violentan nuestros derechos a ser lo que queremos ser, y por qué sucede eso?” “¿Cómo a través de mi cuerpo puedo ejercer mi derecho a ser?” “¿Cómo se violenta el derecho a la tierra?” “¿Por qué escasea el agua en mi comunidad?” “¿Cómo se violenta y cómo se garantiza el derecho de los pueblos indígenas al territorio?”
Roxana Figueroa, por ejemplo, cuenta que aún era una niña cuando tuvo que salir de Salitre, su territorio, con sus hermanos y su madre. “Crecimos en (el cantón de) Buenos Aires ignorando los derechos, los beneficios que tenemos como indígenas, porque allá no se habla de los indígenas, solo para una burla o solo para algun mal comentario. Y ahí crecimos nosotros, ignorando y viviendo lejos de todo que en realidad nos identificaba. Pero de nuevo nos venimos y le digo a mi familia que llegar a Salitre fue como si la tierra misma nos reclamara, que éramos de aquí, parte de este territorio y que en este momento podíamos hacer algo, que teníamos que venir.”
Para Alejandra Bonilla Leyva, integrante del Colectivo Tinamaste, que apoya el proceso de la red, las mujeres de la red sufren una triple discriminación en razón de ser mujeres, pobres y estar en el campo. “Las mujeres siguen siendo vistas como objetos no como sujetos que deciden sobre su vida, su quehacer, que tienen control de los recursos. Siguen siendo las que aportan muchísimo trabajo, contribuyen a esta economía de manera contundente, producen muchísimos bienes y servicios, sostienen la vida, pero no son reconocidas”, resalta.
Grace Navarro Pérez –que hace seis años se gana la vida como taxista en Pérez Zeledón pero siempre vivió en el campo– cuenta que antes de la red su vida era “normal”, algo como “soy campesina y es eso, soy campesina”. Después del proceso de formación, sin embargo, creció el amor a la tierra. “Como a una madre, como dicen nuestros hermanos indígenas, la cuido, no le aplico venenos, cosas que le van a intoxicar. Hemos tomado más amor a la tierra.”
A la antropóloga mexicana Mercedes Olivera, que participó de uno de los últimos foros, le gustó encontrar una red que funciona de verdad. “Ellas realmente están articuladas en un proyecto entorno a la recuperación de la sostenibilidad. Para mí fue un aprendizaje muy grande, porque construído desde una práctica cotidiana. A mí me parece un camino muy positivo, desde abajo hacia arriba y desde la práctica, que es la sostenibilidad.”
(*Texto publicado el 17 de marzo de 2016)
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Por IberCultura
EnEm 09, Oct 2015 | Em Costa Rica | Por IberCultura
Asociación para la Cultura de Liberia: respeto al patrimonio y las tradiciones
Todos los años, durante las fiestas cívicas de febrero, la escena se repite: al sonar las «atronadoras bombetas» del mediodía, cientos de personas salen al ritmo de la música típica y el baile de los payasos a acompañar el manso ganado en un recorrido de aproximadamente 2 kilómetros, desde el Puente Real hasta la Plaza de Toros, en la ciudad de Liberia (Guanacaste, Costa Rica).
El Tope de Toros, una de las tradiciones más antiguas de Liberia, un pueblo costarricense de más de 80 mil habitantes, fue declarado patrimonio cultural inmaterial en febrero de 2013. Sus orígenes se remontan a los años 1800, en las haciendas ganaderas que dieron lugar a Liberia, capital de la provincia de Guanacaste.
El desfile de caballistas, músicos y mascaradas forma parte de la cultura viva de los liberianos, aunque haya sufrido cambios con el paso del tiempo, como el arreo de animales mansos en lugar de los originalmente bravíos, y el recorrido de la banda musical en vehículo en vez de a pie.
Para proteger ese patrimonio intangible, que se acompaña de atracciones festivas y gastronómicas locales, la Asociación para la Cultura de Liberia recibió una beca taller de un fondo concursable del Ministerio de Cultura y Juventud de Costa Rica. El principal objetivo fue unificar criterios y establecer los lineamientos para salvaguardar la tradición de Tope de Toros de Liberia, la cual es única en el país.
Preservación e identidad
La Asociación para la Cultura de Liberia se creó en el 13 de junio de 1986, “debido al rápido avance de la demolición de casas de adobe y bareque propias de la ciudad”, como explica Nuria Cuadra, presidente de la organización.
La institución es una organización independiente sin fines de lucro, fundada por 20 personas de la comunidad preocupadas por la demolición de edificios de gran significado cultural para los pobladores de Liberia. La asociación promueve actividades de gestión, coordinación y trabajo voluntario en pro al patrimonio y a la identidad cultural.
Entre los principales objetivos de la institución están el fortalecimiento de la identidad mediante el resguardo de la historia, costumbres, conocimiento, ideales y del entorno de Liberia; la promoción del estudio y rescate de los valores cívicos y del patrimonio cultural; y el apoyo a las acciones de los grupos que busquen el desarrollo cultural y social de la ciudad.
“Desde su inicio se pretendió vincular al público con el espíritu valiente de la conservación diseñando las semanas culturales por ocasión del nacimiento del poblado de Guanacaste, hoy Liberia, el 4 de septiembre de cada año, teniendo a la fecha 29 semanas culturales realizadas”, cuenta Nuria.
Son “hijas” de las semanas culturales, por ejemplo, la restauración y fundación de la Casa de la Cultura, la restauración de las casas de las Luisas, la restauración y fundación del Museo de la Ermita de la Agonía, la restauración de la Gobernación.
En asociación con el poeta Miguel Fajardo Korea, la asociación también ha publicado la obra musical y literaria de autores guanacastecos como Héctor Zúñiga Rovira, Sacramento Villegas, Medardo Guido, Jesus Bonilla y Lia Bonilla.
Arquitectura e identidad
Además del Tope de Toros, la Asociación para la Cultura de Liberia trabaja con propuestas como la consolidación del centro histórico de la ciudad (“para defender la poca arquitectura de tierra de Liberia”, como dice Nuria), la tradición “La pasada del niño” como patrimonio intangible y en una propuesta que se denomina «Haciendo Identidad» dentro del programa Puntos de Cultura del Ministerio de Cultura y Juventud.
Según Nuria Cuadra, los proyectos de recuperación patrimonial arquitectónicos han provocado alguna resistencia en la comunidad, finalmente solventados. “Ejemplo de ello fue la cruzada pro restauración del Puente Real de Liberia a sus 100 años de construido. Los vecinos inmediatos obviamente se oponían por lo incómodo de la pasada por un puente viejo. Al final el Ministerio de Cultura nos apoyó y se conservó el puente.”
Es ahí, en el Puente Real, declarado patrimonio nacional, donde se realiza el Tope de Toros. Justamente ahí, en la entrada de la antigua ciudad, donde se encuentran los caballistas, las mascaradas o payasos, los músicos, reina de las fiestas y los toros que serán montados en la plaza. Estos son los elementos que forman parte medular de la gran fiesta cívica de Liberia, única en el país. Los liberianos, año tras año, en todos los días de fiestas cívicas realizan los topes de toros a lo largo de las calles, y parques para festejar el arreo de toros hacia el toril en el redondel.
Así como los caballistas lucen con orgullo sus aperos e indumentaria (albarda de cuero crudo, botas, polainas, cacho carbolinero, pellón, soga de cuero o de crin de caballo y vaqueta), el público que asiste suele usar la misma vestimenta de los que desfilan. Los hombres van a las calles con pantalón caqui y camisa blanca, y las mujeres con alguno de los trajes de trabajo o el tradicional traje de gala guanacasteco. Listos para bailar con los payasos y acompañar el manso ganado hacia el punto final.
(*Texto publicado el 9 de octubre de 2015)
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