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03

Nov
2015

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Camino de los futuros – Aportes al Consejo Latinoamericano de Cultura Viva Comunitaria

Em 03, Nov 2015 | Em Noticias |

Por Eduardo Balán*

La irrupción del concepto de la Cultura Viva Comunitaria en el campo de los debates sobre políticas públicas culturales en Latinoamérica tuvo y tiene algunas dimensiones llamativas. En poco menos de diez años, concitó adhesiones y compromisos que llevaron a la realización de cientos de encuentros y actividades en 17 países, a vertebrar redes de experiencias organizadas, dos Congresos continentales, a coadyuvar al impulso de una decena de programas nacionales y locales por parte de los gobiernos y a convertirse, por ejemplo, en el eje del VI Congreso Iberoamericano de Cultura, que realizó la Secretaría General Iberoamericana en Costa Rica en el año 2014.

Publicaciones, cortometrajes, festivales y distintas producciones fueron el eje de ámbitos de creación y reflexión en un camino que arroja una perspectiva nueva sobre temas centrales de la política y la cultura contemporánea en nuestro continente. Un concepto ligado a la práctica de miles de colectivos y redes populares de teatro comunitario, medios locales de comunicación, bibliotecas populares, centros culturales, agrupaciones de música, arte callejero, culturas colaborativas, hip-hop, ballets de danza popular, etc, que descubrieron en esta categoría (la Cultura Viva Comunitaria) un sistema de ideas y valores eficaz a la hora de defender y proyectar sus prácticas políticas, estéticas y organizativas.

Sin embargo, sabemos que la transcendencia o el carácter novedoso de una formulación conceptual no son por sí mismas una garantía de su eficacia en ningún sentido específico, ni mucho menos el comienzo obligado de la generación de prácticas de emancipación; las superestructuras instituídas en la esfera de lo estatal o del mercado generan permanentemente supuestas innovaciones teóricas que, en muchos casos, son apenas cambios superficiales en contenidos tradicionales, ocultamientos o pases de manos exagerados al solo efecto de hacer circular un nuevo “producto” en los campos de interacción de funcionarios, políticas, ONG, organismos de financiamiento y burocracias de distinto rango.

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Frente a la inapelable realidad de que se consolida en nuestro continente un modelo de desarrollo basado en la enajenación irresponsable de nuestros bienes comunes, la precarización laboral de millones de compatriotas, una desigualdad social escandalosa, el avance sobre los derechos de miles de comunidades territoriales y la degradación ambiental de nuestra tierra, estamos forzados a discernir entre lo que son “modas” intelectuales y políticas de los conceptos que efectivamente hacen un aporte a la posible transformación de estas realidades.

La Cultura Viva Comunitaria tiene, en este sentido, un notable primer valor como idea-fuerza, y es que surgió de los debates y las luchas de centenares de colectivos latinoamericanos; no resultó de tal o cual elucubración “de autor” en su dimensión individual, sino que, a la manera de un juego de participación creciente, tomó su forma en un proceso de encuentros territorializados, generados algunos por motivaciones artísticas (festivales, muestras de diferentes grupos) o políticas (la lucha en el Parlamento del Mercosur o en la legislatura de Medellín, por ejemplo).

A lo largo de una secuencia de eventos y acciones generados en su gran mayoría a partir de la voluntad de autoafirmación de numerosas redes y grupos, el concepto de la Cultura Viva Comunitaria sintetizó la visión proveniente de Colombia, Guatemala, Costa Rica, el influjo de la experiencia de los llamados “Puntos de Cultura” en el Brasil, las iniciativas históricas en Perú, Bolivia y Chile y el empuje organizativo de redes y colectivos autónomos de Argentina y Uruguay. Enhebrándose con iniciativas en Paraguay, El Salvador, Honduras, Ecuador, México, Panamá, Venezuela, Cuba y Nicaragua pronto se comprobó que, aún en su fragmentación, se trataba de una suerte de “sistema nervioso” continental e identitario. En efecto, existen en nuestro continente unas 130 mil experiencias populares y redes que, a través del arte, la comunicación y el trabajo de tipo “cultural” protagonizan procesos locales que cuestionan y transforman sus propios barrios, convocan a la participación popular y alteran así el escenario institucional de las políticas públicas locales, regionales y nacionales con éxitos y avances dispares y diversos.

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Un punto de inflexión habrá sido, seguramente, el 1er Congreso Latinoamericano de Cultura Viva Comunitaria en La Paz, Bolivia, en el año 2013; allí pudo auto-reconocerse un movimiento continental con mística y símbolos propios aún en la diversidad de culturas y representaciones. Con características épicas y profundamente emocionales, cerca de 1.500 activistas (en su mayoría jóvenes), dieron impulso a un incipiente proceso que asumió una identidad ligada al largo recorrido protagonizado por nuestros pueblos originarios, pasando por las comunidades barriales, rurales y urbanas de todo el continente, por los trayectos descriptos por los movimientos sociales, ambientales, por una economía solidaria y una democracia participativa, abrazando la cultura de paz y con una fuerte impronta anti-capitalista y anti-patriarcal, enfrentando a todas las lógicas de la colonización pero desde una práctica festiva, anclada en gran medida en el poder de la alegría y del encuentro como fuerza de transformación. Ese “magma” cultural de Latinoamérica comenzaba a demostrar que puede portar una visión política común, un horizonte de similares preguntas y búsquedas.

Un proceso de construcción

Pero no acabaron allí las “novedades” traídas por este nuevo movimiento continental. Desde su inicio, este camino compartido portó consigo dos elementos que le darían una dinámica particular en los procesos de transformación: su vocación de construcción orgánica y su interpelación al vínculo tradicional con lo público y lo estatal. En efecto, la llamada Plataforma Puente Cultura Viva Comunitaria (integrada por más de un centenar de redes y organizaciones latinoamericanas) fue el actor principal de la convocatoria al Congreso en Bolivia, pero advirtió, en sucesivas reflexiones, que era necesario arbitrar los medios que permitieran que todo no quedara reducido al “evento” y sus efectos superficiales de difusión o prestigio. Demasiada experiencia teníamos en “shows” institucionales que, pasado el momento luminoso del encuentro, poco ayudan a vertebrar una acción cotidiana, organizativa y formativa.

La Cultura Viva Comunitaria necesitaba generar una herramienta de diálogo y apoyo a los procesos locales, otorgando visibilidad y una “cobertura” fraternal que pudiera ser caja de resonancia en conflictos y situaciones difíciles, hechos que aún hoy forman parte de nuestra vida organizativa. La violencia, el narcotráfico, las diferentes caras de la dominación política no pocas veces dirigieron (y dirigen) sus acciones contra las experiencias de la cultura comunitaria, no sólo obstaculizando los procesos sino agrediendo a sus referentes, cerrando los locales o llegando incluso a causar la pérdida de vidas de compañeros y compañeras, como en el caso de Victor Leiva, animador cultural guatemalteco de apenas 24 años, muerto en el 2011. Era necesario crear una herramienta que dotara de continuidad a las resoluciones que se iban fijando, visibilizara nuestras redes y mejorara la comunicación, el cuidado y el impulso a los procesos.

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Así, aquel primer Congreso en Bolivia postuló a Centroamérica como el lugar del siguiente encuentro continental – en virtud de ser uno de los lugares con dramáticas situaciones de violencia represiva –, lanzó la convocatoria a la realización de Congresos Nacionales de Cultura Viva Comunitaria y creó el Consejo Latinoamericano por la Cultura Viva Comunitaria, un ámbito más cotidiano para el fortalecimiento de los procesos locales, nacionales y continentales, integrado por áreas y equipos de trabajo en temas específicos.

Esta tensión en dirección a un crecimiento “enraizado” y en espiral, constituyendo ámbitos colectivos y orgánicos en niveles locales, nacionales y regionales, y en una dinámica de democratización permanente, dejó en claro desde el inicio que este movimiento se resistía a convertirse en una mera representación “sectorial” de un puñado de ONG, referentes o instituciones frente a las coyunturales estructuras del poder instituído existente, en la negociación de programas puntuales o iniciativas exclusivamente gubernamentales.

Por el contrario, asumiendo la perspectiva de que “la Cultura Viva Comunitaria no viene a decorar la democracia sino a transformarla”, redes y grupos avanzaron con decisión en la multiplicación de ámbitos de debate, formación y encuentro, con disímiles grados de institucionalización pero con una fuerte vocación de multiplicación política y espiritual. Viajes sinérgicos, caravanas, ferias de intercambio y hasta conferencias en “streaming” fueron herramientas que permitieron que se formalizaran más de 70 colectivos en los distintos países, nucleados en torno de la premisa de la Cultura Viva Comunitaria, produciendo documentos y reflexiones que circulan permanentemente entre nosotros.

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Como veremos más adelante, no se trata de una postura reactiva al diálogo con los gobiernos; más bien se funda en un diagnóstico realista de las condiciones críticas de nuestros sistemas institucionales y en la convicción profunda de que es necesaria e imprescindible una refundación de la acción de los movimientos sociales desde un proyecto integral, un paradigma civilizatorio alternativo y en una perspectiva de cuestionamiento radical a las formas y procedimientos de una democracia exclusivamente representativa, tan sensible a la conducción de las fuerzas del Mercado. Esa mística, presente en obras artísticas, instalaciones y producciones de distintos lenguajes, expresó la contextura ideológica de una acción también persistente en el terreno de la política institucional.

Un vínculo particular con lo público y lo estatal

En ese plano, el movimiento continental por las Culturas Vivas Comunitarias fue sintetizando sus visiones en elementos para una propuesta integral; sin perder de vista las particularidades de las distintas redes y los distintos países, buscamos sustraernos a una posible dinámica que amplificara la dispersión y la fragmentación, intentando construir en base al diálogo un cauce compartido en una perspectiva común, posible gracias a ciertas realidades que atraviesan al continente.

Así fue surgiendo el reclamo continental más importante de nuestras luchas, que pide la asignación del 0,1% de los Presupuestos Nacionales al desarrollo de las expresiones de la Cultura Comunitaria, Autogestiva e Independiente. No se trata de una exigencia “sectorialista” en las formas ni desmedida en su contenido; muy por el contrario, frente a escenarios sociales que están combinando la pobreza, la exclusión, presencia creciente del narcotráfico, precarización del trabajo en nuestros jóvenes, crecimiento de la violencia urbana y degradación del medio ambiente, la necesidad de asignar un porcentaje de los presupuestos nacionales al impulso de procesos que consoliden una Cultura del desarrollo comunitario es una prioridad insoslayable.

Rigurosos análisis de compañeros y compañeras economistas de nuestros movimientos, señalan con cifras concretas que esa inversión generaría la participación activa de millones de familias y barrios, en una dinámica virtuosa en las economías locales que permitiría incluso su autofinanciación de modo indirecto a través de los impuestos al consumo en nuestros países; en promedio, esta propuesta podría autofinanciarse en todos los países de latinoamérica en el orden del 57,9%1.

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Nuestro movimiento, sin perder de vista este reclamo principal, ha articulado en torno de esta demanda la lucha por un sinnúmero de programas ciudadanos, locales y provinciales, de apoyo a las Culturas Vivas Comunitarias, con sus respectivas normativas jurídicas y herramientas institucionales. Avances y retrocesos fueron jalonando un camino en el que nuestros vínculos con los gobiernos y el Estado permitieron un proceso conflictivo pero rico en aprendizajes y desafíos, en el que hemos tratado de cuidar que la acción sobre lo institucional no nos aleje del “cauce” principal del proceso de transformación que protagonizamos, fundado en los procesos sociales y populares. Esta certeza nos ha permitido enfrentar con firmeza las ambigüedades y espejismos tan frecuentes en las pujas institucionales; no perder de vista que nuestras luchas están efectivamente ligadas a la perspectiva de una Nueva Sociedad, con las dimensiones de una verdadera transformación cultural. Esto nos ayuda a entender las verdaderas razones del retraso en la concreción de muchas de nuestras demandas.

Mensurados, por ejemplo, los efectos positivos que la promoción de la Cultura Comunitaria tendría en lo relativo a la educación y la salud pública, al cuidado de los espacios ciudadanos y a las mejoras en las prácticas ciudadanas, queda claro que la asignación del 0,1% de los presupuestos nacionales a estas expresiones mediante leyes y programas específicos es una prioridad insoslayable, pero ocultada e irritante para los poderosos en la Latinoamérica de la primeras décadas del siglo XXI. La negativa a dar curso institucional a este reclamo es otra evidencia de que la exclusión y la dominación siguen siendo parte del núcleo duro de los intereses que tienen para este continente los principales decisores gubernamentales y empresarios en su modelo de desarrollo. Mientras los movimientos populares tensamos el vínculo con el Estado hacia un crecimiento y un empoderamiento de lo público compartido como un escenario superior en el gobierno de nuestras realidades, los poderes económicos conducen la dinámica institucional en la dirección contraria y utilizan el aparato estatal para privatizar la vida y convertirla en una mercancía.

LEITURA DO DOCUMENTO

 

Progresismo” y modelos de desarrollo

Una rápida mirada sobre la realidad actual latinoamericana nos permite establecer un conjunto de elementos comunes y regionales. Por un lado, las últimas décadas han sido el escenario temporal de la irrupción de movimientos populares y democráticos en capacidad de acceder y gestionar el Poder del Estado en algunos lugares, en gran medida en reacción al funesto despliegue de los neoliberalismos ultramontanos en varios de nuestros países durante la década del 90. Esa aparición ha permitido el resurgimiento de núcleos discursivos y acciones institucionales con una resonancia positiva en aquellas organizaciones y referencias ligadas a la tradición de la búsqueda de una Patria Grande latinoamericana, emancipada de los imperialismos y con una justicia social efectiva en la vida cotidiana.

En estos últimos quince años abundaron las acciones continentales y nacionales vertebradas en torno de estas grandes y queridas banderas populares, acompañadas de no pocas reformas políticas de importancia (leyes de democratización de los medios de comunicación, reformas constitucionales, programas sociales de mayor cobertura social, visibilización de nuestros pueblos originarios, posturas diferentes frente a los organismos multilaterales de crédito, etc).

Sin embargo, muy limitada sería nuestra visión si no dijéramos también que esas acciones no han intentado vertebrar otro modelo de desarrollo alternativo al presentado por el capitalismo global en su fase actual para nuestro continente; mientras el PBI de nuestros países experimentó un crecimiento del 100% en las últimas décadas, los porcentajes de pobreza y desigualdad permanecen inalterables, en el marco de un modelo de desarrollo protagonizado por el capital global y extranjero, que mantiene niveles escandalosos de endeudamiento de nuestros Estados, que dilapida nuestros bienes comunes y saquea nuestros recursos.

Con desparejos niveles en los distintos países, tampoco se han logrado avances importantes en la transformación de nuestras instituciones; las “consultas populares” y otras herramientas de democracia participativa sólo tuvieron una sistematicidad atendible en países como Bolivia y Venezuela, siendo prácticamente inexistentes en el resto del continente. Las prácticas delegativas y “de consumo” fueron consolidadas como dinámica fundante por estos gobiernos en el campo cultural y ciudadano, en la economía cotidiana y, por ende, en el terreno del arte y de la comunicación, permitiendo en todo caso una mayor exposición de la narrativa “de izquierda”, pero sin alterar los circuitos de producción y distribución de bienes culturales.

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Nos enfrentamos así a un escenario en el que la década de gobiernos llamados “progresistas” en la gestión de nuestros Estados nacionales en Latinoamérica ha operado como una expresión de procesos emancipatorios en la política institucional y, al mismo tiempo, como un dispositivo de contención y reorientación del conflicto social y de re-encauzamiento de nuestros modelos productivos en los andariveles de un capitalismo global fortalecido. Esta situación, en la que miles de procesos organizativos e institucionales han quedado truncos y desdibujados, ha provocado un desgaste profundo en la misma “base social” de esas gestiones, que hoy enfrentan en todo el continente el resurgimiento de expresiones electorales e institucionales más claramente ligadas al poder económico dominante.

Las consecuencias sociales de estos modelos de gestión que han combinado una retórica “de izquierda” con la ausencia de procesos genuinos de democratización y organización popular inteligibles por las mayorías de nuestros países, fueron y son altamente destructivos de las redes sociales y organizadas de la comunidad. Al desaparecer aquel proyecto político integral que exhibía niveles crecientes de nitidez en los sectores medios y populares durante la resistencia a los neoliberalismos de los 90, va prevaleciendo en la práctica una lógica individualista de supervivencia, una resignación política y una fragmentación que conviven, en el territorio, con una pobreza cada vez más estructural, con la violencia organizada y con un modelo ambiental suicida, sin que existan, como hace diez años, núcleos autónomos de intransigencia social con la fuerza suficiente como para enfrentar esas realidades.

¿Qué potencialidades puede desatar, en ese escenario, el núcleo de valores expresado por ese concepto sugerente y provocativo que expresamos al decir Cultura Viva Comunitaria?

Una idea clave en el debate sobre los futuros

Crear-vale-la-pena-4-335x310La visión de la Cultura Viva Comunitaria fue tomando forma en la misma secuencia de tiempo en la que experimentamos el proceso descripto en el párrafo anterior. De algún modo podría afirmarse que surge en reacción a la caída, al paulatino desguace o al retroceso, en el terreno de las formulaciones políticas de los grandes movimientos populares, de la necesaria integralidad con la que entendemos pueden y deben vincularse las miradas sobre lo público, lo comunitario y lo estatal en épocas de crisis de la modernidad, capitalismo tardío y cambio de paradigmas. La Cultura Viva Comunitaria interpela a los postulados del capitalismo moderno, a la idea del consumo como eje del progreso, al mito de los “desarrollismos” industrialistas “ad infinitum” y a la democracia burguesa, pero también a las concepciones de las vanguardias partidarias de izquierda, a las perspectivas de transformación instaladas exclusivamente en la órbita de la conducción del Estado y de las políticas instituídas, a las miradas que sitúan como problema principal de nuestro tiempo la ausencia de “direcciones” que orienten a la sociedad en tal o cual sentido, a las prácticas centradas en la “representación” como núcleo fundante de la política.

La Cultura Viva Comunitaria plantea la posibilidad de que la palabra “pueblo” designe algo más que lo que entendemos como “electorado”; la hipótesis de que efectivamente pueda sostenerse en el tiempo la apuesta de una subjetividad colectiva en proceso, una vocación planetaria realizada en el reencantamiento del espacio público compartido. Ilumina dimensiones distintas del arte y la política; postula al arte como creación de la comunidad humana, a la “obra” como parte de un proceso en la creación de belleza, a la organización comunitaria como posible continente de un proyecto cultural, realizado en una relación creativa con el conflicto social y utilizando a la memoria, al presente y al futuro como materiales de trabajo. Emparenta este impulso con el de la economía y la política, recuperando las dimensiones rituales y la gramática de nuestros pueblos originarios, pero sin asumir ningún esencialismo étnico excluyente. La multiplicidad, lejos de ser un obstáculo para su desarrollo, es su condición de existencia: también es Cultura Viva Comunitaria la que alimenta las redes colaborativas virtuales que hoy disputan la autonomía creativa de las multitudes a través del software libre o las culturas en red.

La Cultura Viva Comunitaria resignifica ideas como la de la democracia participativa y la economía social configurando un conjunto de afirmaciones capaces de revisar lo que podemos soñar en el plano de la educación, la ciencia o la recreación, asumiendo, por ejemplo, a lo que llamamos “fiesta” o “feria” como dispositivos en la producción de conocimiento y riqueza. La Cultura Viva Comunitaria es, creemos, la única en capacidad de oponer un destino a la oferta del narcotráfico a nuestros jóvenes en los barrios suburbanos, o de resistir el continuo embate de los emprendimientos económicos basados en el saqueo de los bienes comunes y el desastre ambiental; son sus expresiones en barrios y pueblos las que enfrentan los proyectos de la megaminería o la desforestación en el continente, y las que luchan por sostener la identidad de comunidades enteras condenadas a la desaparición por las leyes del mercado. Las Culturas Vivas Comunitarias quizás tengan algo fundamental por decir en el debate por un futuro posible para las generaciones que vienen.

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Artes del misterio

Muchos son los interrogantes abiertos en estas primeras décadas del siglo XXI acerca del devenir político y social en nuestro continente y en el mundo. Pero desde la foto de Aylan Kurdi, el niño sirio muerto en la playa de Turquía, hasta el patético giro de la revuelta del Pueblo griego, pasando por la masacre de Ayotzinapa, que ya cumple un año, una pregunta recorre el mundo y es desde dónde surgirá una fuerza capaz de ponerle un límite al desarrollo capitalista suicida en el planeta, y si es posible que esto efectivamente ocurra. No es poco lo que está en juego, e impresionan los gestos públicos y teatrales de las grandes estructuras de poder en el mundo respecto de esta crisis.

En ese marco, signado por discursos institucionales ampulosos y silenciosos procesos de muerte desplegándose más y más cada día, la aparición del enclave narrativo que llamamos Cultura Viva Comunitaria puede, quizás, configurar un punto del cual tomarnos para desatar procesos sanadores y de futuro. La Cultura Viva Comunitaria no sólo como eje de vertebración de la política, la economía, la producción de conocimiento y el desarrollo en cada lugar, sino como la ética y la estética que pueda convocar al colectivo humano (ese pueblo de pueblos) a recuperar un destino consciente en el planeta. Para ello, entendemos que el Movimiento de las Culturas Vivas Comunitarias en Latinoamérica, aunque lejos de sectarismos endogámicos, debe luchar por sustraerse a los permanentes intentos de reenviar nuestra potencia a los canales de la “representación” y trabajar, sí, en la “presentación” de esa fuerza en una progresión de visibilidad y construcción.

En esta clave, la enorme iniciativa de generar registros públicos y mapeos dinámicos y accesibles de las experiencias existentes, así como la multiplicación de los Congresos Nacionales de Cultura Viva Comunitaria y el impulso de procesos de articulación locales, regionales y continentales con otros movimientos sociales (ambientales, barriales, sindicales, por la tierra, etc) aparecen como una tarea insoslayable. Quizás, enfrentando a la fuerza del capital, un nuevo paradigma civilizatorio en ciernes esté pujando entre las tensiones de una relación distinta entre lo público, lo comunitario y lo estatal. Si esto es así, no tenemos dudas de que la Cultura Viva Comunitaria puede ser el nombre de un desafío esperanzador, un concepto y una práctica eficaces en la recuperación de nuestra potencia.

 

* Fuente: Cultura Viva Comunitaria: Convivencia para el bien común (Libro presentado durante el 2º Congreso Latinoamericano de Cultura Viva Comunitaria, en San Salvador, en octubre de 2015. Compilación y edición: Jorge Melguizo)