Noticias
Monseñor Romero, el profeta que guía los caminos de los salvadoreños
Em 27, Oct 2015 | Em Noticias |
Foto: Jairo Castrillón Roldán
El homenaje a Monseñor Romero (1917-1980) marcó el comienzo del 2º Congreso Latinoamericano de Cultura Viva Comunitaria, este martes (27/11), en San Salvador. Antes de la apertura oficial del evento, en el Teatro Nacional, decenas de congresistas fueron a la Catedral Metropolitana para visitar la cripta del arzobispo y conocer un poco de la historia de “San Romero de América”.
Considerado un “santo contemporáneo”, “símbolo del amor y esperanza”, “el profeta que guía los caminos de los salvadoreños”, Óscar Arnulfo Romero fue asesinado al final de la tarde del 24 de marzo de 1980. Recibió un balazo en el corazón mientras celebraba una misa para 50 personas en la capilla del Hospital Divina Providencia. Todos los indicios apuntaron al director del servicio secreto militar como autor intelectual del asesinato. El mayor nunca fue, sin embargo, juzgado por ello.
¿Y por qué mataron a un arzobispo en un país tan católico como El Salvador?
En el artículo “Monseñor Romero: crónica de una muerte anunciada” (Revista Cultura, ed. 144), Juan José Tamayo destaca que Romero era un sacerdote conservador, “obediente a Roma”, pero sensible a las injusticias sociales del pequeño país centroamericano. Tamayo resalta que la fidelidad al Vaticano hizo que Romero fuera nombrado arzobispo de San Salvador en 1977, pero el contacto con la realidad produjo en él cambios profundos.
“El desencadenante de su transformación fue el asesinato de Rutilio Grande, jesuita comprometido con la concienciación de los pobres en la aldea campesina de Alguilares, donde la tierra estaba en manos de unos pocos terratenientes y la mayoría de la población vivía en situación de pobreza severa”, explica Tamayo. “Si han asesinado a Rutilio por lo que hizo, yo tengo que seguir el mismo camino. Rutilio me ha abierto los ojos”, fue el comentario del arzobispo, que desde aquel momento nunca más dejó de levantar la voz contra el gobierno y la clase dominante.
Y vinieron el asesinato de otros sacerdotes, las masacres contra civiles. Romero denunciaba los abusos del gobierno, condenaba la violencia del Ejército contra los líderes políticos, religiosos y sindicales, defensores de los derechos humanos y críticos del sistema represor. No tenía el apoyo del Vaticano, sufría la amenaza permanente del Ejército, pero no se callaba. “Con Monseñor Romero Dios pasó por El Salvador”, decía Ignacio Ellacuría, teólogo asesinado en 1989.
Un mes antes de morir, Monseñor Romero escribió una carta al entonces presidente norteamericano, Jimmy Carter, en la cual criticaba el apoyo de los Estados Unidos al gobierno de El Salvador. La gota que colmó el vaso, sin embargo, vino el domingo 23 de marzo de 1980. Durante la homilía en la Catedral, el arzobispo leyó una larga lista de nombres. Eran las víctimas de la violencia de la semana anterior. Al terminar, dirigiéndose al gobierno, al Ejército, y especialmente a los soldados, pidió que dejaran de matar a sus conciudadanos. “Ningún soldado es obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios.”
Al día siguiente un oficial del Ejército clasificó como “delito” la homilía del arzobispo. Y en ese mismo día, mientras celebraba la eucaristía en un hospital de San Salvador, Monseñor Romero cayó baleado atrás del altar. Su funeral fue acompañado por cerca de 150 mil personas. Como dijo el obispo Pedro Casaldáliga: “San Romero de América, nuestro pastor y mártir, nadie callará su última homilía”.