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Cómo organizar nuestra esperanza: El movimiento de Cultura Viva Comunitaria en Uruguay
Em 11, Ene 2016 | Em Noticias |
Por Paula Simonetti*
Me propongo a través de este texto acercarlos a un primer dibujo del movimiento por las Culturas Vivas Comunitarias en el Uruguay que, aunque incompleto y parcial, pueda arrimar tanto un racconto del proceso como una serie de ideas, avances, desafíos y preguntas a esta gran fiesta latinoamericana que es al mismo tiempo celebración y conflicto, esperanza y disputa, cultura y política.
Este recorrido tendrá, pues, tres grandes mojones: el primero referido a una contextualización e historia del reciente movimiento de la Cultura Viva Comunitaria en nuestro país, el segundo intentará acercar algunas lecturas y concepciones para pensarnos y, por último, una serie de preguntas y cuestiones un tanto “espinosas” por las que nos parece necesario, y urgente, transitar.
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«Crear un nuevo mundo es encontrar las palabras para nombrarlo». Un poco de historia
En Uruguay, los primeros pasos hacia la conformación de una incipiente red de articulación entre las experiencias nacionales autodefinidas como “cultura comunitaria” coinciden con la participación de un grupo de colectivos en El Primer Congreso Latinoamericano celebrado en La Paz, Bolivia, en mayo del 2013. Surge entonces a partir de la percepción de las posibilidades que tenía este concepto, labrado en cientos de espacios latinoamericanos a través de los años, para nominar, reunir, articular, fortalecer e incidir políticamente en una realidad que, previa al concepto, encontraba una forma. “Crear un nuevo mundo es encontrar las palabras para nombrarlo”, esa frase de Gertrude Stein, es pues, alusiva a este interesante proceso. Entendemos que el concepto “Cultura Viva Comunitaria” viene a dar nombre, a la vez que potencia, a una serie de experiencias existentes, pujantes y transformadoras.
En lo concreto, desde nuestro incipiente movimiento hemos realizado encuentros en distintos lugares de Montevideo y Canelones, hemos participado en todas las instancias regionales-continentales posibles, se han hecho articulaciones con actores institucionales diversos y se ha realizado un encuentro regional de Cultura Viva Comunitaria en Paysandú (litoral del país), en el 2014.
La premisa fundamental en el aquí y ahora es trabajar sobre un registro nacional de organizaciones de cultura comunitaria y el crecimiento a partir de una convocatoria lo más abierta posible a todas las experiencias culturales comunitarias que existen, que son muchas y de vital incidencia en la vida de hombres y mujeres en todo el territorio uruguayo, con miras a un Encuentro Nacional de Cultura Viva Comunitaria Uruguay.
El encuentro
Debido a que el movimiento de las culturas comunitarias es y debe ser plural, abierto y diverso, y dada la imposibilidad de dar cuenta de esa apertura en un artículo que es necesariamente parcial y sesgado, intentaré acercar una síntesis de lo conversado y debatido en este Primer Encuentro Regional, como forma de integrar algunas voces que componen este entramado, muchas veces armónico, otras tantas en tensión.
En el encuentro de Paysandú, del que participaron una treintena de organizaciones sociales y comunitarias, a la vez que actores representativos de programas estatales (entre los que destacaron Centros MEC, del Ministerio de Educación y Cultura, con incidencia en todo el territorio nacional, y el Programa Esquinas de la Cultura, perteneciente a la Intendencia de Montevideo) se debatió en torno a lo ejes: Gestión cultural y comunicación comunitaria, Juventud y arte para la transformación social, y Democratización cultural, mientras que se transversalizaban estos temas: Incidencia en políticas públicas, Conceptualización de Cultura Viva Comunitaria y trabajo en red.
Temas clave
Del registro de lo conversado emergen ciertos desafíos que es importante mencionar aquí. A modo de mosaico, estas fueron algunas frases surgidas en el contexto del Encuentro:
- “Aquel proyecto que se gesta para responder a una necesidad determinada, en un ámbito social determinado, movilizando un colectivo para perseguir un fin común, suele ser sustentable y permanente, mientras que aquel proyecto que nace del Estado para atender aquello que el gobierno de turno considera una necesidad, probablemente sea un proyecto destinado al fracaso”.
- “Los colectivos se ven inmersos en un giro paradigmático donde la democracia representativa y el capitalismo están a la orden del día, esquema muy cuestionado que intenta incursionar un nuevo discurso asentado en modelos de democracia participativa. Quizás el no quedarse con lo establecido e intentar modificar o crear nuevos modelos de gestión cultural que acentúen un cambio, logre paliar la perversidad de este sistema capitalista”
- “Se nombraron y reconocieron organismos concretos (Esquinas, Intendencia de Montevideo, Centros MEC – Ministerio de Educación y Cultura) que trabajan en la misma dirección que la cultura comunitaria y son permeables a las propuestas, pero “eso no alcanza”, sin un “antes” que cuente con la acción participativa de la gente”.
Una síntesis
El primer encuentro regional de Cultura Comunitaria Paysandú 2014 superó en su convocatoria las expectativas que teníamos previamente desde la red. La participación en número y calidad es una prueba de que la cultura comunitaria es una realidad sumamente presente en todo el territorio nacional. Que lograr reconocimiento y legitimidad es posible y el esfuerzo vale la pena. Como decimos en el documento de síntesis elaborado tras el encuentro: “El primer elemento a tener en cuenta es la valoración de las individualidades, las mujeres y los hombres que de alguna manera participamos de este encuentro, con seriedad, compromiso, libertad de pensamiento y alegría. Pocas veces nos queda tan claro que a las organizaciones e instituciones las formamos personas. Y desde esa dimensión del individuo es que se va tejiendo el compromiso, unos acercándose a los otros, conformando conceptos, grupos, colectivos sumamente diferentes entre sí, redes, movimiento”.
La cultura comunitaria nos precede y este tipo de acontecimientos nos involucra definitivamente en ella y nos da la posibilidad de formar parte de este momento histórico: el reconocimiento largamente postergado a la cultura viva y comunitaria. Entendemos que este encuentro fue un paso importantísimo en el camino que estamos iniciando y que tiene que ver con el fortalecimiento, visibilización y articulación de este sector de nuestra cultura en Uruguay. Nos permitió, entre otras cosas, comprobar que los objetivos y metas que nos trazamos hacen sentido en nuestro territorio y que es en el trabajo en red desde los colectivos, personas y grupos que realizan prácticas culturales comunitarias como vamos a ir avanzando en este proceso.
En ese sentido, en la actualidad trabajamos en dirección a los siguientes objetivos:
- Propiciar el intercambio y conocimiento entre las experiencias de cultura comunitaria en Uruguay.
- Trabajar hacia la visibilización, legitimación y fortalecimiento del sector.
- Georeferenciar, mapear, documentar, las experiencias que actúan en todo el territorio nacional desde la perspectiva de la cultura comunitaria.
- Avanzar en términos de formación en gestión cultural comunitaria.
- Propiciar el intercambio de saberes y conocimientos que circulan en cada uno de los colectivos, a fin de afianzar una conceptualización y definición de la cultura comunitaria en Uruguay
- Incidir en la elaboración de políticas públicas de alcance nacional que contemplen esta dimensión de la cultura a través de la generación de fondos nacionales para las Culturas Vivas Comunitarias, fondos y recursos que los propios actores ejecuten y gestionen.
- Profundizar en el trabajo de articulación de la Cultura Viva Comunitaria a nivel latinoamericano.
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Desde dónde pensar nuestra esperanza
Después de este breve recorrido por los principales “hitos” de la historia de este emergente movimiento en el Uruguay, en el que sin duda hay recortes imperdonables, me interesa plantear algunas ideas conceptuales que entiendo permean nuestra construcción.
En ese sentido, abordar estos espacios, movimientos y experiencias colectivas de cruce o encuentro entre el arte, la estética y lo político, implica también construir, reconstruir y crear juntos un marco desde el cual poder pensarlas, nombrarlas y debatirlas. Sobre esto, planteo retomar algunos conceptos:
- Entender este movimiento como un espacio de esperanza, de posibilidad y de construcción de alternativas, un espacio que posibilita, desde las prácticas, pensar y repensar estas categorías, asumiendo, por otra parte, sus límites. Decía Bloch que en estos tiempos la posibilidad ha tenido “muy mala prensa”. La falta de alternativas es el estribillo que escuchamos, reproducimos y argumentamos (a menudo con muy buenos argumentos) una y otra vez; lo que va reduciendo a las experiencias que resisten o proponen en inútiles, irracionales e ingenuas. Harvey, por su parte, en Spaces of hope, se pregunta por qué es que estamos tan absolutamente convencidos de que no hay alternativas, sugiriendo que seguramente no es por falta de imaginación, y dice: “El mundo académico, por ejemplo, está lleno de exploraciones de lo imaginario. En física, la exploración de los mundos posibles es la norma más que la excepción. En humanidades, aparece por todas partes una fascinación por lo que se denomina lo imaginario. Y el mundo de los medios de comunicación del que ahora disponemos nunca antes había estado tan repleto de fantasías y posibilidades de comunicación colectiva sobre mundos alternativos”.[1]
Todo lo que recuerda a una anécdota que comenta Zizek sobre China, cuando el gobierno prohibió en televisión, cine y literatura cualquier tema relacionado con realidades alternas o viajes en el tiempo: “Es una buena señal sobre China: los chinos son gente que todavía sueña con alternativas, así que deben prohibírselo. Aquí no hace falta, no necesitamos prohibiciones porque el sistema imperante ha jodido hasta la capacidad de soñar. Miren las películas que vemos todo el tiempo: es fácil imaginar el fin del mundo o un asteroide destruyendo la vida, pero no podemos imaginar el fin del capitalismo».[2]
- Rebellato, intelectual (“radical”) uruguayo, que decidimos retomar para que vuelva a interpelarnos en este movimiento, utiliza el concepto de ética de la esperanza, enmarcada en la construcción de proyectos políticos emancipatorios, que confían en las capacidades y potenciales de “los sujetos populares” y de las construcciones en colectivo.
- En el terreno de la posibilidad vinculada con lo artístico y lo político volvemos a mirar hacia la Antigüedad, por ejemplo, repensamos aquella famosa distinción de Aristóteles en La Poética, entre la poesía y la historia: la poesía y la historia, nos dice Aristóteles, no se diferencian por estar escritas en verso o en prosa sino porque la historia se ocupa de lo que sucedió y la poesía de lo que podría suceder; es decir de la posibilidad. En ese sentido, podríamos agregar, la política le es inherente.
Estas posibilidades de las que hablamos se encarnan sí en el terreno de la proximidad y de la micropolítica pero no pierden de vista un proyecto político mayor. Volviendo a Rebellato, no es posible resistir sin abrir espacios alternativos y, por lo tanto, es preciso fortalecer microalternativas y microprocesos que se encaminan hacia una alternativa global. El mismo autor hace una diferencia entre utopías totalizadoras y utopías liberadoras, las últimas: constituyen los horizontes de sentido, tanto para el pensamiento como para la acción, de una ética de la esperanza[3].
- Por otra parte, aparece la pregunta por el cómo leemos, desde dónde y a partir de qué estas experiencias que mezclan lo artístico con lo social, lo estético con lo político. En algún sentido aceptamos que esto es “una mezcla”, aunque también podemos pensar que es una vuelta de tuerca hacia aquella “función social del arte” tan visitada y revisitada desde las vanguardias históricas a nuestros días, o una vuelta a reconectar elementos que se desconectaron históricamente pero que funcionan muy bien juntos, en el sentido de un arte y una estética vividos como experiencia (recordando a Dewey), artística sí, pero también política, social, pedagógica, etcétera. En esa dirección, también necesitamos de la “mezcla” conceptual para pensar lo que hacemos.
- Para Rancière, lo que tienen en común el arte y la política (o más bien, en sus propios términos, “lo político”) es que ambos se ocupan de la reconfiguración material y simbólica del territorio común. Rancière plantea que lo político es el conflicto sobre la existencia de este espacio común, y a partir de esto retoma la reflexión de Aristóteles cuando define que el hombre es político por tener un lenguaje que pone en común lo justo y lo injusto, mientras que los animales solo tienen el grito para expresar el dolor o el placer. Dice Rancière que la cuestión, entonces, reside en saber quién tiene el lenguaje y quién solo el grito:
“El rechazo a considerar a determinadas categorías de personas corno individuos políticos ha tenido que ver siempre con la negativa a escuchar los sonidos que salían de sus bocas como algo inteligible. O bien con la constatación de su imposibilidad material para ocupar el espacio-tiempo de los asuntos políticos. Los artesanos, dice Platón, no tienen tiempo para estar en otro lugar más que en su trabajo. Ese “en otro lugar” en el que no pueden estar, es por supuesto la asamblea del pueblo. La «falta de tiempo» es de hecho la prohibición natural, inscrita incluso en las formas de la experiencia sensible. La política sobreviene cuando aquellos que «no tienen» tiempo se toman ese tiempo necesario para erigirse en habitantes de un espacio común para demostrar que su boca emite perfectamente un lenguaje que habla de cosas comunes”.[4]
- Gustavo Remedi, profesor y teórico uruguayo contemporáneo, se pregunta en su texto “Las bases estéticas de la ciudadanía”: cuáles son o deberían ser las intervenciones estéticas de base para rescatar nuestro papel de ciudadanos, esto es, para darle sentido a la democracia. Maneja en este texto una definición amplia e incluyente de la estética que resulta pertinente a la hora de pensar en nuestras prácticas: “Puede decirse entonces que la experiencia estética no es otra cosa que la forma en que nos conectamos, nos comunicamos e interactuamos con el mundo, en que visualizamos y nos representamos el mundo, en que construimos transformamos y le damos valores al mundo”. De hecho, el autor llama la atención sobre las raíces etimológicas del término estética, que remiten a la percepción, a la sensación. Hay también en el texto de Remedi un interesante juego que, retomando a Barilli, transita por la idea de estética como contrapuesto al concepto de anestesia. En el sentido de que si mediante la anestesia perdemos el cuerpo, la consciencia y el sentido, la experiencia estética supone recuperar el cuerpo, reencontrarnos con el mundo. [5]
- Por último, pero fundamental, es necesario y urgente pensar nuestras prácticas, nuestras estéticas y nuestras producciones artísticas “más allá y más acá” de sí mismas, insertas en el marco de la creación de espacios sólidos en el ámbito de la participación social y la política, asentándonos -a la vez que, y quizá sobre todo, reinventándolos- en modelos de democracia participativa, que nos involucren en la gestión de esquemas verdaderamente alternativos.
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Para no pisar el palito
“Pisarse el palito” es una manera extendida de referirnos a algo como “caer en nuestras propias trampas”, o descubrirnos, en la acción o en el discurso, en el lado contrario al que decimos estar. Trampas que también existen en este, nuestro terreno, donde una parte muy importante de la construcción está en tener la capacidad crítica y el coraje de enfrentar una serie de cuestiones de lo más “espinosas” que se van abriendo en este proceso. En este sentido, se presentan una serie de interrogantes.
Por un lado, aparecen las formas, los dispositivos y la organización que le damos al movimiento. Por supuesto, en este caso como en los demás, la forma es ni más ni menos que contenido político.
¿Qué pasa con el Estado? Cuando lo político nos despolitiza
- Por más que entendamos al Estado como un (heterogéneo, diverso, múltiple, contradictorio) administrador y gestor de la “cosa” pública, y a nuestras experiencias y prácticas como otra manera de hacer y operar en lo “público”, cuyo reconocimiento y apoyo por parte del primero es un derecho exigible y legítimo (como lo demuestra el valioso estudio acerca del 0,1 % coordinado por Tomás Raffo), no podemos dejar de ver con cuánta frecuencia surgen en nuestros encuentros la disputa que se encarna en la oposición “Estado sí, Estado no”. Esta dicotomía, planteada en estos términos puede ser muy dañina en el seno de nuestro movimiento, sobre todo si la leemos en relación a la urgencia de plantear, proponer y llevar adelante modelos alternativos de lo político. En todo caso, quizá sería más productivo preguntarse “¿Estado… cómo?”.
- Y en ese cómo, también, es necesario ver de qué forma nos apartamos y construimos al margen, en el costado o en los intersticios de una lógica que, al menos en Uruguay, es la imperante y tiene que ver con la “transferencia” –vinculada a una des-responsabilización- extendida del Estado hacia la sociedad civil organizada en el formato de ONG, sobre todo en lo que se está convirtiendo en una suerte de “gestión de la pobreza” en manos del tercer sector. La proliferación de convenios de ONG con organismos estatales para esta “gestión o aplicación” de políticas territoriales, va deteriorando sustancialmente los contenidos y las formas de la participación social autorganizada, en el sentido de que las despolitiza.
¿Qué pasa con el “saber” técnico y con el control que ejerce?
- Algunos de los cuestionamientos más profundos que han atravesado mi propia práctica en este terreno tienen que ver con el rol del “profesional”, por un lado, y con el papel tan preponderante que viene tomando la cultura y el arte en clave de “transformación social”.
La cultura viene tomando un papel predominante en nuestro siglo XXI que contamina y cruza agendas antes específicamente políticas o económicas. Esto es una muy buena noticia para los que trabajamos en la cultura desde esta perspectiva pero puede llegar a ser una muy mala noticia para los objetivos políticos que nos planteamos, si no analizamos con cuidado su alcance y nos embanderamos acríticamente en esta cualidad ya casi incuestionable de la cultura/arte para transformar realidades socialmente injustas. En ese sentido, se impone la responsabilidad y la ética de no perder de vista bajo ninguna circunstancia (por más mínimo que nos parezca el trabajo que realizamos) la dimensión política de lo que hacemos y la capacidad crítica para pensar en ello.
El fenómeno de la profesionalización de muchos proyectos que tenían una raíz más cerca de lo popular, de lo vecinal y lo comunitario, atendiendo a las políticas públicas y empresariales y a los apoyos financieros a los que hoy en día al parecer pueden acceder “a piacere” estos proyectos (a costa por supuesto de que tengan una retórica técnica y profesional muy sofisticada y específica, además de una “personería jurídica”); y que en muchos casos, de maneras diversas, apuntan a neutralizar y encausar sus prácticas, es un fenómeno al que tenemos que prestar especial atención quienes trabajamos precisamente desde el incómodo lugar “profesional”.
“Lo que sí parece claro es que en el trabajo real conjunto con los actores populares hay que recordar una y otra vez que es “en la política y no en la cultura donde la sociedad tiene que buscar respuestas a la pregunta fundamental: ¿qué hacer?”, nos recuerda Cevasco.[6]
- Los riesgos de no poder visualizar-debatir estos escollos en nuestras prácticas son diversos, en este caso, uno de los más sobresalientes es que podemos estar trabajando en el sentido inverso de nuestros discursos y lo que es más, de nuestra ética y de los auténticos objetivos políticos que perseguimos.
Podemos, en efecto, estar contribuyendo a una especie de bonito decorado de la democracia, a invisibilizar la pobreza y a estetizar el conflicto social.
Los discursos que muchas veces hacen eco o resuenan tanto en el seno de estos movimientos como en las políticas culturales del Estado, y que unen acríticamente palabras como ciudadanía y cultura, o términos como democracia cultural, entre otros, operando en el espacio público, pueden estar persiguiendo el fin de que -tal como advierten Delgado y Malet-: “Los miembros de otros sectores sociales eventualmente conflictivos o “peligrosos” se conciban a sí mismos como ciudadanos, (…) en el sentido de integrantes de una esfera de confraternidad interclasista. Para ello se despliega un dispositivo pedagógico de amplio espectro que concibe al conjunto de la población, y no sólo a los más jóvenes, como escolares perpetuos de esos valores abstractos de ciudadanía y civilidad”.[7]
Estos autores nos recuerdan que “Se trata de divulgar lo que Sartre hubiera llamado el esqueleto abstracto de universalidad del que las clases dominantes obtienen sus fuentes principales de legitimidad y que se concreta en esa vocación fuertemente pedagógica que exhibe en todo momento la ideología ciudadanista, de la que el espacio público sería aula y laboratorio”. Y concluyen: “El idealismo del espacio público -que lo es del interés universal capitalista– no renuncia a verse desmentido por una realidad de contradicciones y miserias que se resiste a recular ante el vade retro que esgrimen ante ella los valores morales de una clase media biempensante y virtuosa, que ve una y otra vez frustrado su sueño dorado de un amansamiento general de las relaciones sociales”.[8]
Además de tematizar sin temores estos y otros conflictos, venimos llegando a la idea de que debemos tomar eso (este lugar, en cierto modo, privilegiado) como punto de partida hacia la construcción conjunta de un escenario de lo colectivo sobre el que, en algún momento, tenemos que ser capaces de perder el control o, al menos, de crear las condiciones en donde el control sea verdaderamente compartido, cuidando estos espacios de manera que se desmarquen de los múltiples simulacros de participación que conocemos.
Ese es el proyecto político que creo tiene validez en estas prácticas, y el horizonte a no perder de vista.
“Hoy como nunca necesitamos organizar la esperanza”, decía Rebellato. Y en eso estamos.
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Paula Simonetti es licenciada en Letras, escritora, poeta y periodista. Integra la Red Cultura Viva Comunitaria Uruguay
[1] Harvey, David. Espacios de esperanza, Madrid: Akal, 2003.
[2] Entrevista, 2006. Disponible: https://www.lavaca.org/seccion/actualidad/1/1392.shtml
[3] Brenes, Alicia et. Alt (comps.) José Luis Rebellato, intelectual Radical. Montevideo, SCEAM, 2009
[4] Ranciére, Jacques. Sobre políticas estéticas. Barcelona: Universitat Autónoma de Barcelona, 2005.
[5] Remedi, Gustavo “Las bases estéticas de la ciudadanía”, en Revista Aisthesis, 2005.
[6] Cevasco, Maria Elisa. Diez lecciones sobre estudios culturales. Montevideo: Trilce, 2013.
[7] Delgado, Manuel y Daniel Malet. “El espacio público como ideología”, 2007. Disponible: https://www.fepsu.es/docs/urbandocs/URBANDOC1.pdf.
[8] Esto conecta, por supuesto, con aquella “belleza del muerto” a la que hacía mención De Certeau en la manera en que pensamos a las culturas populares.
* Fuente: Este artículo es parte del libro Cultura Viva Comunitaria: Convivencia para el bien común, presentado en el marco del 2º Congreso Latinoamericano de Cultura Viva Comunitaria, en San Salvador, en octubre de 2015 (Compilación y edición: Jorge Melguizo)